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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

La vengadora del Che

Por: Hernando Calvo Ospina
El coronel boliviano Roberto Quintanilla le hizo amputar las manos al recién asesinado Ernesto Che Guevara. Fue un terrible ultraje el que cometió ese 9 de octubre de 1967. Por ello se convirtió en el hombre más odiado de la izquierda en el mundo, que en esa época era numerosa y radical.
Dos años después, el 9 de septiembre, le rompió la columna vertebral a culatazos al detenido Guido “Inti” Peredo, antes de asesinarlo. Inti, uno de los cinco sobrevivientes de la guerrilla del Che en Bolivia, era líder guerrillero.
Temiendo por su vida, el Gobierno lo nombró cónsul en Hamburgo, Alemania. El 1° de abril de 1971, hacia el mediodía, fue ejecutado. Una elegante mujer en falda, esbelta, con una peluca rubia y de lentes le pegó tres tiros. Murió al instante. Para pedir la cita, ella se hizo pasar por australiana en busca de información turística. El mismo Quintanilla la atendió en su oficina. Luego de un forcejeo con la ya viuda, escapó sin dejar pistas certeras. Antes de salir del edificio soltó la peluca, el revólver y el bolso. Este contenía un trozo de papel donde se leía: “Victoria o muerte. ELN”.
La noticia dio la vuelta a la tierra. Muchísimos la celebraron. Una mujer en alguna parte dijo: “Para la venganza ningún camino es largo”. Por simple sospecha, la policía alemana sindicó a Monika Ertl. La gran prensa, como siempre, repitió y repitió. Entonces empezó la cacería.
Ella había llegado a Bolivia en 1953, cuando tenía quince años. Llegó con su madre y hermanas para juntarse a su padre Hans. Este llevaba tres años en la Chiquitania, a unos cien kilómetros de Santa Cruz. Ahí, en esas planicies casi vírgenes, que hacen frontera con Brasil, se sintieron como conquistadores.
Hans, en particular, estaba escondido. Huido. Como fotógrafo y cineasta, durante la Segunda Guerra Mundial había sido uno de los grandes propagandistas del nazismo. Se le conocía como “El Fotógrafo de Rommel”, por haber servido mucho tiempo a este mariscal, uno de los hombres más poderosos del Tercer Reich.
Cuando las tropas soviéticas entraron a Berlín el 2 de mayo de 1945, derrotando a las nazis, Hans pudo huir ayudado por los servicios de espionaje militar estadounidenses y el Vaticano. A cambio, entregó la información que tenía.
No se sabe cómo él había adquirido tres mil hectáreas de terreno, pues cuando llegó a Bolivia su tesoro era una chaqueta. Era la misma que portaban los oficiales nazis, diseñada y fabricada por quien llegaría ser mundialmente famoso: Hugo Boss. Sus máquinas las operaban prisioneros franceses, principalmente.
Monika, entonces, había vivido su niñez entre la efervescencia del nazismo. Ahora, en Bolivia, como adolescente, su mundo debió ser totalmente diferente. Pero socialmente no lo fue tanto, porque su hogar era un ir y venir de nazis prófugos, aunque protegidos por Estados Unidos.
Monika se casó en 1958 con otro alemán y se fueron a vivir al norte de Chile, cerca a las minas de cobre. Casi diez años soportó la vida de hogar. Ver las desventuras de los mineros le hizo cambiar su visión del mundo y sus humanos. Se fue a vivir en La Paz y fundó un hogar para huérfanos. Crecida entre racistas, pasó a convivir en las comunas repletas de indígenas.
También empezaron sus contactos con la izquierda boliviana. Viajando en busca de financiamiento para su proyecto, hizo estrechas relaciones con la europea, principalmente alemana. Según su hermana Beatrix, Monika era “una mujer eléctrica con mucha adrenalina, que tenía un amplio abanico de amistades”.
Para ella el Che Guevara “había sido un Dios”, contó Beatrix. Su asesinato le había impactado y dolido terriblemente. Por tanto su integración al Ejército de Liberación Nacional, ELN, fue normal: había sido la guerrilla del Che. No fue una combatiente sino una miliciana encargada de apoyo logístico, tarea que implica más riesgos que estar en la montaña. Su nombre de guerra era “Imilla”, que en idioma aimara significa “niña india”.
Contó su hermana: “ella estaba decidida a cambiar el mundo”. Desde un comienzo sus posiciones políticas le trajeron desacuerdos con el padre. A pesar de ello, él le permitía que usara una gran casa que la familia tenía en la capital. Lógicamente, ella la utilizó para esconder armas y guerrilleros. El día que Monika fue hasta “La Dolorosa”, como se llamaba la hacienda, a pedirle que le dejara construir ahí un campo de entrenamiento, Hans le ordenó que se largara para siempre. Durante los cuatro años de clandestinidad, le escribió a su familia solo una vez por año. Siempre les dijo que estaba bien. En 1969 fue su último correo: “Adiós, me voy y no me verán nunca más”. Así fue.
