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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

Por las pampas de Sora-Sora



Por: Domitila Chungara
En el 64 había muchos problemas, sobre todo en La Paz. Y hubo una medida muy fuerte tomada en contra de la clase trabajadora.
Y ocurrió que hubo una manifestación en Oruro, donde murieron varios estudiantes. La secretaria del Comité (de amas de casa mineras) me dejó como secretaria interina y se fue a Oruro para el velorio, con algunos compañeros. Allí los apresaron, los patearon y encarcelaron.
Y resulta que el gobierno quería tomar las emisoras de las minas para que no se haga una campaña de solidaridad. Nos dijeron que el ejército estaba por entrar a las minas. La radio de Huanuni estaba en cadena con Siglo XX y pidió auxilio. Los trabajadores de Siglo XX se movilizaron para ayudarlos, como de costumbre.
Llegó la noticia de un enfrentamiento de los trabajadores con el ejército, que había varios heridos y que un camión lleno de gente había desaparecido. En el Sindicato estuvimos haciendo guardia, cuidando de los bienes sindicales. Las esposas de los que habían ido a colaborar estaban alrededor del Sindicato, tratando de averiguar algo respecto a lo ocurrido, quiénes eran los muertos, quiénes eran los heridos.
Escuchamos por la radio un comunicado que decía que habían ubicado al camión con heridos que estaban en el camino. Y que el ejército no dejaba avanzar a nadie, ni siquiera a la ambulancia.
Y la gente pedía que nos movilizáramos. “Hay que ir, hay que ir”, nos decían. Pero no teníamos movilidad. Entonces, las amas de casa hicimos una campaña pidiendo solidaridad a la población civil de Llallagua, la cual respondió bastante bien. Y nombramos comisionadas para ir a recolectar víveres, medicamentos, dinero. Con todo eso preparado, logramos contratar un vehículo donde cabíamos diecisiete mujeres. Pero con suma precaución aceptó el chofer llevarnos. Y no quiso ir hasta el lugar de los acontecimientos, sino que nos dejó cerca a Huanuni. Nombré a otra secretaria general interina para que se quedara en Siglo XX.
Llegadas a Huanuni, nos enteramos de que los de Siglo XX ya no estaban en ahí, estaban mucho más adelante combatiendo por las pampas de Sora-Sora, porque en la noche habían avanzado y habían sorprendido al ejército. Era una cosa muy especial, porque los trabajadores no tenían armas, solamente dinamitas.
Me encontré con la secretaria general de las amas de casa de Huanuni. Ella estaba esperando familia de unos siete meses y yo de cuatro. Y me dijo:
—Compañera, hay heridos que el ejército no deja recoger. Pero nosotras vamos a procurar hacerlo. Súbase a la ambulancia.
En el camino, cuando ya nos acercábamos al local donde estaban los heridos, dispararon contra nosotros. Nos hicieron parar y dijeron:
—No va más allá.
La señora dijo a los camilleros que fueran a recoger los heridos, pero no quisieron. Entonces les ordenó:
—Sáquense sus guardapolvos.
Y a mí me dijo que me pusiera uno.
—O es que usted tiene temor —me preguntó.
Sinceramente, yo tenía temor, porque era la primera vez que me enfrentaba con una cosa grande y peligrosa. Me hice un poco fuerte y le respondí:
—Muy bien, señora, vamos
Me puse el guardapolvo. Bajamos las dos.
—Que vean bien que somos mujeres —decía ella—, suéltese bien sus cabellos.
Luego agarró un palo y una servilleta blanca. Y con eso como bandera comenzamos a caminar y caminar. Ella y yo en la pampa. Nos tiraron un disparo que pasó bien cerquita... casi me volvió sorda.
—No hay que demostrar miedo, hay que seguir yendo y seguir yendo —decía ella.
Y veíamos cómo nos observaban con sus lentes. Pero seguimos avanzando, avanzando, y ya no nos hicieron nada.
