Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Arturo D.
Villanueva Imaña
Como seguramente se recordará, hace algunos años y en medio de los traumas
sufridos y provocados por la crisis económica de la llamada burbuja financiera
e inmobiliaria que se desató el 2008 (y que aún se arrastran); en Bolivia se
produjo un intenso debate acerca de la capacidad nacional para soportar los
embates de la misma, en vista de los graves efectos que estaba provocando en
diversas economías del mundo.
En ese contexto se enfrentaron criterios en torno a la idea de si la
economía estaba o no blindada. Ahora, a la distancia y el tiempo transcurrido y
más allá de que dicho debate tenga ya una respuesta perfilada por los hechos;
también se puede apreciar que dicha coyuntura sirvió para distraer y postergar
un asunto más importante. Me refiero a la tarea de definir y construir (social y
participativamente) el modelo económico nacional, porque (en medio del temor
ciudadano y el riesgo de caer en la crisis), se optó por debatir la forma
y algunas acciones orientadas a evitar aquello que la memoria colectiva de la
sociedad guarda como uno de sus fantasmas más indeseables, por lo sufrido en
épocas como la hiperinflación en los años 80 o la aguda situación de escasez de
los años 50 a 60.
Los innegables indicadores del manejo económico y, sobre todo, la elevada
cantidad de reservas internacionales acumuladas como resultado de la venta y
exportación de los recursos hidrocarburíferos nacionalizados, evidentemente
hacen ocioso, hoy, continuar debatiendo sobre el blindaje de la economía y caer
en aquella tentación razonable que surgió aquellos años cuando la crisis de la
burbuja financiera e inmobiliaria arrastraba a la quiebra de grandes consorcios
banqueros y bursátiles que afectaron la economía mundial.
A cambio de ello, lo que este trabajo buscará explorar es si el modelo
económico, social, comunitario y productivo (como se denomina al aplicado
actualmente), efectivamente constituye un modelo de transición hacia el
socialismo. Es decir, si efectivamente está orientado a sentar las bases para
la transición hacia el nuevo modo de producción socialista o, si por el
contrario, en realidad encubre y proporciona un verdadero “blindaje” a una
economía procapitalista de base extractivista, que se conforma con una
redistribución rentista de los excedentes económicos y la construcción de una
base económica sustentada en la industrialización (enajenada tecnológica y
financieramente).
El sofisma[1] de la fase intermedia de
transición
Para dilucidar la inquietud planteada en este artículo, en principio nos
remitiremos a los argumentos sostenidos oficialmente. El primer número de la
revista Economía Plural del Ministerio de Economía y Finanzas Públicas de
septiembre de 2013, cuyo contenido está referido precisamente al Nuevo Modelo
Económico, Social, Comunitario y Productivo, es muy elocuente y permite
explorar los alcances del modelo. Allí se sostiene que “no es pretensión del
nuevo modelo económico (…) ingresar directamente al cambio del modo de
producción capitalista, sino, sentar las bases para la transición hacia el
nuevo modo de producción socialista”.
Al respecto y para demostrar el carácter procapitalista del modelo
económico nacional (inclusive más allá del reconocimiento de que no existe
ninguna pretensión de cambiar el modo de producción capitalista, como
textualmente acabamos de citar), no hace falta realizar grandes elucubraciones
o efectuar profundas investigaciones; basta con observar lo que sucede con el
mercado, la economía y la producción.
Desde el año 2006, hace más de 7 años cuando se inició el proceso de cambio
(y consiguientemente el llamado periodo de transición), no solo se ha dado
continuidad y se ha reproducido el mismo tipo de relaciones económicas y de
producción capitalista que el neoliberalismo impulsaba, sino que inclusive se
han exacerbado las mismas, como consecuencia del extractivismo, la explotación
y exportación de los recursos naturales (mineros e hidrocarburíferos
principalmente), el enorme incentivo a la construcción de grandes obras de
infraestructura (de transporte, telecomunicaciones, energía y servicios), así
como las grandes concesiones para la ampliación de la frontera agrícola y el
establecimiento de grandes extensiones de monocultivo transgénico
agroindustrial, que al margen de contribuir en conjunto a la conformación de
una nueva élite económica que en el pasado era despreciada y discriminada
social y culturalmente, ha permitido restituir las relaciones políticas con la
antigua clase señorial terrateniente y comercial que constituye la derecha
reaccionaria y conservadora que había intentado dividir el país.
