Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Boaventura de Sousa
Santos
Este
año se conmemora el centenario de la Revolución Rusa –me refiero exclusivamente
a la Revolución de Octubre, la que sacudió el mundo y condicionó la vida de
cerca de un tercio de la población mundial en las décadas siguientes– y también
se conmemoran los 150 años de la publicación del primer volumen de El capital
de Karl Marx. Juntar ambas efemérides puede parecer extraño, porque Marx nunca
escribió con detalle sobre la revolución y la sociedad comunista y, de haberlo
hecho, resulta inimaginable que lo que escribiese tuviera cierto parecido con
lo que fue la Unión Soviética (URSS), sobre todo después de que Stalin asumiera
la dirección del partido y del Estado. La verdad es que muchos de los debates
que la obra de Marx suscitó durante el siglo XX, fuera de la URSS, fueron una
forma indirecta de discutir los méritos y deméritos de la Revolución Rusa.
Ahora
que las revoluciones hechas en nombre del marxismo terminaron o evolucionaron
hacia… el capitalismo, tal vez Marx (y el marxismo) tenga por fin la
oportunidad de ser discutido como merece, como teoría social. La verdad es que
el libro de Marx, que tardó cinco años en vender sus primeros mil ejemplares
antes de convertirse en uno de los libros más influyentes del siglo XX, ha
vuelto a convertirse en un best-seller en los últimos tiempos y, dos décadas
después de la caída del Muro de Berlín, al fin estaba siendo leído en países
que habían formado parte de la URSS. ¿Qué atracción puede suscitar un libro tan
denso? ¿Qué reclamo puede tener en un momento en que tanto la opinión pública
como la abrumadora mayoría de los intelectuales están convencidos de que el
capitalismo no tiene fin y que, en caso de tenerlo, ciertamente no será
sucedido por el socialismo?
Muy
probablemente, los debates que a lo largo de este año se lleven a cabo sobre la
Revolución Rusa repetirán todo lo que ya se ha dicho y debatido y terminarán
con la misma sensación de que es imposible un consenso sobre si la Revolución
Rusa fue un éxito o un fracaso. A primera vista, resulta extraño, pues tanto si
se considera que la Revolución terminó con la llegada de Stalin al poder (la
posición de Trotsky, uno de los líderes de la revolución) como con el golpe de
Estado de Boris Yeltsin en 1993, parece cierto que fracasó. Sin embargo, esto
no es evidente, y la razón no está en la evaluación del pasado, sino en la
evaluación de nuestro presente. El triunfo de la Revolución Rusa consiste en
haber planteado todos los problemas a los que las sociedades capitalistas se
enfrentan hoy. Su fracaso radica en no haber resuelto ninguno. Excepto uno. En
otros textos pienso abordar algunos de los problemas que la Revolución Rusa no
resolvió y siguen reclamando nuestra atención. Aquí me voy a concentrar en el
único problema que resolvió.
¿Puede
el capitalismo promover el bienestar de las grandes mayorías sin que esté en el
terreno de la lucha social una alternativa creíble e inequívoca al capitalismo?
Este fue el problema de que la Revolución Rusa resolvió, y la respuesta es no.
La Revolución Rusa mostró a las clases trabajadoras de todo el mundo, y muy
especialmente a las europeas, que el capitalismo no era una fatalidad, que
había una alternativa a la miseria, a la inseguridad del desempleo inminente, a
la prepotencia de los patrones, a los gobiernos que servían a los intereses de
las minorías poderosas, incluso cuando decían lo contrario. Pero la Revolución
Rusa ocurrió en uno de los países más atrasados de Europa y Lenin era plenamente
consciente de que el éxito de la revolución socialista mundial y de la propia
Revolución Rusa dependía de su extensión a los países más desarrollados, con
sólida base industrial y amplias clases trabajadoras. En aquel momento, ese
país era Alemania.
El
fracaso de la Revolución alemana de 1918-1919 hizo que el movimiento obrero se
dividiera y buena parte de él pasase a defender que era posible alcanzar los
mismos objetivos por vías diferentes a las seguidas por los trabajadores rusos.
Pero la idea de la posibilidad de una sociedad alternativa a la sociedad
capitalista se mantuvo intacta. Se consolidó, así, lo que pasó a llamarse
reformismo, el camino gradual y democrático hacia una sociedad socialista que
combinase las conquistas sociales de la Revolución Rusa con las conquistas
políticas y democráticas de los países occidentales. En la posguerra, el
reformismo dio origen a la socialdemocracia europea, un sistema político que
combinaba altos niveles de productividad con altos niveles de protección social.