Empezamos a rastrear el suelo por donde veíamos huelas de sangre y comenzamos a levantar a los heridos. Pero era un esfuerzo de “titanes” que teníamos que hacer las dos. Porque, imagínese: ella embarazada, yo embarazada, levantábamos los cuerpos y los llevábamos hasta cierto lugar. De allí hacíamos seña a la ambulancia y los camilleros venían con la camilla para recogerlos y llevarlos. Nosotras regresábamos nuevamente a buscar otro. El ejército no dejaba y no dejaba avanzar la ambulancia.
Así que estuvimos totalmente agotadas, porque trabajamos gran parte del día. Al final ya los camilleros nos ayudaron, porque tampoco podíamos aguantar solas. Entonces íbamos, un hombre y una mujer, y el ejército ya no nos molestó.
Cuando regresamos de aquello, nos dimos cuenta que las otras compañeras habían preparado comida y la estaban sirviendo a los de Huanuni y no así a los de Siglo XX, que estaban en el cerro. Entonces yo les dije que aquella comida no debía ser servida allí. En camión volvimos a Sora-Sora, hasta donde pudo avanzar la movilidad. Después, a pie tuvimos que subir los cerros donde estaban los compañeros cuidando para que no avance el ejército.
Sumamente agotadas bajamos del cerro y volvimos a Huanuni. Los compañeros nos habían dado la misión de pedir ayuda, de conseguir dinamita, porque ya se estaba acabando la que ellos tenían. Pero en Huanuni no nos hicieron caso y no fue nadie a reemplazarlos. Y como no podían ya defenderse, finalmente regresaron los trabajadores totalmente decepcionados a Huanuni.
Y resulta que un camión había seguido y seguido al ejército y, de repente, cuando el ejército retrocedió, los compañeros se dieron cuenta de que estaban solos. Y dieron vuelta. Pero encontraron a muchos trabajadores en el camino, que les pedían por favor que los llevaran. Así que el chofer de aquel camión, tres veces volvió a la pampa y tres camionadas de trabajadores trajo a Huanuni. Los compañeros tenían sed, tenían hambre, y no había té, no había agua. Era más de media noche. Estábamos en el Sindicato de Huanuni.
Entonces el dirigente de allí nos dijo:
—Compañeras, puede ser que el ejército entre esta noche y tome medidas contra todos los que estuvieron en el cerro. Entonces yo quisiera que ustedes más bien se vayan al hospital. Hemos conseguido allí algunas camas. Vayan ustedes más bien a acostarse. No es posible que ustedes hayan trabajado tanto y ahora les ocurra algo.
A nosotras nos pareció esto lo más correcto, lo más prudente, y nos fuimos al hospital a dormir.
Al día siguiente, bien temprano, pedimos su colaboración al director del hospital y preparamos un desayuno para todos los compañeros de Siglo XX que estaban en Huanuni. Nos prestamos jarras y jarras. Y claro, hubo desconfianza del personal en prestarnos aquello. Entonces dejamos como prenda a tres señoras de nuestro grupo; ellas debían quedarse allí hasta que nosotras regresemos con todos los utensilios. Y luego, como teníamos el dinero que nos habían regalado los de Llallagua, nos fuimos a la panadería y llenamos las mantas de pan. Compramos todo lo que podíamos. Tempranito nos fuimos, las catorce mujeres, a servirles el desayuno a los compañeros. Había que ver qué felices estaban en poder servirse de algo...
Fuimos al hospital a ver los heridos, los que se podía trasladar a Siglo XX y los que no se podía trasladar. Y allí vimos a algunos que ya pensábamos muertos, pero que habíamos salvado, pese a que estaban bastante heridos. Y uno de ellos, incluso, fue dirigente hasta hace poco tiempo.
El ejército no entró esa noche. Ya había muchos problemas en La Paz. Y algunas semanas después, hubo como un golpe de Estado y el presidente Paz Estenssoro tuvo que abandonar el país.
Del libro “Si me permiten hablar” Testimonio de Domitila una mujer de las minas de Bolivia, de Moema Viezzer
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