Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Atilio A. Boron
El
domingo 19 de febrero un hermoso y entrañable país de Sudamérica será el escenario
de una decisiva “batalla de Stalingrado”. Como se recordará, la que tuvo lugar
en aquella ciudad rusa fue la que produjo el vuelco de la Segunda Guerra
Mundial. Si Stalingrado caía los aliados serían despedazados por el ejército
nazi; si, en cambio, la ciudad resistía el asedio, como lo hizo, las tropas
hitlerianas jamás repondrían fuerzas y se encaminarían hacia su inexorable
derrota. La propaganda norteamericana dice que este punto de inflexión en la
guerra se produjo con el desembarco de Normandía, pero eso es un invento de
Hollywood que no resiste la confrontación con los datos duros de la historia.
La Segunda Guerra Mundial se decidió en aquella ciudad rusa, misma que puso en
marcha la contraofensiva del Ejército Rojo que llegó hasta el corazón mismo del
régimen nazi: Berlín.
Conscientes
de que con una derrota de Alianza País en el Ecuador la derecha continental
tendría las manos libres para asfixiar a Bolivia y provocar una nueva versión
de la “revolución de colores” en Venezuela-al estilo de los sangrientos
episodios desencadenados en Libia y Ucrania- sus personeros, lenguaraces y
activistas se dejaron caer con todas su fuerzas en Ecuador para librar la
guerra de la desinformación, propalar mentiras, lanzar tremebundas acusaciones
contra el gobierno e infundir la sospecha y el desencanto en la población. El
objetivo excluyente: impedir que Lenin Moreno, el candidato presidencial de AP,
pueda alcanzar el 40% de los votos y, de ese modo, con una diferencia mayor al
10% en relación a su perseguidor, ser ungido como nuevo presidente. Para
satisfacer este turbio designio Washington y Madrid despacharon al Ecuador un
ejército de pseudo-periodistas, una ponzoñosa canalla mediática que ha venido
desempeñando idéntico papel en las recientes elecciones en Argentina, Bolivia,
Colombia y que, con sus patrañas, pavimentaron el camino hacia la ilegal
destitución de Dilma Rousseff en Brasil. Esos sujetos ocultan su verdadera
condición de militantes rentados de la derecha (¡espléndidamente remunerados,
por cierto, porque no trabajan gratis!) y su inescrupulosidad y desfachatez no
tiene límites. En su revelador libro el ex agente de la CIA, John Perkins,
habla de la absoluta frialdad con que se planeaban y ejecutaban los más atroces
crímenes obedeciendo sin ninguna clase de reparo moral las instrucciones
procedentes de Langley. [1] Del mismo modo, los crímenes comunicacionales de la
canalla mediática con aún más grave, porque son verdaderas armas de destrucción
masiva. Los killers de la CIA matan selectivamente, a uno, dos o tres; el
terrorismo mediático hiere mortalmente la conciencia de millones y los induce,
con sus mentiras y sofisticadas manipulaciones, a elegir gobiernos que a poco
andar practicarán un lento, silencioso pero eficaz genocidio de los pobres, los
indígenas, los viejos, los jóvenes privados de educación y trabajo. En suma,
acabar con toda esa población “excedente” que según nuestras clases dominantes
son la lacra que impidió que los países latinoamericanos o caribeños sean como
Suiza, Alemania o mismo los Estados Unidos. En tiempos de la última dictadura
cívico-militar argentina sus voceros declaraban, sin disimulo, que en ese país
sobraban por lo menos diez millones de habitantes; esa convicción también está
presente en el gobierno actual, sólo que no se lo declara abiertamente y que el
número de los sobrantes, probablemente, sea todavía mayor. Y lo mismo hemos
escuchado en Brasil, en Colombia y en tantos otros países de Nuestra América.
Lo que la canalla mediática hizo en todos estos países contraría todas las
normas de la ética, no sólo periodística. En el caso argentino mintieron
alevosamente asegurando que el hecho de que el candidato Mauricio Macri
estuviese procesado por haber solicitado “escuchas ilegales” para nada
ensuciaba su buen nombre y honor o lo inhabilitaba para su postulación
presidencial. Y ya instalado en la Casa Rosada potenciaron su inmoralidad al
blindarlo mediáticamente a pesar de estar involucrado en numerosas empresas
denunciadas en los Panamá Papers y en los archivos de las Bahamas, lo que en
otras latitudes ocasionó la renuncia de varios jefes de estado y altos
funcionarios acusados de evasión fiscal y lavado de dinero.
