Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Alfredo Rada
La Cumbre Antiimperialista y Anticolonial de
Cochabamba entendió que la región vive el asedio permanente de Estados Unidos,
que de propiciar golpes en los 70 ahora lo hace a través de órganos estatales y
pretende frenar bloques de izquierda antiimperialistas.
El 2 de julio de 2013, cuando ocurrió el
atentado contra la inmunidad diplomática del avión en que viajaba el presidente
Evo Morales, recordé lo ocurrido hace 11 años, cuando un embajador
estadounidense en Bolivia, Manuel Rocha, se atrevió a lanzar una monserga a los
bolivianos exigiéndoles no votar por Evo en las elecciones nacionales a riesgo
de perder la ayuda norteamericana. La insolencia terminó de catapultar al
Movimiento Al Socialismo (MAS), que estuvo a punto de ganar las elecciones de
2002, antesala del triunfo de diciembre de 2005, que finalmente convirtió a
Morales en presidente de Bolivia. Sobre Rocha, removido de su cargo se retiró a
la actividad privada en un país caribeño.
Volviendo al atentado, poco a poco se fue
develando que Washington presionó a gobiernos europeos signatarios de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para que impidan el
tránsito del avión presidencial, difundiendo a través de un embajador la
información falsa y tendenciosa de que Edward Snowden —ex contratista de sus
servicios de Inteligencia— estaba viajando en el aparato.
Aunque Barack Obama pretendió desentenderse del
asunto, dejando que sus “aliados” asuman todo el costo político, la autoría
norteamericana quedó al descubierto cuando su secretario de Estado, John Kerry,
ante el anuncio de que Venezuela otorgaría asilo político al disidente,
declaró: “Ningún avión venezolano que transporte a Snowden podrá pasar por
espacio aéreo de Estados Unidos ni de ningún país miembro de la OTAN”.
Pero los genios del norte —que también se
equivocan y esta vez, superando a Rocha, en escala internacional— nunca
imaginaron que la reacción en Latinoamérica llegaría a tan altos niveles de
solidaridad regional, de apoyo incondicional a Bolivia y de condena a la
violación de convenios de las Naciones Unidas sobre convivencia pacífica entre
países. Tampoco esperaban que a la postura de los gobiernos (especialmente de
Argentina, Brasil, Venezuela, Uruguay, Ecuador, Nicaragua y Cuba) se sumaría
luego la movilización de organizaciones sindicales, campesinas y populares, así
como partidos políticos de izquierda, que protagonizaron acciones de masas en
varias ciudades latinoamericanas.
Luego de casi una década vuelve a darse en la
región una efervescencia antiestadounidense que no se veía desde aquella oleada
de movilizaciones que hizo fracasar el año 2005 el proyecto del Área de Libre
Comercio de las Américas (ALCA). Hoy son multitudinarias concentraciones
realizadas en La Habana, Managua, Guayaquil y, la más reciente, en Cochabamba,
a la que podríamos sumar la reunión de partidos de izquierda del Foro de Sao
Paulo.

La cumbre ha fijado estrategias para contener y
revertir la ofensiva imperialista estadounidense en el continente. Esa ofensiva
comenzó con el golpe de Estado contra el presidente de Honduras, Manuel Zelaya,
en junio de 2009, asonada muy bien caracterizada por Hugo Chávez: “Éste es un
golpe contra la Alianza Bolivariana para los pueblos de Nuestra América”.El
golpe hondureño retrasó la expansión del Alba, pero no logró destruir esa
alianza entre los gobiernos antiimperialistas de Venezuela, Bolivia, Cuba,
Nicaragua y Ecuador.
Posteriormente, en abril de 2011, los gobiernos
de Sebastián Piñera, en Chile; Alan García, en Perú; Juan Manuel Santos, en Colombia,
y Felipe Calderón, en México, conformaron la Alianza del Pacífico, un bloque
único comercial que funciona bajo los principios neoliberales de apertura
irrestricta a las inversiones externas, flexibilización laboral y libre
circulación de capitales. El Gobierno de Estados Unidos promueve desde entonces
la ampliación a otros gobiernos de este bloque que reaviva su viejo proyecto
del ALCA.
La existencia de bases militares que pueden ser
utilizadas por tropas estadounidenses en Guantánamo (Cuba), Palmerola
(Honduras), Palanquero y otras seis más en Colombia constituyen un factor de
riesgo en nuestra región. A ello se suma la manifestación de interés por parte
del gobierno colombiano para ingresar a la OTAN, un bloque militar
anticomunista surgido en plena guerra fría y que, en los últimos años, ha
realizado operaciones bélicas de agresión en la ex Yugoslavia, en Irak, en
Afganistán y en Libia. La Cumbre Antiimperialista se pronunció en torno a estos
tres temas. Condenó las formas de desestabilización y neogolpismo contra los
procesos de transformación en el continente.
Analizó que ya no son esos clásicos golpes de
Estado en los que las tropas militares ocupan posiciones y bombardean los
palacios de gobierno, como hizo Augusto Pinochet contra Salvador Allende en
1973. Ahora son modalidades conspirativas que operan sistemáticamente desde
algunos medios de comunicación y el control de los poderes Judicial y
Legislativo contra el Ejecutivo; así fueron los casos de Honduras y el
derrocamiento de Fernando Lugo en Paraguay.
La cumbre planteó la necesidad de organizar un
proyecto político y un instrumento político antiimperialista en toda
Latinoamérica, lo cual pasa por la unidad y la defensa común entre gobiernos
progresistas y revolucionarios, así como la acción coordinada de movimientos
sociales, sindicales y populares de todos los países. En el tono de los debates
prevaleció el postulado de que un antiimperialismo y anticolonialismo
consecuentes suponen también un anticapitalismo consecuente, ya que el
imperialismo no sólo actúa desde fuera de nuestras fronteras, sino que
encuentra sus aliados internos en las oligarquías y en las fracciones más
fuertes de las burguesías en cada país.
Pero a su vez este planteamiento anticapitalista
conduce a la necesidad de avanzar en la construcción de un nuevo socialismo,
que en el caso boliviano es definido como “socialismo comunitario”.
En lo económico, el evento planteó como tarea de
primer orden acelerar la integración de nuestras economías bajo enfoques de
complementariedad y no de competitividad, como sugieren los neoliberales.
También se afirmó que cada país debe lograr su soberanía económica a través del
control sobre los recursos naturales estratégicos implementando procesos de
nacionalización. En cuanto a los servicios básicos, el acceso a ellos por la
población debe ser un derecho humano y no una fuente de negocio privado.
La cumbre se pronunció contra la presencia
militarista de la OTAN, postulando una Latinoamérica libre de guerras. Para
esto exigió el inmediato cierre de todas las bases militares que sirvan a
intereses imperialistas de agresión. Por estas cosas, lo de Cochabamba fue
mucho más que una cumbre.
fuente: http://www.la-razon.com/suplementos/animal_politico/cumbre_0_1885611478.html
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