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Agua y sangre


Por: Verónica Córdova
Hay quien dice que la letra entra con sangre, y que solo se aprende cuando duele. Eso estamos experimentando los paceños cuando, de pronto, hemos tenido que aprender a cuidar el agua... porque ya no la tenemos.
Más allá de la responsabilidad de EPSAS en el cruel racionamiento que está afectando a la mayoría de los barrios paceños, lo cierto es que hace mucho sabíamos que la zona altoandina es especialmente vulnerable al cambio climático, porque a mayor altura, es también mayor el incremento de la temperatura. Que lo digan los pescadores de la zona del Poopó, que ya no pescan. Que lo digan los esquiadores de Chacaltaya, que ya no practican su deporte. Han tenido que aprender, a la mala, que el cambio climático ha dejado de ser una posibilidad futura.
En Cochabamba, desde que yo era una niña se raciona el agua los últimos meses del año, hasta que llegan las lluvias. Y ahora que el racionamiento parece permanente, la gente se ha acostumbrado a reutilizar el agua del lavado, a bañarse cortito y poquito, a usar la misma ropa hasta que se pare sola, y a no preocuparse si el auto o la acera o el patio están mugrosos. Los paceños debemos seguir el ejemplo: este racionamiento de agua no es un evento temporal, va a continuar de manera recurrente mientras duren los efectos del cambio climático; o sea: por varios millones de años.
No es culpa de EPSAS, ni de la sequía, ni del teleférico, ni las alfombras persas. Es resultado de un estilo de vida global y de la incapacidad colectiva de transformar nuestros patrones de consumo. Los ricos, que han disfrutado una vida cómoda por casi un siglo ininterrumpido, estarían locos si aceptaran que les quiten su aire acondicionado, su tasa de automóviles por cabeza y su acceso ilimitado a todos los bienes de consumo. Los pobres, que apenas están empezando a conocer lo que es la comodidad y el acceso a bienes de consumo, estarían locos si permitieran que les arrebaten la posibilidad de tener el estilo de vida que los ricos tienen hace casi un siglo. Y sin embargo, la única posibilidad de frenar en seco los efectos devastadores y ya muy reales del cambio climático es frenar en seco el estilo de vida de consumo ilimitado al que nos hemos acostumbrado.
Es una paradoja global: lo que el planeta necesita para evitar el colapso climático es que la humanidad limite su consumo de recursos; pero lo que la economía mundial necesita para sostener su nivel de crecimiento es una expansión mayor en el uso y transformación de los recursos. Las leyes de la economía humana están, así, en abierto conflicto con las leyes de la naturaleza. Y cualquiera que ha intentado domar el viento o predecir la lluvia o sortear una tormenta sabe que contra la naturaleza no se gana.
Si en diciembre comienza a llover, como dicen que pasará, tal vez el agua en las represas vuelva a subir y los racionamientos disminuyan o hasta terminen. Entonces los paceños volveremos a creer que todo está bien, y volveremos a lavar nuestros autos con mangueras y volveremos a usar más agua que la necesaria. Quizá algunos tomemos conciencia y empecemos a reciclar el agua de la lavadora o aprovechemos que en La Paz no hace tanto calor, y por tanto no se transpira y volvamos a usar la misma ropa algunas veces antes de lavarla; pero no basta. Así como no basta reciclar la basura, usar el papel por ambas caras, evitar las bolsas plásticas y otras medidas que nos hacen sentir que estamos poniendo nuestro granito de arena para evitar la destrucción del planeta. La verdad es que, como especie, ya hemos hecho más que suficiente para elevar la temperatura del planeta a niveles irreversibles. Solo si de hoy a mañana todos cambiáramos nuestro nivel de consumo hasta equipararlo con la Edad Media habría chances no de revertir, sino solo de frenar el cambio climático. Y eso no va a suceder, porque a los humanos la letra solo nos entra con sangre.
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