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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

Autodisciplina en el poder

Por: Claudia Peña
No, no voy a hablar de los famosos diputados disidentes del MAS. Lo siento, tampoco voy a decir nada del presidente Evo ni del Gobierno nacional. Me voy a dislocar de esa centralidad informativa enfermiza que es casi epidemia en nuestro país.
Desde este mi estar en el escenario, iluminada a diario por los potentes reflectores del “escrutinio público”, hoy quiero devolver esa mirada, y decir algo sobre los reflectores y lo que su luz muestra y esconde.
Sí. Quiero hablar de esos poderosos seres que escuchamos y leemos cada día: los y las periodistas. Y para empezar quiero decir en primer lugar eso: que son poderosos. Y lo segundo: que para ellos prácticamente no hay escrutinio (ignoramos si alguno tiene rencilla con alguien, si es equilibrado en sus decisiones, cuál su ambición profesional, su ideología, su manera de llevar su vida privada). Es decir, hay personas que nos dicen lo que pasa, sobre quienes sabemos poco o nada. Y sobre la base de lo que ellas nos dicen que pasó (y cómo nos lo dicen), formaremos nuestra opinión y tomaremos decisiones. Pero esas personas no están solas, muchas veces forman parte de una empresa y siempre son parte de un grupo de trabajo. Cómo serán las relaciones ahí dentro, ¿no? Cómo se definirán los contenidos: en democracia o será nomás una orden del jefe (debo comentarles que parece que no hay jefas en este caso). Y si alguno disiente... ¿será que hay posibilidad siquiera de disentir? Al igual que con el poder político, ¿cuál será el nivel de autonomía o, en su caso, autocensura de pensamiento en estos importantes espacios? Que rara vez salen a la luz estas cosas: es que no todos los escenarios están iluminados.
Y, sin embargo, éste es también un escenario del poder. Es decir, quienes se autoenaltecen con aquello de que el periodismo es el censor del poder, no dicen toda la verdad. Porque ellos mismos son poder. Y así llegamos al espinoso asunto de la autorregulación. Hay una anécdota entrañable que siempre cuenta el Presidente, de cómo empezó él a autodisciplinarse siendo joven, después de la muerte de su padre, castigándose a sí mismo después de una borrachera.
Disculpen, yo ya he visto demasiadas borracheras: empresas informativas que se apresuran a enarbolar muertos donde no los hay, titulares que no corresponden a la nota, hechos importantes que no son difundidos, expertos ideologizados hasta el tuétano, suspicaces entrecomillados que ridiculizan a la fuente, fuentes abstractas (el pueblo, la ventera de la Murillo, un cibernauta) sobre cuyo “testimonio” se construye luego una “verdad” (¿ven que las comillas son poderosas?).
Muchas borracheras, pero ningún castigo, ninguna autorregulación. Y así como los pueblos exigen a sus gobiernos que cumplan sus promesas, es momento que la prensa cumpla (si es capaz de hacerlo) con la autorregulación.
Porque el poder debe ser regulado ¿no ve? Porque la libertad de expresión es de todos y todas, y para expresarnos debemos saber. Y saber se dice “derecho a la información”.
Pero los ciudadanos, ciudadanas y autoridades no podremos tener acceso a ese bien público (la información), mientras las y los periodistas no superen sus posicionamientos políticos y rencillas personales hasta en su más mínima actividad de reporteros. Pienso que es una especie de limpieza espiritual, lo que necesitamos de quienes nos informan.
Como dice Noam Chomsky, “me gustaría que la prensa dijera la verdad sobre lo que importa”.
La autora es ministra de Autonomías


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