Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por:
Atilio A. Boron
Sería difícil exagerar la trascendencia
nacional e internacional de las elecciones presidenciales que tendrán lugar en
Ecuador el próximo domingo. En una nota anterior nos referimos a ellas hablando
de una nueva “batalla de Stalingrado” en donde se juega el futuro de los tan
hostigados procesos progresistas y de izquierda en América Latina y el Caribe.
Una derrota de la Alianza País significaría poco menos que la clausura del
ciclo iniciado a fines del siglo pasado. Caída la fortaleza ecuatoriana el
cerco se cerraría sobre Bolivia y Venezuela, acosadas por el recrudecimiento de
la virulencia de la oposición y, en el caso de la segunda, también por los
tremendos efectos de la crisis económica desatada por una perversa combinación
de factores locales e internacionales. Y Cuba perdería un gobierno amigo, cosa
que no es una cuestión menor para la isla en un escenario internacional como el
actual.
Por el contrario, una ratificación general
del curso político seguido por Ecuador desde la elección del presidente Rafael
Correa sería un valioso y oportuno reaseguro para esos países y un
significativo aliento para los partidos y movimientos sociales que resisten a
la restauración conservadora en Argentina y Brasil y para los pueblos que
luchan en contra de gobiernos de inequívoco signo neoliberal desde México hasta
Chile, pasando por Colombia, Perú y otros países de la región. Sería una muy
positiva señal de que el tan pregonado “fin de ciclo progresista” está lejos de
haberse consumado y que es, antes que nada, un ardid de la derecha cuyo
propósito es muy claro: convencer a los sujetos de la rebeldía ante el orden
neoliberal que la batalla ya se ha perdido y que no tiene sentido seguir
luchando. Es bien sabido que la victoria en el terreno de las ideas y las
conciencias es prerrequisito de la victoria política. Así, la muletilla del
“fin de ciclo” es una sibilina forma de promover una rendición incondicional de
las fuerzas del campo popular.
Una eventual victoria de la derecha en
Ecuador precipitaría un retroceso espectacular de los avances registrados en
los últimos diez años, con independencia de su caracterización y valoración.
Por eso el electorado ecuatoriano haría bien en mirarse en el espejo argentino.
En el país sureño la derecha llegó al gobierno en un ajustado ballotage
prometiendo que los logros del período kirchnerista no sólo serían respetados
sino también profundizados a partir de una supuesta mejor administración de la
cosa pública. Mentiras todas que se transparentaron desde las primeras horas
del gobierno de Mauricio Macri, cuando se puso en evidencia que la demagogia de
la campaña nada tenía que ver con las políticas que efectivamente fueron
llevadas a la práctica. El espejo brasileño no es menos aleccionador que el
argentino, y arroja las mismas o peores enseñanzas. Pensar que en Ecuador la
derecha se comportará de otro modo, que será fiel a sus edulcoradas promesas de
campaña y que, en caso de prevalecer, se abstendrá de descargar un furioso
escarmiento sobre la masa plebeya que instaló a Rafael Correa en el Palacio de
Carondelet es un acto de imperdonable ingenuidad e irresponsabilidad políticas,
sobre todo cuando quienes albergan tan inocentes expectativas son fuerzas
partidarias o corrientes de izquierda.
Si en el orden nacional la
desciudadanización, la pérdida de derechos y la reconcentración de los ingresos
y la riqueza serían el colofón inmediato de la victoria de la derecha, las
consecuencias en el terreno internacional serían no menos nefastas. Aparte de
lo que señaláramos al principio de esta nota habría que agregar el enorme
impacto de la previsible cancelación del asilo diplomático concedido a Julian
Assange, junto con Edward Snowden el “enemigo público número uno” de Estados
Unidos y los principales gobiernos y megacorporaciones capitalistas de todo el
mundo, cuyas siniestras maniobras, estafas y crímenes salieron a la luz pública
gracias a Wikileaks, fundado precisamente por Assange. Lo primero que haría un
eventual gobierno de derecha en Ecuador sería ofrecer en bandeja de plata la
cabeza del asilado en Londres, así como el gobierno de México hizo lo propio
-infructuosamente, para su desgracia- al entregarle a Barack Obama la del
“Chapo Guzmán” en vísperas de la elección presidencial norteamericana, con el
objeto de robustecer las chances electorales de Hillary Clinton. La entrega de
Assange a las autoridades norteamericanas no sólo sería una velada sentencia de
muerte para el australiano sino un mensaje tan funesto como aleccionador para
quienes están empeñados en descorrer el velo que oculta los crímenes de los
capitalistas. Pero esto no sería lo único que haría ese gobierno: seguramente
renegociaría el retorno de las tropas estadounidenses a la base de Manta para
que, de ese modo, Washington pudiera establecer un control absoluto del litoral
pacífico nuestroamericano (al día de hoy Ecuador es una molesta excepción en
esa materia). No habría que descartar que en tal eventualidad se utilizara el
pretexto de la “guerra contra el terrorismo” para, como lo hiciera Colombia
hace pocos años, incorporar al país como aliado estratégico de la OTAN e
involucrarlo en las guerras de pillaje que esa organización criminal libra en
los más apartados rincones del planeta. Dejamos a los lectores imaginar que
otras iniciativas podría tomar un gobierno de esa orientación en el terreno
internacional. ¿Seguiría apoyando, como lo ha hecho el actual gobierno a la
UNASUR, cuya sede está precisamente en este país o al proceso de paz en
Colombia, facilitando las negociaciones entre el ELN y Bogotá?