La casa de La Paz escondió a Inti Peredo. También fue testigo regular del apasionado romance que Monika mantuvo con el dirigente guerrillero. El se convirtió en su gran amor.
Desde la ejecución de Quintanilla ella pasaba más tiempo por fuera de Bolivia, especialmente en Cuba y Francia. Tenía un pasaporte argentino falso. A pesar de que varios servicios de inteligencia estaban tras su pista, encabezados por los alemanes y la CIA, se movía con cierta facilidad.
El Ministro del Interior boliviano ofreció por ella una recompensa más alta que la prometida por el Che Guevara. Una vez el padre vio el cartel con los “terroristas” más buscados, así como su precio. Ella estaba. Dicen que eso le causó profunda vergüenza.
Había un hombre que la conocía muy bien: era el “Tío Klaus”. Así su padre le había enseñado a llamar a ese hombre que se decía comerciante y de apellido Altmann. Monika tardó muchos años en saber que su verdadero nombre era Klaus Barbie, un “criminal de guerra”. En 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, había sido jefe de la tenebrosa Gestapo de Hitler, en la ciudad francesa de Lyon. Torturó, asesinó o envió a los campos de concentración a unas cuatro mil personas. Por su crueldad se le llamó El Carnicero de Lyon. Al finalizar la conflagración los servicios de seguridad franceses lo quisieron detener, pero se había esfumado. Es que lo protegía un gran poder: la contrainteligencia del Ejército estadounidense (Counter Intelligence Corps, CIC). El asesino era importante por todo lo que sabía del espionaje soviético y de la resistencia organizada por el Partido Comunista Francés. El CIC adujo que lo realizado por Barbie solo habían sido “actos de guerra”.
Con la ayuda del Vaticano, en 1951 fue enviado a Argentina, de donde pasó a Bolivia. Ahí obtuvo la nacionalidad, convirtiéndose en brazo derecho de la CIA y asesor de las dictaduras. Sí era un “comerciante”, como se le contaba a Monika, pero de cocaína y armas.
“Barbie sabía todos los movimientos de mi hermana, los tenía bien estudiados” , contó Beatrix. Claro, con los contactos que tenía era normal, pues se asegura que también colaboraba con la policía secreta alemana. Desde que Monika salió de Europa la última vez, e ingresó a Bolivia, venía siendo seguida.
Parece que durante unos pocos días Barbie le perdió el rastro en La Paz. Hasta que el criminal la volvió a ubicar en el centro de la ciudad. Ella iba vestida como una hippie o una gitana. El la reconoció por sus piernas esbeltas y desgarbadas y los lóbulos alargados de las orejas. Inmediatamente llamó al Ministerio del Interior para que se encargara del resto. Entonces se envió a los “negros”, como se le decía a los matones encargados del trabajo sucio.
Monika estaba acompañada de un argentino. Cuando llegaban a la casa de su padre una vendedora les advirtió del peligro: el lugar estaba allanado y el sector militarizado.
Tres días después, en El Alto, un municipio colindante con la capital, los ubicaron. Era el 12 de mayo de 1973. Aunque había sido una casa de seguridad, clandestina, estaba localizada por la policía. La guerrillera y su compañero resistieron el asalto hasta que se les acabó la munición. La policía informó que habían muerto en el combate. Años después, el padre dijo que a ella la habían torturado antes de asesinarla.
La familia se enteró por la prensa, pues fue portada en todos los diarios y noticieros. Las hermanas se comunicaron con la embajada alemana para reclamar el cadáver: apenas se movieron. Se contentaron con la respuesta del Ministerio del Interior: “ella tuvo cristiana sepultura”. Igual se les dijo a ellas. El padre no quiso mover un dedo.
Hasta hoy el cuerpo está desaparecido. Tan solo existe una placa rústica a la entrada de un cementerio en La Paz que dice: “Aquí yace Monika Ertl”. Cuenta Beatrix que un día vio a Barbie en la calle. “Me saludó atentamente y dijo ‘qué pena lo que le sucedió a tu hermana, lo siento’. Yo ni sentí rencor hacia él. Solo queríamos su cadáver […] Yo no supe si fue él el que la mandó a asesinar”.
Barbie, al fin, fue extraditado a Francia en febrero de 1983. Murió encarcelado el 25 de septiembre de 1991. Monika vengó el vil asesinato de esos grandes dirigentes revolucionarios, el Che e Inti, quienes también eran sus héroes. El fiscal de Hamburgo la acusó, pero cerró el caso sin poderlo resolver.

Cuando asesinaron a la guerrillera, gobernaba en Bolivia el dictador Hugo Banzer. Por coincidencia, él era vecino de los Ertl en la hacienda. El padre nunca quiso preguntarle por el cuerpo de quien un día fuera su hija preferida. Cuando no podía evadir el tema, solo decía: “ si la mandó a matar, habrá tenido sus razones”.

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