Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Daniel Kovalik
Acabo
de volver de Catatumbo, Colombia, donde miles de campesinos libran una lucha a
vida o muerte contra el ejército colombiano y sus aliados paramilitares, todos
respaldados por Estados Unidos. Los campesinos llevan 60 días de protesta
contra las deplorables condiciones de vida y las circunstancias económicas en
las que viven y para apoyar su propuesta de una zona de reserva de cultivo
campesino -Peasant Farmer Reserve Zone- de 10 millones de hectáreas.
Esta
zona -que estaría protegida por ley- permitiría a los campesinos llevar a cabo
un cultivo de subsistencia, libre de la amenaza de usurpación por parte de las
compañías extractivas que quieren abrir minas o perforar en sus tierras. Esta
demanda, junto con la petición concomitante de que cesen todas las operaciones
de minería, exploración y extracción de petróleo en su región, es crítica para
los campesinos, al borde de la extinción.
Según
el colectivo de abogados Luis Carlos Pérez (CALCP), 11.000 campesinos han sido
asesinados por las fuerzas estatales y paraestatales, la mayoría de ellos
durante el mandato del Presidente Álvaro Uribe entre 2002 y 2010 y más de
100.000 campesinos -de un total de aproximadamente 300.000- han sido
desplazados forzosamente. Al menos 32 fosas comunes con los cuerpos de activistas
campesinos asesinados se han descubierto en la región en los últimos años.
Estas
matanzas y desplazamientos masivos se llevan a cabo con el fin de abrir paso a
más perforaciones petrolíferas, al cultivo de la palma aceitera (para
biodiésel) y a la minería de carbón por parte de compañías estadounidenses.
Digo
que este caos se lleva a cabo con el fin de abrir paso a más perforaciones
petrolíferas porque en realidad se lleva perforando desde hace 70 años. Y a los
campesinos de la región esto no les ha beneficiado nada. Como nos dijeron
varias veces durante el viaje, después de 70 años de exploraciones
petrolíferas, las zonas rurales de la región no tienen ni una carretera
asfaltada. (Nuestra delegación -encabezada por Justice for Colombia y representantes
del sindicato metalúrgico estadounidense USW y del sindicato británico e
irlandés Unite the Union- descubrió esto de manera elocuente durante el viaje
de tres horas y media por una pista de tierra desde Cucuta al pueblo de Tibu,
cerca de la frontera venezolana.)
Además
no hay sistema de alcantarillado, agua corriente ni servicios de salud. De
hecho los campesinos heridos durante los enfrentamientos con el ejército y la
policía en los dos meses de protesta -en las que los campesinos se defendían
con palos contra las armas, los tanques y otra artillería suministrados por
Estados Unidos- huyeron a Venezuela para recibir refugio y servicios médicos.
En
resumen las compañías petrolíferas y otras compañías extractivas -empezando por
Texaco en los años 30- se han apropiado de todo y nunca han dejado nada al
pueblo. Ahora las compañías quieren aun más y los campesinos estorban, de forma
que -con toda lógica- las compañías pretenden literalmente exterminarlos, con
la ayuda del ejército y los paramilitares, apoyados éstos por Estados Unidos.
Dicho de otra manera, estas fuerzas cometen un acto intencionado de genocidio.
De hecho cuando comentamos que sólo veíamos a adolescentes en Catatumbo, nos
dijeron que se debía a que sus padres o habían sido asesinados o estaban
desplazados. Sólo quedan los pueblos llenos de niños.
Los jóvenes campesinos de Catatumbo
en rebeldía
Las
matanzas y los desplazamientos masivos e intencionados que tienen lugar en
Catatumbo son un buen ejemplo del fenómeno tratado en el libro Capitalism: A
Structural Genocide escrito por Garry Leech. En el libro Leech argumenta con
contundencia que el capitalismo, si se le deja, destruirá inevitablemente
primero a aquellas personas que obstaculizan la explotación de los recursos
naturales y segundo a aquellas personas que, como los campesinos y agricultores
de subsistencia, trabajan en tareas que no contribuyen al «crecimiento»
económico ni producen plusvalía o ganancias. Está claro que los campesinos de
Catatumbo ocupan las dos categorías simultáneamente y representan una doble
amenaza.
Leech
cita al físico y filósofo indio, Vandana Shiva, cuando explica que, bajo el
capitalismo, “nada tiene valor hasta que entra en el mercado. Shiva señala que,
bajo el capitalismo, si consumes lo que produces, no produces realmente, al
menos no en el sentido económico. Si cultivo mis propios alimentos y no los
vendo, esto no contribuye al PIB y tampoco por tanto al crecimiento.” Se trata
más bien, para estos agricultores de subsistencia, de que la “naturaleza exista
como bien común”. El bien común, junto con las personas que lo sostienen,
simplemente no se toleran bajo el capitalismo.
