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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

Venezuela como estrategia


Por: Alejandro Fierro

Tal avalancha mediática sobre Venezuela se está intensificando en estos días de campaña electoral. No hay entrevista o debate en los que los candidatos del Partido Popular, Partido Socialista o Ciudadanos o sus periodistas afines no saquen el tema.

En mayo, los noticiarios de la televisión pública española dedicaron 71 minutos a Venezuela pero tan sólo 31 minutos al desempleo, según un estudio del Consejo de Informativos, órgano que representa  a los periodistas del propio medio. A duras penas se puede esgrimir que lo que ocurre en el país caribeño sea más interesante para la ciudadanía española que el paro, cuando el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) señala que el desempleo es la primera preocupación de los españoles (50%), seguido por la corrupción (19%) y los políticos (8%). Cabe recalcar que Venezuela no figuraba entre los 43 asuntos mencionados como problema por los encuestados.
También en mayo, los servicios consulares venezolanos registraron más de 3.000 noticias sobre su país en la prensa española, lo que equivale a 300 informaciones al día. Dichas fuentes señalaron que probablemente serían muchas más, puesto que se limitaron a los principales medios, quedando fuera de su radar multitud de periódicos, radios, televisiones y páginas web, en especial los de ámbito local.
Tal avalancha mediática sobre Venezuela se está intensificando en estos días de campaña electoral. No hay entrevista o debate en los que los candidatos del Partido Popular, Partido Socialista o Ciudadanos o sus periodistas afines no saquen el tema.
El motivo es evidente. Se trata de frenar a Unidos Podemos, la coalición encabezada por el partido emergente Podemos. Las encuestas la sitúan ya como segunda fuerza a menos de cuatro puntos del Partido Popular, cuando todavía quedan dos semanas para las decisivas elecciones del 26 de junio y, por tanto, la posibilidad de seguir acortando distancias continúa abierta. El hecho de que algunos dirigentes de Podemos realizaran trabajos de consultoría para el Gobierno de Venezuela es la base que  sustenta esta táctica.
Pero más allá de esta obviedad, conviene analizar en profundidad esta estratagema electoralista, puesto que revela las claves del cambio radical que se ha producido en el panorama político español a raíz de la crisis económica que comenzó en 2008.
El eje de disputa en el que se ha movido el sistema democrático español desde 1977 es el ideológico, derecha-izquierda, que ha beneficiado a las dos formaciones del bipartidismo con ligera ventaja para el PSOE. De hecho, este último, que en los años 90 culminó su viraje de la socialdemocracia al social-liberalismo, se sigue manteniendo gracias a que parte del electorado lo considera una opción de izquierda.
La irrupción de Podemos supuso la incorporación del eje de la situación económica, el eje arriba-abajo, los que tienen mucho o todo frente a los que tienen poco o nada. Esta dicotomía rompía los límites más rígidos de la formada por derecha-izquierda y permitió al nuevo partido construir su fulgurante ascenso.
Hay un tercer eje que se superpone a los dos anteriores y es el de la edad, El voto en España está fracturado entre los jóvenes, donde Podemos logra sus mejores resultados, y los mayores de 55 años, franja en la que el PP y en menor medida el PSOE tienen su granero de apoyos. La peculiaridad es que se trata de un país sumamente envejecido, con una media de edad de 43,2 años (décimo en el mundo y las proyecciones de Naciones Unidas es que en 2030 sea el cuarto). La mayor cantidad de sufragios se concentra en las capas etarias más elevadas.
La aparición de Podemos y Ciudadanos ha supuesto un mayor reparto del voto. Ya nadie volverá a ganar unos comicios con los habituales porcentajes en torno al 40% que se venían registrando desde 1977 y cuyo récord lo sigue ostentando el PSOE de Felipe González, que en 1982 venció con un 48%. Los resultados de la cita electoral del pasado 20 de diciembre confirman este escenario. El PP fue el partido más votado y apenas alcanzó el 28% de las papeletas, seguido por el PSOE (22%); Podemos (20%) y Ciudadanos (13,94%). El sondeo preelectoral del CIS ratifica esta tendencia y establece los siguientes valores para las próximas elecciones: PP, 29%. Unidos Podemos, 25%. PSOE, 21% y Ciudadanos, 14%.
