Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Ariel Dorfman y Armand Mattelart
"Disney
expulsa lo productivo y lo histórico de su mundo, tal como el imperialismo ha
prohibido lo productivo y lo histórico en el mundo del subdesarrollo. Disney
construye su fantasía imitando subconscientemente el modo en que el sistema
capitalista mundial construyó la realidad y tal como desea seguir armándola.”
La observación forma parte del libro Para leer al Pato Donald, un clásico de
los años 70 sobre comunicación de masas y colonialismo publicado en Chile en
1972 durante el gobierno de Salvador Allende. Sus autores, el chileno nacido en
Argentina Ariel Dorfman y el belga Armand Mattelart analizan allí las
historietas de Walt Disney para el mercado latinoamericano procurando demostrar
el modo en que éstas sirven para difundir la ideología dominante.
Algunos
de sus temas centrales todavía siguen vigentes. Por eso en esta ocasión
quisimos compartir el fragmento del capítulo “El gran paracaidista”, que
contiene reflexiones en torno al valor que el comic asigna al oro, al dinero, a
la necesidad incesante de consumo que el comic estimula, a las formas de
trabajo que aparecen siempre desvinculadas de la producción, así. En este
sentido, los autores señalan:
Ante
todo, el tesoro. Siempre un mapa antiguo, un pergamino, una herencia, un cuadro
que destapa, una flecha que dirige mágicamente los pasos hacia el mundo
marginal. Después de grandes aventuras, obstáculos, uno que otro ladrón que
quiere llegar antes (descalificado como dueño, al no habérsele ocurrido la idea
y al ser un parásito de los mapas ajenos), se apropian de ídolos, joyas,
corona, perlas, collares, rubíes, esmeraldas, estatuillas, puñales, cascos de
oro, etc.
Lo
primero que llama la atención es la antigüedad de este objeto codiciado. Ha
sido enterrado hace miles de años: dentro de pirámides, cofres, barcos
hundidos, tumbas vikingas, cavernas, ruinas, es decir, cualquier lugar donde
hubo alguna vez señales de vida civilizada. La distancia temporal separa el
tesoro de sus dueños, que han dejado esa única herencia para el futuro. Porque
esta riqueza quedó sin herederos, en vista de que los buenos salvajes no tienen
interés, aunque son archipobres, por el oro que pulula tan cerca (en el mar, en
la cordillera, debajo del árbol, etc.). En realidad, la visión de Disney del
término de estas civilizaciones es ligeramente catastrófica. Son todas familias
extintas, ejércitos en perpetua derrota, eternamente enterrando su tesoro para.:
¿para quién? A Disney, esta destrucción sin vestigios de la civilización
pasada, le sirve convenientemente para cavar un abismo entre los actuales
habitantes inocentes y sus moradores anteriores no-antepasados.

Pero aun
así, el objeto mantiene una débil ligazón con la civilización perdida; es el
último remanente de rostros que se fueron. Así, quien se lleva el tesoro, debe
todavía efectuar un paso más. En las enormes alcancías de Tío Rico (para no
aludir a Mickey que nunca almacena nada, y de Donald para qué hablar) no hay
jamás la más mínima presencia de un objeto manufacturado, a pesar de que hemos
visto que aventura por medio se lleva alguna obra de orfebrería a su casa. Sólo
billetes y monedas. Apenas el tesoro sale del país de origen y toca el dinero
de Tío Rico desaparece su forma, es tragado por los dólares. Pierde, ese último
vestigio que pudiera ligarlo a personas, al tiempo, a sitios. Termina por ser
oro inodoro, sin patria y sin historia. Tío Rico puede bañarse sin que las
aristas de los ídolos lo pinchen. Todo es alquimizado maquinalmente (sin
máquinas) en un patrón monetario único que concluye todo soplo humano. Y para
colmo, la aventura que condujo a esa reliquia se esfuma junto con la reliquia
misma (de forma por sí débil). Como tesoro en tierra indicaba hacia el pasado
por remoto que fuera, y como tesoro en Patolandia indicaba hacia la aventura
vivida, por remota que fuera; el recuerdo personal de Mc Pato se borra a medida
que se ennubece el recuerdo histórico de la raza originaria. Es la historia la
que se funde en el crisol del dólar.