Esa
plaga está subrepticiamente actuando en Ecuador, ocultando sus verdaderos
designios detrás de una supuesta condición de “periodista independiente”.
Gentes entrenadas en Washington (los famosos cursos de “buenas prácticas”),
habilísimas en formular preguntas capciosas, sembrar el desánimo y potenciar
hasta el infinito los problemas con que tropieza la gestión del gobierno de
Rafael Correa que, como cualquier otro, tiene un mix de aciertos y desaciertos.
Todo esto tiene su génesis en la radical transformación involutiva de la
naturaleza y función del periodismo. Su naturaleza: por el tránsito del
pluralismo de medios a los fenomenales niveles de concentración existentes hoy
día. Su función: si en el pasado era ser el dispositivo que permitía diseminar
información en la naciente sociedad de masas, con la crisis de la dominación
capitalista producida por la irrupción de vigorosas fuerzas contestatarias
–movimientos obreros, campesinos, indígenas, estudiantes, mujeres, jóvenes,
ecologistas, organizaciones defensoras de derechos humanos, etcétera- su
función cambió radicalmente. En ausencia -o ante la debilidad- de partidos de
derecha competitivos (acostumbrados a encumbrarse en el gobierno de la mano de
los golpes militares) los medios de comunicación hegemónicos pasaron a ocupar
ese lugar, fenómeno éste precozmente detectado por Antonio Gramsci en sus
escritos desde la cárcel. En ausencia de tales partidos, los medios toman su
lugar y cumplen la función que les es propia: organizan, “educan”, movilizan a
amplios sectores de nuestras sociedades, siempre detrás de un programa
conservador convenientemente edulcorado, pero sin despertar las sospechas que
suscita el activismo partidario porque en el imaginario popular la prensa es
“independiente” e inmune a los intereses y las intrigas políticas. Que esos
medios se convirtieron en un arma formidable de dominación burguesa lo
atestiguó, hace algunos años , un militar de alto rango del Pentágono cuando,
en una audiencia ante el Senado de los Estados Unidos, lanzó una fatídica
advertencia: “en nuestros días –dijo- la lucha antisubversiva se libra en los
medios, no en las selvas o en los suburbios decadentes del Tercer Mundo”. Y los
gobiernos progresistas y de izquierda de América Latina, aun los más moderados,
son todos percibidos como ladinos y arteros instrumentos de la subversión.
Por eso
estamos en guerra, Ecuador está en guerra. Una guerra silenciosa pero cargada
de violencia; una guerra de desinformación, de ocultamiento, de mentiras
hábilmente maquilladas y que son vendidas bajo la apariencia de verdades
objetivas e irrefutables. La meta que persigue es distorsionar la percepción de
la realidad para generar una respuesta inconsciente de la ciudadanía que
estigmatice al candidato de AP y descalifique los diez años del gobierno de
Rafael Correa. Ocultar o, cuando esto no fuese posible, minimizar todo lo bueno
que ha sido hecho y agigantar y machacar a diario, hora tras hora, minuto tras
minuto, sobre los supuestos “fracasos” del gobierno saliente, sus problemas o
sus desaciertos.
Ya no importa la verdad sino la “posverdad”, eufemismo gestado por los poderes mediáticos para justificar sus mentiras y los efectos que con ellas se persiguen. La reciente denuncia en contra del candidato a la vicepresidencia de AP, Jorge Glas, es un ejemplo contundente de lo que venimos diciendo. Es una operación que en América Latina se ha repetido hasta el cansancio en los últimos tiempos, con adaptaciones locales para darles una cierta verosimilitud. Este tipo de mentiras y falsedades se utilizaron masivamente en la campaña presidencial de la Argentina en el 2015 y en contra de Evo Morales en el referendo boliviano del 2016. Y es moneda corriente en el ataque al gobierno de Nicolás Maduro en los últimos tres años. Nada nuevo. Es lo que en la jerga de la CIA se conoce como “SOP” (standard operating procedures) a la hora de desestabilizar un gobierno o desprestigiar un candidato o una fórmula que es vista como una amenaza a los intereses de los Estados Unidos y la derecha vernácula.