Para mayor abundamiento argumentativo sobre el carácter procapitalista del
modelo económico, volvamos a la publicación oficial mencionada. Textualmente se
afirma que “todas las nuevas atribuciones del Estado están orientadas a
convertir a Bolivia en un país industrializado”; que “hay que cambiar la matriz
productiva de ese viejo modelo primario exportador por otro que priorice la
producción e incremente el valor de los productos”, porque “en el nuevo modelo
económico (…) el énfasis está en la producción y la redistribución del
ingreso”. Como se puede apreciar, el propósito central del modelo coincide
plenamente con los fines del sistema capitalista; es decir, el incremento de la
producción, la ganancia y la explotación.
En buenas cuentas, ello significa mantener (sin transformar) las relaciones
de producción y explotación de la fuerza de trabajo y la naturaleza. Es decir,
reproducir el sistema capitalista de explotación, donde a lo sumo se intentará
sustituir el fallido y agotado modelo neoliberal a través de medidas de
política económica “que irán resolviendo muchos problemas sociales y se
consolidará la base económica para una adecuada distribución de los excedentes
económicos”.
Ahora bien, teniendo como telón de fondo los hechos descritos y los
argumentos oficiales sostenidos, que indudablemente se niegan a cambiar y
mantienen el sistema capitalista que el proceso de cambio y transformación y
los sectores populares han planteado como mandato; llama la atención que al
mismo tiempo se sostenga que el modelo está orientado a “sentar las bases para
la transición hacia el nuevo modo de producción socialista”.
Al respecto, tanto a nivel internacional como nacional (principalmente
cuando se produjeron coyunturas pre y revolucionarias de transformación) como
en la antigua Unión Soviética, China, México, Cuba y en Bolivia el 52 y los
años de las guerrillas y la Asamblea Popular a inicios de los 70; ya se
produjeron muy intensos debates en torno a la necesidad de plantear la
revolución por etapas, establecer si existía la madurez de condiciones
materiales y subjetivas para transitar al socialismo, o la pertinencia de una
revolución permanente, etc., que no solo constituyen testimonios acerca de la
certeza y cabalidad de las discusiones que casi siempre terminaban en
escisiones políticas, sino lecciones que hoy deberían tener el enorme valor
para evitar y prever los problemas y equivocaciones que se cometieron en
coyunturas y contextos similares. Una de ellas referida precisamente a la
impertinencia y falacia de plantear etapas o periodos de transición, como si la
historia y los acontecimientos tuvieran un comportamiento lineal, programable y
ordenado mecánicamente.
Es más, es una lógica capciosa plantear que se van a sentar las bases para
la transición al socialismo, cuando en la práctica lo que se hace es reforzar
(blindar resulta en este caso más apropiado para caracterizar el propósito), y
exacerbar las relaciones y el sistema de producción y explotación capitalista.
El sofisma del planteamiento radica pues en que a título de “sentar las bases”,
se anulan las tareas y todo indicio para cambiar las relaciones de producción y
explotación de la fuerza de trabajo y la naturaleza, se reconoce y refuerza el
sistema capitalista de explotación y ni siquiera se plantea el tiempo que
demandará sentar las supuestas dichas bases para construir el socialismo.
No es una redundancia reafirmar en estas circunstancias aquella certeza
material y lingüística de que no se puede hablar siquiera de socialismo, si
previamente no se cambian las relaciones de producción y explotación
capitalistas imperantes. Todo lo que se diga en contrario es una falacia, un
sofisma.
Vacíos y ausencias para construir el socialismo
Explorando otros ámbitos del modelo económico en marcha y otorgando el
beneficio de la duda sobre aquella supuesta predisposición de “sentar las bases
para la transición al socialismo”, nos remitimos a la Constitución Política del
Estado. Allí resaltan al menos dos aspectos que vale la pena mencionar.
El primero tiene que ver con los principios, valores y fines del Estado
(ver: Art. 8 inc. II), en donde claramente podemos advertir que los mismos son
diametralmente opuestos al consumismo, el individualismo y la competencia que
rigen y representan al sistema capitalista imperante. Es decir, corresponden a
una visión NO capitalista. Ello no solo marca una visión y un enfoque
paradigmático diferente y opuesto al capitalismo y la sociedad occidental, sino
también a la obligación y responsabilidad de que el Estado y la sociedad los
cumplan y practiquen en el proceso de construcción de una nueva sociedad.
Se trata de un asunto fundamental que el modelo económico debería haber
contemplado, porque al margen de no existir en todo el documento ninguna
referencia sobre el Vivir Bien, que debería constituir el norte del modelo,
tampoco parece que se haya tomado en cuenta principios y valores como la
solidaridad, reciprocidad, respeto, complementariedad, armonía y equilibrio que
junto a otros, no deberían ser obviados a la hora de sentar las bases para la
transición al socialismo, puesto que cumplen el rol estratégico de articular
las diferentes formas de organización económica de la economía plural, según se
puede establecer en el Art. 306, inc. III, de la Cuarta Parte que
corresponde a La Estructura y Organización Económica del Estado de la
Constitución Política.