Fue entonces que las clases trabajadoras pudieron, por primera vez en la
historia, planear su vida y el futuro de sus hijos. Educación, salud y
seguridad social públicas, entre muchos otros derechos sociales y laborales.
Quedó claro que la socialdemocracia nunca caminaría hacia una sociedad
socialista, pero parecía garantizar el fin irreversible del capitalismo salvaje
y su sustitución por un capitalismo de rostro humano.
Entretanto,
del otro lado de la “cortina de hierro”, la República Soviética (URSS), pese al
terror de Stalin, o precisamente por su causa, revelaba una pujanza industrial
portentosa que transformó en pocas décadas una de las regiones más atrasadas de
Europa en una potencia industrial que rivalizaba con el capitalismo occidental
y, muy especialmente, con Estados Unidos, el país que emergió de la Segunda
Guerra Mundial como el más poderoso del mundo. Esta rivalidad se tradujo en la
Guerra Fría, que dominó la política internacional en las siguientes décadas.
Fue ella la que determinó el perdón, en 1953, de buena parte de la inmensa
deuda de Alemania occidental contraída en las dos guerras que infligió a Europa
y que perdió.
Era
necesario conceder al capitalismo alemán occidental condiciones para rivalizar
con el desarrollo de Alemania oriental, por entonces la república soviética más
desarrollada. Las divisiones entre los partidos que se reclamaban defensores de
los intereses de los trabajadores (los partidos socialistas o socialdemócratas
y los partidos comunistas) fueron parte importante de la Guerra Fría, con los
socialistas atacando a los comunistas por ser conniventes con los crímenes de
Stalin y defender la dictadura soviética, y con los comunistas atacando a los
socialistas por haber traicionado la causa socialista y ser partidos de derecha
muchas veces al servicio del imperialismo norteamericano. Poco podían imaginar
en ese momento lo mucho que los unía.
Mientras
tanto, el Muro de Berlín cayó en 1989 y poco después colapsó la URSS. Era el
fin del socialismo, el fin de una alternativa clara al capitalismo, celebrado
de manera incondicional y desprevenida por todos los demócratas del mundo. Al
mismo tiempo, para sorpresa de muchos, se consolidaba globalmente la versión
más antisocial del capitalismo del siglo XX, el neoliberalismo, progresivamente
articulado (sobre todo a partir de la presidencia de Bill Clinton) con la
dimensión más depredadora de la acumulación capitalista: el capital financiero.
Se intensificaba, así, la guerra contra los derechos económicos y sociales, los
incrementos de productividad se desligaban de las mejoras salariales, el
desempleo retornaba como el fantasma de siempre, la concentración de la riqueza
aumentaba exponencialmente. Era la guerra contra la socialdemocracia, que en
Europa pasó a ser liderada por la Comisión Europea, bajo el liderazgo de Durão
Barroso, y por el Banco Central Europeo.
Los
últimos años mostraron que, con la caída del Muro de Berlín, no colapsó
solamente el socialismo, sino también la socialdemocracia. Quedó claro que las
conquistas de las clases trabajadoras en las décadas anteriores habían sido
posibles porque la URSS y la alternativa al capitalismo existían. Constituían una
profunda amenaza al capitalismo y éste, por instinto de supervivencia, hizo las
concesiones necesarias (tributación, regulación social) para poder garantizar
su reproducción. Cuando la alternativa colapsó y, con ella, la amenaza, el
capitalismo dejó de temer enemigos y volvió a su voracidad depredadora,
concentradora de riqueza, rehén de su contradictoria pulsión para, en momentos
sucesivos, crear inmensa riqueza y luego después destruir inmensa riqueza,
especialmente humana.
Desde
la caída del Muro de Berlín estamos en un tiempo que tiene algunas semejanzas
con el período de la Santa Alianza que, a partir de 1815 y tras la derrota de
Napoleón, pretendió barrer de la imaginación de los europeos todas las
conquistas de la Revolución Francesa. No por coincidencia, y salvadas las
debidas proporciones (las conquistas de las clases trabajadoras que todavía no
fue posible eliminar por vía democrática), la acumulación capitalista asume hoy
una agresividad que recuerda al periodo pre Revolución rusa. Y todo lleva a
creer que, mientras no surja una alternativa creíble al capitalismo, la
situación de los trabajadores, de los pobres, de los emigrantes, de los
jubilados, de las clases medias siempre al borde de la caída abrupta en la
pobreza no mejorará de manera significativa. Obviamente que la alternativa no
será (no sería bueno que fuese) del tipo de la creada por la Revolución rusa.
Pero tendrá que ser una alternativa clara. Mostrar esto fue el gran mérito de
la Revolución rusa.
y Twitter: @escuelanfp
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