(…)
Ahora se
entiende por qué el oro se encuentra allá en el mundo del buen salvaje. No
puede aparecer en la ciudad, porque la cotidianidad exige la producción (aunque
veremos que Disney elimina este factor hasta en las ciudades). Hay que
naturalizar e infantilizar la aparición de la riqueza. Metamos a estos patos en
el gran útero de la historia: todo viene de la naturaleza, nada lo produce el
hombre. Al niño hay que hacerle creer (y autoconvencerse de paso) que cada
objeto carece de historia, que surgió por encanto y sin la mancha de alguna
mano. La cigüeña trajo el oro. Es la inmaculada concepción de la riqueza.
El
proceso de producción es natural en este mundo y nunca social. Y es mágico.
Todo objeto llega en un paracaídas, se prestidigita de algún sombrero, es un
regalo de un eterno cumpleaños, se propaga como una callampa. La tierra es la
madre responsable: recojamos sus frutos sin sentirnos culpables. No le hacemos
daño a nadie.
El oro lo
produce algún fenómeno natural, inexplicable, milagroso. La lluvia, un volcán,
el cielo, una avalancha, otro planeta, la nieve, el aire, las olas.
“¿Qué es
eso que cae del cielo?
Gotas de
lluvia endurecidas… ¡Auch! O metal derretido.
Nada de
metal derretido. Son monedas de oro. ¡De oro!
¡Yippiiii!
¡Una lluvia de oro! Mira ese arco iris.
Estamos
viendo visiones, Tío Rico. Eso no puede ser.”
Pero es.
Como un
plátano, como el cobre, como el estaño, como la ganadería: se mama la leche de
oro de la tierra. El oro pasa desde la naturaleza a sus dueños sin que medie el
trabajo, aunque sí merecen esos dueños esa riqueza, debido a su genialidad o —y
de esto hablaremos después— debido a su sufrimiento acumulativo, abstracción
del trabajo.
(…) En
Patolandia o afuera, es siempre lo natural el elemento mediador entre el hombre
y la riqueza.
En el
mundo de Disney, nadie trabaja para producir. Todos compran, todos venden,
todos consumen, pero ninguno de estos productos ha costado, al parecer,
esfuerzo alguno. La gran fuerza de trabajo es la naturaleza, que produce objetos
humanos y sociales como si fueran naturales.
(…)
De los
polos del proceso capitalista producción-consumo, en el mundo de Disney sólo
está presente el segundo. Es el consumo que ha perdido el pecado original de la
producción tal como el hijo ha perdido el pecado sexual original que
representaba su padre, tal como la historia ha perdido el pecado original de la
clase y por tanto del cambio.
Por
ejemplo, las profesiones. La gente pertenece siempre a estratos del sector
terciario, es decir, los que venden sus servicios. Peluqueros, agencias de
propiedades y de turismo, secretarias, vendedoras y vendedores de todo tipo
(especialmente objetos suntuarios y de casa en casa), dependiente de almacén,
panadero, guardia nocturno, garzones, o del sector de la entretención,
repartidores, pueblan el mundo de objetos y más objetos, jamás producidos,
siempre comprados. Por lo tanto, el acto que siempre están repitiendo en todo
momento los personajes es la compra. Pero esta relación mercantil, no sólo se
plasma al nivel de los objetos. El lenguaje contractual domina el trato humano
más cotidiano. La gente se ve a sí misma como comprando los servicios de otro o
vendiéndose a sí mismo. Es como si no tuvieran seguridad sino a través de las
formas lingüísticas monetarias. Todo intercambio humano toma la forma
mercantil. Todos los seres de este mundo son una billetera o un objeto detrás
de una vitrina, y por lo tanto todos son monedas que se mueven incesantemente.
“Trato
hecho", "ojo que no ve... acreedor que no cobra. Tengo que patentizar
este nuevo dicho". "Debes haber gastado un montón de dinero para dar
esta fiesta, Donald". Ejemplos explícitos, pero generalmente está
implícito el girar todo en torno al dinero o al objeto y la competencia por
conseguirlo.