En vista de ello y siendo que más bien se sostiene que “no es la pretensión
del nuevo modelo económico (…) ingresar directamente al cambio del modo de
producción capitalista”, podría afirmarse que esa pretensión no concuerda con
lo estipulado en la Constitución, puesto que no busca el cambio del modo de
producción capitalista, y tampoco contempla aquel conjunto de valores y
principios articuladores de las diversas formas de organización económica que
están orientados a la construcción del socialismo comunitario para Vivir Bien
en armonía con la naturaleza, que a su turno es la base del paradigma alternativo
al capitalismo.
El segundo aspecto está referido a la organización económica comunitaria.
Si se tratase de sentar las bases hacia el socialismo, como plantea el modelo
económico formulado en la publicación del Ministerio de Finanzas, entonces esta
forma de organización económica adquiere una trascendencia gravitante (no por
criterio de quién escribe), sino porque a diferencia de las otras 3 formas de
organización económica que componen la economía plural, en la propia
Constitución Política (ver: Art. 307), el Estado no solo la reconoce, respeta y
protege (como sucede con las otras 3), sino que adicionalmente debe fomentarla
y promocionarla (otorgándole así una categoría preferente), en vista de sus
atributos (también propios y diferentes de las otras formas de organización
económica), que efectivamente contribuyen tanto a la construcción del nuevo
paradigma alternativo al capitalismo del Vivir Bien en armonía con la
naturaliza, como de un socialismo comunitario, que además respondería a las
condiciones materiales e históricas de la realidad y su economía.
El vacío y la ausencia de estos aspectos son notorios en la exposición del
modelo económico planteado, y tampoco se encuentra mención a la necesidad de
promover y fomentar iniciativas y formas de organización económica comunitaria,
que ciertamente implicarían la construcción de nuevas relaciones de producción
y el establecimiento de las bases del socialismo comunitario.
Los bonos soberanos
Otro asunto que ha llamado la atención en la implementación del nuevo
modelo económico, es la decisión de incrementar el endeudamiento del país y
comprometerse a pagar intereses muy atractivos en el mercado financiero
internacional, para las empresas o países que decidan adquirir los bonos
emitidos por Bolivia.
Se trata de un endeudamiento de 1.000 millones de dólares que en las dos
series de bonos emitidos hasta ahora, se ha decidido incrementar los intereses
de la obligación contraída por el país, para hacer más atractiva la compra de
los mismos en el mercado internacional.
Muy en contrario de lo que aconseja un elemental razonamiento económico
(salvo que prevalezca la codicia y una muy alta predisposición consumista),
resulta poco razonable adquirir y/o incrementar el endeudamiento económico,
cuando existen elevadas reservas internacionales que muy bien podrían cubrir
los requerimientos de inversión y gasto de la economía nacional, o la
posibilidad efectiva de acceder a créditos de la banca internacional de fomento
a tasas más reducidas, que los intereses comprometidos a pagar por la
adquisición de los bonos denominados soberanos.
Los argumentos que se han esgrimido para efectuar este endeudamiento
nacional, es que hace muchas décadas que el país había dejado de figurar y
tener reconocimiento en el mercado financiero internacional, y que se
necesitaba recuperar esa imagen perdida. Más allá de lo costosamente veleidoso
de la decisión que reinserta a Bolivia en la máxima expresión del sistema
capitalista imperante, como es el mercado financiero internacional; el problema
es por demás interpelante, porque genera una obligación que embarga la economía
nacional por varios años a intereses de empresas transnacionales que forman
parte del mercado financiero, e incrementa el endeudamiento que debemos pagar
todos los bolivianos, siendo que paralelamente la propia riqueza nacional
traducida en las reservas internacionales, están depositados nada menos que en
la reserva federal de Estados Unidos y otras fuentes menores, pero con el
agravante de que a diferencia nuestra, nos pagan intereses risibles y mínimos.
Es claro que mal se pueden sentar las bases de transición al socialismo, si una
de las medidas económicas de mayor trascendencia nos vuelve a anclar y hacer
dependientes de la máxima expresión capitalista que constituye el mercado financiero
internacional.