Esta reducción del espacio de crecimiento obliga a los dos partidos tradicionales a fidelizar al máximo su base electoral. Al ser cada vez más difícil captar voto ajeno, fluctuante o indeciso, PP y PSOE se vuelcan en movilizar a sus votantes. Cualquier voto habitual que se refugie en la abstención o viaje a alguna de las nuevas propuestas es una pérdida irremediable, puesto que no tienen otros caladeros en los que reponer lo perdido. Los mensajes generalistas se abandonan en favor de aquellos dirigidos específicamente a sus nichos de voto.
En este marco, el PP ha hecho una lectura acertada del citado eje de edad jóvenes-mayores. El 60% de sus votantes supera los 55 años. Es un perfil conservador -en lo político pero sobre todo en lo social-, jubilado y pensionista en su mayoría, renuente a los cambios y anclado en el bipartidismo, apenas consume redes sociales pero es un devorador compulsivo de televisión, que fagocita de forma acrítica en la creencia de que la imagen no puede mentir... Jamás votaría a otro partido, pero sí que algún porcentaje se podría abstener, al estar sumamente enfadado por los gravísimos casos de corrupción que carcomen al PP y que, como se ha indicado con anterioridad, constituyen el segundo gran problema para la mayoría de los españoles. Ya ocurrió en las elecciones de 2004. Parte de este electorado no fue a votar al considerar que el Gobierno de Aznar estaba mintiendo sobre la autoría de los atentados en los trenes de Madrid en los que fueron asesinadas 193 personas. La derecha terminó perdiendo unos comicios en los que partía como clara favorita según todas las encuestas.
Para conjurar este riesgo de abstención, el PP utiliza el tema de Venezuela y su supuesta vinculación con Podemos. Parece decirle a este votante mayor: "Entiendo tu enfado por la corrupción, pero si no votas, vendrá algo peor, que es Podemos, y Podemos es Venezuela". A la formación que lidera Pablo Iglesias no se le concede el beneficio de la duda. Los efectos de sus políticas ya están demostrados. Venezuela es el ejemplo. Para que esta estrategia funcione es obligatorio llevar a cabo una manipulación informativa que no cumpla ni unos mínimos deontológicos y que está compuesta por medias verdades, medias mentiras y absolutas falsedades. Cuando se le dice al televidente que el país se muere de hambre -lo cual es totalmente falso, no se conoce ni un solo caso de fallecimiento por desnutrición-, en realidad no se le está hablando de Venezuela, sino de España: esto es lo que ocurrirá si gobierna Unidos Podemos.
PSOE y Ciudadanos se han sumado con mayor o menor fortuna a esta práctica. Los primeros juegan a la carta de la moderación y presentan a Unidos Podemos como unos radicales en consonancia con el supuesto extremismo chavista, resucitando incluso fantasmas de la Guerra Fría como las apelaciones a la hoz y el martillo o a la desaparecida Unión Soviética. Por su parte, el líder de Ciudadanos, Albert Rivera, visitó hace unos días Venezuela en un desesperado intento por captar unos focos mediáticos cada vez más alejados para su formación, la cuarta en discordia.
Los resultados de esta estrategia esencialmente cortoplacista -el tiempo hará su trabajo y los perfiles de los votantes mayores terminarán por cambiar- no se sabrán hasta el 26 de junio. Lo único que se puede asegurar es que Venezuela planeará sobre toda la campaña, en un todo vale que por momentos roza el ridículo. Hace unos pocos días, Pedro Casado, un destacado dirigente del Partido Popular, difundió en las redes sociales las imágenes de una revuelta en Venezuela protestando por el hambre que resultaron ser del Congo. Cuando en un debate televisado Pablo Iglesias le dijo a Albert Rivera que la sociedad española estaba madura, éste le respondió: "Maduro, ese es tu modelo". Y al señalarle Iglesias que al electorado "le suena a chino" la utilización de Venezuela como arma de ataque, le espetó: "China, en China hay comunismo". Argumentaciones propias de un patio de colegio. O incluso inferiores. Los colegiales que bombardearon a preguntas al líder de Podemos en un programa de televisión demostraron mayor nivel.





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