Como
explican Leech y Silva, los que trabajan el bien común deben “incorporarse -a
menudo mediante la coacción- a las áreas cada vez mayores de la producción y
circulación” o destruirse. Este proceso, explica Leech, es lo que Karl Marx
denominaba la «acumulación primitiva»; es un proceso ruin, ocurra donde ocurra.
Leech
explica que a medida que el capitalismo se establecía en Gran Bretaña a finales
del siglo XVIII y principios del XIX, el Parlamento británico aprobó una serie
de leyes llamadas Enclosure Acts que permitían la privatización de tierras de
dominio común e “impedía la práctica, llevada a cabo durante generaciones, de
poner a pastar a los animales y cultivar los alimentos en tierras de dominio
común, lo que obligó al traslado de las personas a la ciudad en busca de
empleo.”
Más
recientemente, como señala astutamente Leech, México proscribió los títulos de
tierras comunales de los pueblos indígenas con el fin de preparar el camino
para el NAFTA [Tratado de Libre Comercio de América del Norte]. Como explica
Leech, y muchos de nosotros denunciamos desde hace años, la gran razón de ser
del NAFTA fue de hecho la acumulación primitiva del bien común de millones de
pequeños agricultores mexicanos. Esta acumulación primitiva se llevó a cabo al
amparo del NAFTA que permitía que los productos agrícolas fuertemente subvencionados
y por lo tanto baratos -procedentes de Estados Unidos- inundaran los mercados
mexicanos, libres de aranceles. Mientras tanto las reglas del FMI que gobiernan
México prohíben que dicho país subvencione a sus propios productores agrícolas.
Como
explica Leech, las consecuencias para dos millones de pequeños agricultores en
México -que no podían competir con los alimentos subvencionados que procedían
del norte- fueron devastadoras; perdieron su sustento y las tierras y huían a
la ciudad o entraban irregularmente en Estados Unidos. Se encontraron
desplazados de su tierra, muchos sin empleo o explotados en trabajos mal
pagados sin las debidas condiciones de salud y seguridad o se metieron en el
negocio de las drogas para conseguir algún ingreso. La consecuencia para México
en general ha sido la destrucción del tejido social de la nación y más
violencia, donde ciudades como Ciudad Juárez sufren niveles de violencia
comparables a las naciones en guerra.
Aunque
Leech no se centra en Colombia en su libro, sí menciona que Colombia “ha
llegado a ser durante la última década el caso emblemático de América Latina y
su crecimiento económico se ha debido a la explotación de los recursos
naturales del país, sobre todo del petróleo, el carbón y el oro por parte de
compañías extranjeras.” Colombia tiene ahora la mayor población desplazada
dentro del propio país del mundo, es decir cinco millones de personas. Como
explica Leech, “muchas personas han sido expulsadas de sus tierras forzosamente
mediante la violencia física directa -al amparo del conflicto armado del país-
a menudo por el ejército colombiano y grupos paramilitares de la derecha al
servicio de los intereses de las corporaciones multinacionales. Sin embargo
otras muchas personas se han convertido en refugiados económicos debido a la
violencia estructural inherente a la política neoliberal, lo que les ha
desposeído de sus tierras para facilitar la acumulación de capital para las
compañías extranjeras.”
Los campesinos nos saludan por el
camino
Los
campesinos de Catatumbo han sido las víctimas durante mucho tiempo tanto de la
violencia directa como de la estructural, pero ahora luchan para defender su
tierra. Durante 53 días estos campesinos, armados sólo con palos, bloquearon la
carretera principal que une las ciudades de Cucuta y Tibu. Poco después de
nuestra visita el gobierno acordó negociar con ellos directamente y los
campesinos han levantado el bloqueo por el momento. No obstante si fracasan las
negociaciones, volverán a bloquear la carretera.
Aunque
el Ministro de Defensa colombiano nos advirtió que no viajáramos por dicha
carretera a causa de las protestas, los campesinos nos dejaron pasar
libremente. Por supuesto todos entendimos que el gobierno colombiano temía que
fuéramos testigos de que los campesinos tenían la razón de su parte, de que son
ellos los que defienden la tierra, el agua y la selva tropical para todos
nosotros. Y es por esta razón que su lucha y otras luchas deben tener éxito. La
realidad es que nuestra vida y nuestro futuro dependen de ellos.
(*)
Daniel Kovalik es abogado laboralista y de derechos humanos y enseña Derechos
Humanos Internacionales en la escuela de derecho de la Universidad de
Pittsburgh.
(*)
Traducido del inglés para Rebelión por Christine Lewis Carroll
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