Ya no importa la verdad sino la “posverdad”, eufemismo gestado por los poderes mediáticos para justificar sus mentiras y los efectos que con ellas se persiguen. La reciente denuncia en contra del candidato a la vicepresidencia de AP, Jorge Glas, es un ejemplo contundente de lo que venimos diciendo. Es una operación que en América Latina se ha repetido hasta el cansancio en los últimos tiempos, con adaptaciones locales para darles una cierta verosimilitud. Este tipo de mentiras y falsedades se utilizaron masivamente en la campaña presidencial de la Argentina en el 2015 y en contra de Evo Morales en el referendo boliviano del 2016. Y es moneda corriente en el ataque al gobierno de Nicolás Maduro en los últimos tres años. Nada nuevo. Es lo que en la jerga de la CIA se conoce como “SOP” (standard operating procedures) a la hora de desestabilizar un gobierno o desprestigiar un candidato o una fórmula que es vista como una amenaza a los intereses de los Estados Unidos y la derecha vernácula.

Para
los escépticos, para quienes crean que estamos exagerando, basta con examinar
lo ocurrido en la Argentina, en donde este engaño inducido por el “periodismo
independiente” hizo posible el triunfo del actual gobierno y el
desencadenamiento de la debacle económica actual: caída del PIB, inflación
descontrolada, brutal deterioro del salario, cierre de fábricas y comercios,
despidos masivos, aumento del desempleo e incrementos exorbitantes de los
precios de la electricidad, el gas, el agua y el transporte La oligarquía
mediática fue un instrumento poderosísimo al servicio de los monopolios y los
sectores adinerados y del privilegio. Por eso insistimos en la urgente
necesidad de que los ecuatorianos se pongan en guardia ante el canto de sirena
de esos “pseudos periodistas”, hagan oídos sordos a sus prédicas de la
necesidad de un cambio y miren al Sur, vean lo que está ocurriendo en la
Argentina y lo que se esconde bajo la inocente invocación de que cambiemos. En
su ingenuidad y falta de conciencia política millones en la Argentina creyeron
en el cambio prometido -sin preguntarse cambiar qué, cómo, en qué dirección,
bajo qué liderazgo- para encontrarse, de la noche a la mañana, en medio de un
naufragio.
El
gobierno de Rafael Correa puede haber incurrido en yerros y desaciertos, como
cualquier otro en este mundo. En medio siglo de profesión como politólogo jamás
pude encontrar un solo gobierno que estuviera exento de defectos,
equivocaciones e inclusive de variables niveles de corrupción. Si según el Papa
Francisco estos problemas atribulan inclusive al Vaticano -que como recordaba
mordazmente Maquiavelo era lo más parecido a un estado perfecto porque gozaba
de la protección directa de Dios- sería absurdo pensar que el Ecuador podría
estar libre de esos vicios. La diferencia es que en este país es el propio
gobierno quien los denuncia penalmente, mientras que en otros países
sudamericanos los gobiernos encubren y le brindan protección judicial y
mediática a los corruptos. El caso de Brasil es de una elocuencia inigualable
al respecto.
Para
concluir: hecho el balance que cada ciudadana y ciudadano debe efectuar
concluirá sin duda que los aciertos del gobierno ecuatoriano en los últimos
diez años, tanto en el plano nacional como en el internacional superan con
creces los desaciertos en que haya incurrido. Y ese es el quid de la cuestión y
la razón por la que, en toda América Latina, esperamos que el pueblo
ecuatoriano vote por la continuidad del gobierno de la Alianza País y se
abstenga de dar un salto al vacío como el que dieran los argentinos inducidos
por la malignidad de la plaga mediática que hoy devasta al Ecuador.
[1]
Confesiones de un gángster económico. La cara oculta del imperialismo
norteamericano (Barcelona: Ediciones Urano, 2005)
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