Ante este razonamiento los infaltables
“doctores de la revolución” no demorarán en señalar lo que según sus análisis
serían los insanables vicios y limitaciones del actual gobierno ecuatoriano y
sosteniendo al mismo tiempo que Alianza País no es diferente de las expresiones
políticas de la derecha contra las cuales competirá en las elecciones. Una vez
más basta con observar lo ocurrido en la Argentina o Brasil, donde también allí
sectores presuntamente radicalizados se golpeaban el pecho asegurando que
Scioli o Macri eran lo mismo, o que Aecio Neves era igual que Dilma. Tarde
comprobaron su gravísimo error y reparar el daño facilitado por su actitud
insumirá años de luchas y sufrimientos, sobre todo para las grandes mayorías
nacionales. En el caso del Ecuador este predicamento desconoce dos datos
esenciales: la vulnerabilidad externa del país y sus limitados márgenes de
maniobra ante el despotismo del capital internacional y sus aliados y el hecho
de que en este mundo realmente existente -no en el que construyen las
alucinaciones doctrinarias- no existen ni han jamás existido gobiernos que
puedan presentar una hoja de balance a salvo de defectos, yerros y
limitaciones, y el de Ecuador no es –ni podría ser- la excepción. Para ello se
requeriría, como bien lo observaba Jean-Jacques Rousseau, que los hombres
fueran ángeles pero no lo son. Tal como lo hemos dicho en numerosas
oportunidades, a la hora de hacer las cuentas de los últimos diez años los
aciertos del gobierno de Rafael Correa superan ampliamente los desaciertos, y
esto es el dato a partir del cual posicionarse ante el desafío del próximo
domingo.
La experiencia histórica enseña que hay sectores de la izquierda que suelen ser víctimas de dos impulsos profundamente autodestructivos: la compulsión por la equivocación, misma que hace que cuando se enfrenta a una coyuntura política crítica su miopía la lleve a ver al árbol en todos sus detalles –y sobre todo sus defectos- pero a ignorar el bosque; y, por otro lado, una temeraria tendencia al suicidio mesiánico que termina por facilitar la victoria de sus enemigos. La derecha no padece de ninguno de estos dos males, aunque tiene muchos otros; pero nunca se equivoca a la hora de identificar a su enemigo de clase. Por eso para la “comunidad de inteligencia” de Estados Unidos, con la CIA a la cabeza, el enemigo a derrotar es Lenin Moreno. Y no creo que ello se deba a la repulsa que les provoca su nombre de pila. Para muchos, con esto nos basta y nos sobra para saber cómo hay que votar el próximo domingo.
La experiencia histórica enseña que hay sectores de la izquierda que suelen ser víctimas de dos impulsos profundamente autodestructivos: la compulsión por la equivocación, misma que hace que cuando se enfrenta a una coyuntura política crítica su miopía la lleve a ver al árbol en todos sus detalles –y sobre todo sus defectos- pero a ignorar el bosque; y, por otro lado, una temeraria tendencia al suicidio mesiánico que termina por facilitar la victoria de sus enemigos. La derecha no padece de ninguno de estos dos males, aunque tiene muchos otros; pero nunca se equivoca a la hora de identificar a su enemigo de clase. Por eso para la “comunidad de inteligencia” de Estados Unidos, con la CIA a la cabeza, el enemigo a derrotar es Lenin Moreno. Y no creo que ello se deba a la repulsa que les provoca su nombre de pila. Para muchos, con esto nos basta y nos sobra para saber cómo hay que votar el próximo domingo.
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