(…)
No
podemos entender cómo esta obsesión por la compra puede hacerle bien a un niño,
a quien subrepticiamente se le inyecta el decreto de consumir y seguir
consumiendo y sin que los artefactos hagan falta. Este es el único código ético
de Disney: comprar para que el sistema, se mantenga, botar los objetos (porque
nunca se los goza dentro de la historieta tampoco), y comprar el mismo objeto,
levemente diferenciado, mañana. Que circule el dinero y que vaya al bolsillo de
la clase de la cual Disney es miembro y engrose su propio bolsillo.
Por eso,
los personajes están frenéticos, por obtener dinero. Utilizando las tan
manoseadas imágenes infantiles, Disneylandia es el carrusel del consumo. El
dinero es el fin último a que tienden los personajes porque logra concentrar en
sí todas las cualidades de ese mundo. Para empezar, lo que es obvio, su
capacidad de adquisición de todo. En ese todo está incluido la seguridad, el
amparo, el reposo (las vacaciones y el ocio), la posibilidad de viajar, el
prestigio, el cariño de los demás, el poder autoritario de mando, la granjería
de insatisfacerse con una mujer, y el
entretenimiento (en vista de que la vida es tan aburrida).
Pero
¿quién decide sobre la distribución de este oro dentro del mundo de
Disneylandia? ¿Cómo se valida el que uno sea dueño y el otro sea un cesante?
Vamos a
examinar varios mecanismos. Entre el dueño potencial, que tiene la iniciativa,
y el oro, que espera pasiva y elaboradamente, hay una distancia geográfica. Sin
embargo, el espacio raras veces puede generar suficiente tensión para que la
búsqueda sea obstaculizada. Quien invariablemente aparece para apropiarse el
tesoro es el ladrón.
(…)
La única
fuerza conflictiva, que puede negarle el dinero al aventurero, no está
problematizada. Existe sólo para legitimizar, por su sola presencia, el derecho
del otro a posesionarse de la riqueza.
(…)
Disney no
puede concebir otra amenaza a la riqueza que el robo. Esta obsesión por
calificar de delincuente a cualquier personaje que infrinja la ley de la
propiedad privada, hace observar más de cerca las características de estos malvados.
La oscuridad de su tez, su fealdad, el desarreglo de su vestuario, su talla
corporal, su reducción a clasificación numérica, su achoclonamiento, el hecho
de que están "condenados" a perpetuidad, hace pensar que aquí nos
encontramos con el arrinconamiento estereotipado del enemigo del propietario,
el que puede en efecto quitarle los bienes.
(…)
El
criterio para dividir a buenos y malos es la honradez, su respeto por la
propiedad ajena.
(….)
En esta
carrera por el oro donde los adversarios —por estar alejados de la metrópoli—
están en igualdad de condiciones ¿qué factor decide que uno gane y que el otro
pierda? Si bien la bondad-verdad está de parte del "legítimo" dueño
¿cómo se instrumentaliza esta toma de posesión?

Pero hay
más. Al convertir esta fuerza de trabajo en carrera de piernas que nunca llegan
a su objetivo, se deja a los portadores de las ideas como los legítimos dueños
de esa riqueza. Ganaron en justa lid. Y no sólo eso, sino que sus ideas crearon
esa riqueza, re-emprendieron la búsqueda y probaron una vez más que son
superiores a la mera fuerza física. Se ha transcrito la explotación
justificándola, se ha demostrado que en ese mundo sólo ese poseedor puede seguir
creando la riqueza como su dominio exclusivo, y que, en definitiva, todo lo que
él ha ganado en el pasado se contagia de legalidad. Si los burgueses tienen el
capital y son los dueños de los medios de producción ahora, no es porque alguna
vez explotaron a alguien o acumularon inválidamente: se afirma, a través del
proceso contemporáneo, que el origen de la riqueza del capitalista surgió en
idénticas circunstancias, que sus ideas siempre le dieron la ventaja en la
carrera hacia el éxito. Y sus ideas lo sabrán defender.
y Twitter: @escuelanfp
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