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De la democracia liberal a la democracia social



Por: Carla Espósito Guevara
A mí me gusta la democracia y no la dictadura”, es uno de los tantos slogans sin sentido que forman parte del tedioso repertorio de la oposición. Permítanme evitarme el trabajo de mencionar las obvias diferencias entre una y otra, que resulta insulso repetir acá, para más bien, proponer en este espacio, algunas reflexiones sobre el contenido de la democracia.
Escuchando a la oposición podría deducirse que antes vivíamos en una democracia y hoy ya no, pero ¿era la democracia liberal representativa una verdadera democracia? Unos dirán que sí, yo diría que era una democracia con rasgos oligárquicos, que hacía una distinción muy clara entre masa, fuera del gobierno y clase dirigente, en la que cierta elite sentía que tenía el derecho “natural” de gobernar y dirigir el país.
La democracia liberal representativa, centró sus esfuerzos en ampliar las libertades civiles, garantizar el derecho al voto y el parlamentarismo, fortalecer el rol de los partidos y la ciudadanía individual pero en desmedro de la colectiva, ya que la dilución del poder popular era un ingrediente clave de ese modelo. Si bien intentó ampliar lo público en los espacios locales, lo estrechó para las decisiones estratégicas que quedaron siempre en manos de la partidocracia.
Una gran paradoja de este modelo democrático, no solo en Bolivia, sino en toda América latina, es que, si bien creció la igualdad política, las desigualdades económicas también lo hicieron, produciéndose un nuevo fenómeno: más desigualdad social y económica en tiempos de mayor igualdad política. Hay un relativo acuerdo respecto a que el auge del neoliberalismo condujo en todas partes a un fuerte aumento de la desigualdad. América Latina, en particular, hasta el 2010 se consideraba una de las regiones en que la democracia estaba más consolidada, pese a ser la más desigual en términos económicos.
Esta paradoja, en realidad ratifica una contradicción inherente a la democracia liberal: el hecho de que ésta se asienta sobre un principio básico y fundamental que es el reconocimiento de las libertades jurídico políticas de los ciudadanos ante la ley, pero deja subsistir, o mejor sería decir que necesita reproducir de forma ampliada la desigualdad de las condiciones materiales de vida y de trabajo.
Ocurre que el modelo liberal representativo, tan añorado por las elites bolivianas, carece de
algo fundamental que es la democracia social. La democracia, al ser invadida por el neoliberalismo fue despojada de todo su contenido social, convirtiéndose en puramente política. La ola de movimientos sociales ocurridos entre el 2000 y el 2005 fue, entre otras cosas, una crítica a este vaciamiento de lo social, que se expresó en las demandas de una mejor forma de distribución de la riqueza. Lo cierto es que la democracia no funciona en condiciones de desigualdad, su superación es condición básica de una verdadera democracia.          
El modelo democrático que surgió de aquellas protestas, además de haber abierto lo público a otros sectores y temas que antes estaban excluidos de la toma de decisiones, tuvo el mérito de incorporar la dimensión social olvidada y avanzar en la reducción de la pobreza y las desigualdades. Una sociedad más igualitaria es una de las condiciones de una sociedad más democrática y más participativa.
Entonces, cuando la derecha reclama que vivimos en una dictadura, remitiéndose únicamente al tema de las libertades civiles y políticas, es que no aprendió nada de la historia y sigue enfrascada en la visión estrecha y cercenada de la democracia liberal que era, ciertamente, menos democrática que la actual. 
 Socióloga
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