Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Alexis Sossa Rojas
En las últimas seis décadas el saber que se ha
entregado a través de distintos medios, es el del consumo y la subjetivación
del valor estético del cuerpo por sobre todo los otros valores que en él están
inmersos (valor simbólico, cultural, religioso, etc.). Incluso, se ha
establecido un consumo de los discursos corporales; los cuerpos deben ser
bellos, saludables, bronceados, delgados, jóvenes. Ha ocurrido un traslado del
término de belleza hacia el plano físico; la definición de belleza se ha
impregnado de marketing, pues esta pasa a representar un capital
simbólico que puede adquirirse, perderse o incluso comprarse[1].
De esta manera, podemos distinguir que una sociedad
regida por la racionalidad del mercado en donde se compra la belleza y la
delgadez, se revela una situación paradójica, “la Organización Mundial de la
Salud (OMS) alerta sobre la obesidad como epidemia mundial y la Organización de
Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) sobre la
desnutrición a nivel también mundial… pero ambas como enfermedades de la
pobreza” (Aguirre 2004: 34). Vale decir, “la mayoría de los gordos no son ricos
sino pobres y la gordura está situada en el polo opuesto de la belleza. Existe,
además, cierta reprobación moral que categoriza a los gordos como personas
autocomplacientes, débiles de carácter y abandonadas en todo lo que se refiere
al cuidado personal” (Ibid: 19).
Los medios de comunicación de masas proclaman modelos
de excesiva delgadez que patrocinan un arquetipo de belleza, que en el caso de
las mujeres[2], está representado por
jóvenes cuya estatura y peso son características excepcionales, las llamadas top-models.
La publicidad, la moda, son parte de las instancias que han reformado el valor
de la delgadez. La flaqueza se ha tornado distintivo imprescindible asociado a
la autonomía, al éxito profesional, social y, desde luego, al éxito erótico. En
este sentido, el mercado ha sabido sacar provecho, pues la oferta es amplia:
gimnasios, centros de belleza, cirugías estéticas, suplementos nutricionales,
prendas que hacen lucir delgado; o ayudan a adelgazar, productos dietéticos,
cosméticos, fármacos, libros, vídeos especializados, máquinas para la
ejercitación, etcétera.
La contribución de los medios al paroxismo de la
estética personal no se limita a la revaloración de la imagen, pues la
fotografía, Hollywood, la televisión, Internet, etc., no sólo nos muestran que
hay que pensar y apreciar la estética personal; también nos dictan cómo hay que
pensarla y valorarla.Existe un tipo de consumo que toma al cuerpo como su
objetivo, imponiendo unas normas. Y este tipo de prácticas, de atención y culto
al cuerpo, se ha entendido como una nueva forma de consumo, paradojalmente
llamado consumo cultural.
Ahora bien, no todo pasa por el mercado, en una
sociedad disciplinaria el patrón de medida será la norma (Foucault 1998c),
pero, quien no la cumpla, estará más individualizado que el que la cumple. Por
ejemplo, lo normal es estar sano, si una persona tuviese alguna enfermedad, se
le obligará a que se someta a registro, observaciones, visitas al médico,
exámenes, etc. He aquí algo relevante, en la medida que los sujetos se
individualizan, el poder se desindividualiza, corre por todos los canales de
circulación posible colocando mayor énfasis sólo en aquellos que desobedecen o
se alejan de la norma, por ende, la observación y la vigilancia, provienen de
más allá del propio sistema de consumo.
Antiguamente las fajas y los corsés reprimían las
caderas y formaba las cinturas ceñidas, finas, luego vino el “corsé social”, el
apremio tanto de los pares, como de los modelos y arquetipos que circulan por
los medios de comunicación. Por ejemplo, patrones de mujeres apuestas, que las
marcas de innumerables artículos promueven, por citar un caso: rubia, joven,
curvilínea, ojos celestes y delgadísima; ésa que, de tanto observarla en la
televisión, en fotografías, en gigantografías, etcétera, la gente se
familiariza y educa juzgando que es el patrón correcto.
Dado lo anterior, cabe especificar que es a la mujer a
la que mayoritariamente se le invade con estas ideas (Le Breton 2002; Amigo
2002; Ewen 1992; Turner 1989; Eco 2007; Morris 2005), pues en muchas
situaciones, masculinidad es sinónimo, entre otras cosas, de serenidad por el
aspecto propio, mientras que la feminidad encarna una gran preocupación en tal
sentido.
Bajo este orden de ideas, el deleite de ser joven, ya
sea con la asistencia de la cirugía o del ejercicio físico, hermanado a todos
los accesorios que son posibles de comprar, han proporcionado un mercado
distinto; el de la belleza como la gran mercancía. Es este mundo subjetivado en
donde el cuerpo hermoso y delgado es un nuevo santuario. El control del peso se
transforma para muchos en el eje de la vida, el punto de partida de la gran
carrera, ser joven cada vez más, en la medida en que se es menos. Buscar nuevos
atributos al cuerpo, es cambiar la imagen, buscar mayor aprobación[3],
es caminar hacia estar en forma y ser feliz. No obstante, Foucault diría, es
obedecer al sistema normalizador imperante.
El consumo moderno se vislumbra como productor de una
población pasiva y subordinada que, muchas veces, no es capaz de distinguir sus
necesidades reales. El cuerpo como construcción cultural, en esta época hay que
manipularlo para venderlo. Es un objeto palpable que posee influencia y por lo
tanto se lo comercializa. De esta forma se explica el que para muchas mujeres
hoy en día ser bellas se convierta en una fuente de ingresos. El físico en su
puesta en escena actual, funciona según las leyes de la economía de los
discursos; el individuo debe tomarse a sí mismo como objeto, como el objeto más
fausto, que puede instituirse como proyecto económico de rentabilidad.
Featherstone citado por Turner señala: “Dentro de la cultura del consumidor el
cuerpo es proclamado como un vehículo del placer: es deseable y deseoso, y
cuanto más se aproxima el cuerpo real a las imágenes idealizadas de juventud,
salud, belleza, más alto es su valor de cambio”
…
[1] Pages-Delon citado por Le Breton (2002) sostiene que las
apariencias personales son una especie de “capital” para los actores sociales.
Lo llama “Capital apariencia”.
[2] En los hombres el arquetipo obedecería a un cuerpo magro, sin
tejido adiposo, bíceps protuberantes y abdominales sobresalientes, además de
una estatura elevada.
[3] Para Simmel, “la moda es imitación de un modelo dado y
proporciona así satisfacción a la necesidad de apoyo social; conduce al
individuo al mismo camino por el que todos transitan” (Simmel 2002: 44).
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