Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Yuri F.
Tórrez
Tal parece que preguntar acerca de las personas que
fallecieron durante la denominada “guerra del gas” incomoda tanto a unos como a
otros. Por un lado, a los unos que, con el afán de garantizar la venta de gas a
Chile aún a sabiendas de que era un tema sensible para la población boliviana,
ordenaron disparar a quemarropa en octubre de 2013 contra los sublevados de El
Alto. Y a los otros que se subieron al ataúd de los muertos para proclamar a
los cuatro vientos el fin del neoliberalismo y prometieron, en homenaje a los
caídos de octubre, realizar todos los esfuerzos para que la justicia caiga con
todo rigor sobre los culpables de aquella matanza.
Han pasado varios años desde entonces, 13 para ser
exactos. Los presuntos responsables se cobijaron principalmente en territorio
norteamericano, con el ardid de que en Bolivia no “tendrían un juicio ecuánime”,
lo que hasta ahora les ha permitido zafarse cobardemente del juicio de
responsabilidades. Este tema también incomoda a las autoridades gubernamentales
que en un principio no tuvieron la voluntad política para impulsar la extradición
de los responsables, aunque posteriormente se reivindicaron agilizando los trámites
para tal efecto, y evitar así que la impunidad campee; trámites que dicho sea
de paso estuvieron plagados de desprolijidades al principio.
En julio de 2015, Gonzalo Sánchez de Lozada se presentó
a una comparecencia de siete horas en una de las salas del bufete legal Akin
Gump Strauss Hauer & Feld, en Estados Unidos, en la que también
participaron su abogada defensora y el representante legal de las víctimas de
la “guerra del gas”. En esa ocasión cínicamente Sánchez de Lozada dijo que
olvido o no sabía acerca de las muertes registradas durante la masacre de
octubre de 2003. Incluso con un descaro que indigna afirmó que en ese momento “estaba
despojado de su poder” y defendió a ultranza a su exministro de Defensa Carlos
Sánchez Berzaín, y con un cinismo impresentable prefirió culpar a los militares
de la matanza. Ese cinismo de Sánchez de Lozada cuenta con la protección del
Gobierno de Estados Unidos, que hasta el momento no ha viabilizado la extradición
del expresidente boliviano ni de su exministro. Mientras tanto, los familiares
de los 72 muertos y más de 420 heridos peregrinan clamando justicia para sus
seres queridos; gastando los pocos
recursos que tienen en abogados y
con un dolor a cuestas aferrándose a la esperanza de que los (presuntos)
culpables vuelvan algún día al país a enfrentar el juicio de responsabilidades
que les corresponde para que sus muertos descansen en paz. Y para colmo, años
atrás tuvieron que soportar el pedido de amnistía en favor de los responsables
de esta matanza formulada por los obispos bolivianos en “aras de crear un clima
de paz en el país” y como “gesto de reconciliación”. Acaso esos señores obispos
no sabían que aquella matanza incluso se asemeja a una cacería de lobos, que
empezó con la muerte de un niño de cinco años que había salido al balcón de su
casa y recibió un tiro certero de los militares parapetados en el puente de la
Ceja de El Alto, y con línea directa a la casa del niño.
En ese confuso juego político se encuentran las
verdaderas víctimas que desesperadamente, pero con el ímpetu intacto, buscan la
justicia de uno de los crímenes colectivos más malsanos de nuestra historia
reciente, al extremo que solo recordar esos hechos luctuosos nos pone la piel
de gallina. Este simulacro, “octubre negro” representa una piedra de toque que
devela la persistencia de una mentalidad constreñida en la que los culpables se
refugian en una impunidad grotesca. Es decir, una historia que es solo “la
furia y el ruido”, como dice el entrañable Shakespeare.
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