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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

El pacto de un grado y medio


Por: Eduardo Febbro

Un extenso y ensordecedor aplauso selló el fin de un arduo ciclo de negociaciones que concluyó en París con la adopción, por parte de 195 Estados, del primer tratado “vinculante” de la historia para combatir el cambio climático, el calentamiento del planeta. Con 24 horas de atraso con respecto a la agenda prevista, la cumbre COP 21 logró zanjar las enormes antagonismos entre los países y adoptar lo que el presidente francés, François Hollande, calificó como “el primer acuerdo climático de nuestra historia”. Pese a las rotundas diferencias que opusieron a las 195 delegaciones presentes en la capital francesa, el texto plasma una voluntad inédita hasta ahora y rompe la maldición que arrastraban todas las negociaciones sobre el cambio climático desde el estruendoso fracaso de la cumbre de Copenhague, celebrada en 2009.
El hacedor de lo que parecía imposible es el ministro francés de Relaciones Exteriores Laurent Fabius. Hombre de guantes de seda y de consensos extremos, el canciller francés se llevó todos los elogios posibles por su capacidad “casi artística de negociador”. Fabius juzgó que el pacto global que arquitecturó en París consistía en el “mejor equilibrio posible, a la vez potente y delicado, que permitirá que cada delegación vuelva a su casa con la cabeza en alto y con ganancias importantes”. Hasta quienes estaban en discrepancia al principio reconocen los avances. Juan Carlos Villalonga, representante en la cumbre del gobierno de Mauricio Macri admitió que “tenemos que decir que esto es un éxito”. El jefe de la delegación cubana, embajador Pedro Pedroso Cuesta, señaló a Página/12 que “se trata del mejor acuerdo que se podía obtener en estas circunstancias y que refleja la posición de muchos países”.
Las ONG, aunque críticas, también han moderado sus posiciones ante el resultado final. Las ONG estiman que se trata de un “auténtico giro”, según expresó Jennifer Morgan, miembro del World Resources Institute, para quien, además, el acuerdo “remite une señal fuerte indicando que los gobiernos cerraron filas detrás de la ciencia”. Tasneem Essop, el jefe de la delegación del WWF en la COP21, dijo a Página/12 que “de ahora en más lo que necesitamos es que los gobiernos aceleren sus acciones en términos de reducción de gases contaminantes y a favor de los respaldos financieros necesarios. Pero sí es una victoria moral de peso”. Kumi Naidoo, director de Greenpeace International, observó que si bien es cierto que “las ruedas de la acción dan vuelta con lentitud, al menos en parís estas han girado realmente”. Con todo, Naidoo destacó que “los países que son responsables del problema prometieron escasas ayudas destinadas a las poblaciones que están en la línea de frente del cambio climático”.
Hay muchos puntos de alegría y otros de impugnaciones. La satisfacción general radica en que se trata de un acuerdo vinculante en el cual se ha incluido, aunque sea a largo plazo, la meta consistente en limitar el calentamiento global a menos de dos grados. En lo concreto, se fijó un objetivo para que a final del siglo la temperatura del planeta no supere los dos grados, pero, tal y como lo exigían los países más dañados –en particular los insulares–, se alienta a que redoblen los “esfuerzos para que no se superen los 1,5 grados”. El pacto climático de la capital francesa plantea igualmente la creación de un fondo de financiación de 100.000 millones de dólares anuales destinados a paliar los destrozos del cambio climático en los países más expuestos a ello. El pacto establece la diferencia entre quienes tienen la responsabilidad histórica del cambio climático y cuentan con enormes riquezas y las naciones más pobres, casi siempre víctimas de las primeras. Ese fue el ojo del ciclón que cristalizó la oposición entre el Norte y el Sur. En este contexto, el acuerdo remite al principio de “responsabilidades comunes pero diferenciadas” tal y como figura en la convención de la ONU sobre el clima adoptada en 1992. El monto de 100.000 millones de dólares siempre fue considerado escaso por los países en vías de desarrollo. Sin embargo, esta vez, se contempla una revisión de dicho monto “antes de 2025”. Aunque parezca poco, la sola mención de una fecha y de un posible incremento del fondo representa un progreso considerable. No habrá, sin embargo, ninguna compensación por los daños ya sufridos. El texto admite “la necesidad de evitar y de reducir a lo mínimo las perdidas y los perjuicios asociados a los efectos negativos del cambio climático”, pero, contrariamente a las demandas de los países fuertemente perjudicados, no incluye compensaciones retroactivas.
Con todo, es preciso ser realistas y aceptar que el perjuicio hecho es irreversible. El acuerdo sólo podrá atenuar, pero no detener la maquina destructora. Al cabo de décadas y décadas de abuso y de emisiones de gases de efecto invernadero, el calentamiento del planeta es irreversible. París apunta sobre todo a limitar ese agravante y detener en dos grados la temperatura para anticipar y evitar catástrofes destructoras. Aunque saludado por todos como “histórico”, el acuerdo tiene zonas ciegas, incomprensibles si se lo compara con las primeras versiones del texto que circularon y con los diagnósticos científicos. Por ejemplo, los objetivos de reducción de gases contaminantes a largo plazo son escasos. El acuerdo menciona como objetivo que se fije “en cuanto se pueda un pico para las emisiones mundiales de gas con efecto invernadero”. “Pico”, pero no porcentaje verbalizado. Antes, el texto fijaba como meta una reducción de esas emisiones del orden del 40 al 70 por ciento, e incluso hasta el 95 por ciento. Muchos países juzgaron que esos porcentajes equivalían a una camisa de fuerza y por ello las cifras fueron apartadas del texto. El horizonte que se menciona ahora es 2050 para “llegar a un equilibrio”. Cabe resaltar que el Grupo de Expertos Intergubernamentales sobre la evolución del clima, GIEC, había considerado que era necesario bajar las emisiones mundiales de gases contaminantes entre un 40 y 70 por ciento de aquí a 2050. Otro punto discutible es el de las contribuciones presentadas por cada Estado con la intención de evitar la hecatombe climática. Estas contribuciones no son vinculantes. De los 195 países, 186 presentaron contribuciones. Si se las suman, estas conducen a un aumento de 3 por ciento de la temperatura. El problema está en que cada una de esas contribuciones ha sido anexada al acuerdo, pero no forman partes de la sección “vinculante”. Pero claro, el pacto climático existe y con él se ha roto el desvergonzado ciclo de fracasos heredado de la cumbre de Copenhague. Por ello las organizaciones ligadas al medio ambiente y las ONG hablan de un “marco robusto”. No ha nacido sin dudas una nueva humanidad, pero si se ha esbozado la tenue figura de una humanidad más responsable.
Publicado en Página 12 de Argentina
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