Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Ricardo Bajo
Imagina una noche a finales
de agosto. Una noche fría de invierno, hace casi un siglo. Piensa en la sala de
redacción de un viejo periódico con sus flamantes Underwood echando humo.
Imagina que tres tipos —con sombreros marca Stanton y sacos recién pasados por
la Tintorería Japonesa de la calle Yanacocha No 18— han irrumpido en El Liberal
y preguntan por el gacetillero de la columna Al vuelo.
El tipo más enojado se llama
Cecilio Guzmán de Rojas, célebre pintor potosino que viene de triunfar en
Madrid, de codearse con Picasso en París y está poseído de una indignación
capaz de inducir a cualquier temeridad. Sus dos compinches son Jorge de la Reza
y José Manuel Villavicencio y no pueden impedir que el “Brujo de Llojeta”
arremeta a puñetazo limpio contra el periodista que se ha identificado como
Guillermo Céspedes.
Imagina una época que los
periodistas teníamos que defender a cachetazos lo que habíamos tecleado.
Céspedes, viejo lobo de mar y subdirector de El Liberal, sabe usar los puños.
Por eso, don Cecilio saca una pistola y dispara. La Policía detiene al pintor
por asesinato frustrado y el Partido Liberal, días más tarde, se pronuncia así:
“es noble el perdón y caballeroso, el olvido”. Aquí no ha pasado nada, salvo
una bravuconada regada por alcoholes. Pero no es verdad. Corre el año 1930 y
están pasando muchas cosas, algunas excepcionales, irrepetibles.
El club más veterano de
nuestro “sportismo”, The Strongest, ha salido otra vez campeón. Eso no es
noticia; pero lo ha hecho sin perder un solo partido, con la valla invicta, sin
que nadie haya podido meter ni un solo tanto a su “goal keeper”, José Bascón.
Ese logro no se vuelve a repetir nunca.
Entre mayo y julio, el
gualdinegro es una apisonadora: Universitario cae derrotado en mayo (7-0);
Independiente el 8 de junio (1-0); Nimbles, 5-0 el 19 de junio; y los
rosados-negros del Cordillera Royal, 5-0 el 13 de julio. Hasta que llega la
sexta fecha, la gran final, contra Bolívar, un domingo 27 de julio. El
resultado es el mismo: otra victoria con valla invicta con goles de Froilán
Pinilla (el primero y el tercero), Chávez y Peñaranda, en propia puerta. El
“eleven” gualdinegro ya es leyenda: Bascón en el arco; Quisbert-Donato González
(hermano del gran “Pachacha”) en la defensa; Guillermo Urquizo, Emilio Beltrán
y Eduardo “Chato” Reyes Ortiz, de “backs”; José Rosendo Bullaín y José Toro
(“wines”), Chávez y Sánchez (“insiders”) junto a Froilán Pinilla (el goleador
del equipo) cerrando de “centre forward” el quinteto de delanteros.
Corre el año 1930 y están
pasando muchas cosas. La Paz ha visto cómo el presidente Hernando Siles ha
inaugurado el flamante estadio bautizado con su nombre que fue diseñado por
Emilio Villanueva, socio stronguista.
Ese jueves 16 de enero se
declara feriado para la apertura con clásico paceño. Se enfrentan Deportivo
Universitario y el viejo The Strongest. Veinte mil personas ven el primer gol
en el “Gran Stadium Presidente Siles”, marcado por el emblema Eduardo “Chato”
Reyes Ortiz. El “score” final señala: 4-1 con arbitraje del argentino Jacobo
Waisman, que esta vez (solo por aquella vez) no se hizo al “waisman”.
En mayo, el Presidente se da
un autogolpe y deja el poder en manos de su gabinete. Es tan insólito que no se
vuelve a repetir, como el título con valla invicta. Un golpe de Estado trae una
Junta de Gobierno Militar presidida por el general Carlos Blanco Galindo, que
cambia el nombre de la cancha de Miraflores, se llamará La Paz. Siles, que huye
a Arica, se ha quedado sin estadio.
Imagina un año excepcional.
Imagina que se juega el primer Mundial de fútbol, que se clausuran las
chicherías paceñas para “resguardar al indio y al obrero”, que llega el cine
“parlante” al Teatro Municipal, que Tamayo propone el derecho al tiranicidio,
que una torre del templo de La Recoleta aparece un 28 de diciembre inclinada,
como Pisa. Imagina otro tiempo en este lugar, un “pim pam pum”, un designio: el
día que alguien invente una máquina del tiempo, yo me voy a ir a vivir a 1930 y
averiguaré qué enojó tanto al “Brujo de Llojeta”.
El
autor es periodista y director de la edición boliviana del periódico mensual Le
Monde Diplomatique.
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