Se ha afirmado también que dichos recursos del endeudamiento de los bonos
contraídos por Bolivia, han sido destinados principalmente a la construcción de
obras prioritarias. La pregunta que surge nuevamente al respecto, es por qué se
decide endeudar al país en esos términos, cuando muy bien podían utilizarse los
ingentes recursos acumulados en las reservas internacionales (más de 14 mil
millones de dólares) o, cuando menos y demostrada la imperiosa necesidad
de invertir, haber optado por la captación de créditos que podrían tener más
bajos intereses de pago, que los comprometidos a cubrir por los bonos(¿). Acaso
la credibilidad, solvencia y seriedad económica del país no sirven para eso?.
Al respecto y buscando alternativas menos perniciosas y más acordes al
mandato de construir un nuevo modelo económico alternativo al capitalismo, es
claro que ni siquiera se ha pensado en transformar las relaciones comerciales y
de intercambio entre las naciones, para plantear como base de cooperación mutua
y horizontal, la solidaridad, la complementariedad y la reciprocidad, de tal
modo que podamos llevar adelante las obras que necesitamos, a cambio de aportar
con los medios o recursos que disponemos una vez satisfechas nuestras
necesidades internas.
La confiabilidad de la palabra de los organismos internacionales
Para concluir estas reflexiones en torno al modelo económico nacional,
quisiera referirme a lo que puede denominarse como el retorno o recuperación de
la mentalidad colonial.
El asunto es simple pero de elevada significación económica y política.
Desde hace algún tiempo se ha venido hablando e informando acerca de los
importantes y renovados logros de la economía nacional y los indicadores macroeconómicos,
que entre entras cosas se ha traducido en la emergencia de una nueva clase
económicamente poderosa y que en el pasado había sufrido discriminación étnica
y cultural. Junto a ello, también se ha resaltado con mucha fuerza el tránsito
de una economía débil, pobre y subdesarrollada, a una situación de mediano
crecimiento que la alejaba de su condición de sujeto crítico y preferente para
la atención de la cooperación internacional, de tal modo que ahora, por
ejemplo, ya no se cuenta con condiciones preferenciales para acceder a créditos
blandos como en el pasado.
Al mismo tiempo, esta situación económica se ha traducido en el tránsito y
conformación de capas empobrecidas que se constituyen y pasan a engrosar las
clases medias, con el añadido de que lo hacen en una proporcionalidad
demográfica muy significativa.
Ahora bien, como si estas noticias no tuvieran el peso y la credibilidad
que corresponde cuando son transmitidas por las propias autoridades nacionales,
o lo que es peor, solo adquiriesen la relevancia y confiabilidad necesarias
cuando son ratificadas por otros; se ha podido apreciar en una actitud
típicamente dependiente y colonial (que solo considera válido aquello que es
reafirmado y certificado por terceras personas como si la palabra propia no
tuviese valor y consistencia), las propias autoridades nacionales se han dado a
la tarea de remarcar esos avances, porque el informe y los representantes de
los organismos internacionales (en este caso el Banco Mundial), así lo
confirmaba.
Por si fuera poco a esa actitud colonial que hace depender los avances
económicas alcanzados, a la certificación y la palabra de los organismos
internacionales, no se repara en el hecho de que ese mismo hecho da cuenta
también del engrosamiento de una clase media que en la medida en que no pase a
conformar nuevas relaciones de producción y trabajo (diferentes a las de
explotación capitalista), mayores serán las nuevas condiciones y los nuevos
intereses de clase que defenderá, pero no precisamente para luchar (como
antes), por su liberación, sino para blindar y reforzar el sistema capitalista
que los ampara y promueve.
Como resultado de este razonamiento, podría inferirse que se está en contra
y se repudia el mejoramiento de las condiciones económicas y la ampliación de
las clases medias en el país; cuando en realidad lo que se observa es que se
hace flaco favor al establecimiento de condiciones para construir el
socialismo, si lo que importa es mejorar el estatus y las condiciones de
subsistencia, sin haber emprendido la transformación de las relaciones de
producción que indudablemente permitirán resolver (no mejorar) las causas de la
pobreza.
A pesar de que discursivamente se sostenga que ahora los organismos
internacionales de cooperación contribuyen y apoyan a la construcción del
socialismo; en realidad el beneplácito y la complacencia que ellos manifiestan
públicamente al confirmar el mejoramiento de la economía y la ampliación de las
clases medias, dice todo lo contrario. Mal se puede esperar que ellos sean los
artífices de su propia destrucción y muy ingenuo (por decir lo menos), quien
piense que ha logrado convertirlos o engañarlos.
[1]
Para precisar, sofisma define el diccionario Larousse como un
razonamiento falso o capcioso que se pretende hacer pasar por verdadero.
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