Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Hace 100 años, el 8 de marzo de 1917 (23 de febrero en el calendario
ortodoxo ruso), con la huelga de 90.000 obreros y obreras de San Petersburgo,
convocada por las trabajadoras textiles, comenzaba la revolución que, nueve
meses más tarde, entrega todo el poder a los soviets.
La participación de las mujeres trabajadoras en las
luchas del movimiento obrero, durante el régimen zarista, las impulsó a luchar
por su propia emancipación: a las reivindicaciones económicas, frecuentemente,
se le añadían las demandas de guarderías en las fábricas, pago de licencia por
maternidad, tiempo libre para amamantar a los recién nacidos, etc. Los ejemplos
abundan: huelgas de mujeres que reclaman poder usar los mismos baños que usan
los dueños de la empresa, que cese el abuso de los capataces y porque se prohíba
insultar a las obreras.
Cuando se inició la guerra, las feministas de la Unión
de Mujeres por la Igualdad de Derechos convocaron a una movilización de las
"hijas de Rusia", en apoyo al gobierno. Para las obreras rusas, sin
embargo, la guerra significó una carga adicional sobre sus hombros ya
agobiados: mientras eran movilizados al frente casi 10 millones de hombres –en
su mayoría campesinos-, las mujeres se convirtieron en obreras agrícolas
alcanzando a representar el 72% de los trabajadores rurales. En las fábricas,
pasaron de ser el 33% de la fuerza de trabajo en 1914, al 50% en 1917.
Ya en abril de 1915, las mujeres arremetieron contra
un gran mercado de comestibles de San Petersburgo, tomando los víveres que
necesitaban para sus familias; la escena se repitió en Moscú. Sucesos similares
se desarrollaron al año siguiente. Las consignas que luego se popularizaron en
febrero de 1917, se iban gestando en cada revuelta de las obreras rusas, hartas
de las penurias en las que vivían: fin de la guerra, retiro de las guardias de
cosacos de las fábricas, libertad para los bolcheviques exiliados y todos los
presos políticos...
En enero de 1917, un reporte de la policía advertía
que "las madres de familia, agotadas por las colas interminables de los
comercios, atormentadas por el aspecto hambriento y enfermo de los niños, están
más abiertas ahora a la revolución, que el señor Miliukov, Rodichev y compañía,
y por supuesto, son más peligrosas porque ellas representan la chispa que puede
encender la llama". Fueron estas mujeres trabajadoras, fundamentalmente
las obreras textiles, las que eligieron el último
domingo de febrero, el 23 de febrero de 1917 –que
corresponde al 8 de marzo del calendario occidental-, para reclamar pan, paz y
libertad, dando inicio a la revolución.
En Rusia, el Día Internacional de la Mujer se había
conmemorado, por primera vez, en 1913. El periódico de los bolcheviques había
lanzado un suplemento especial. En San Petersburgo, se reunieron cerca de 1.000
personas ante las cuales habló una obrera textil: "El movimiento de las
trabajadoras es una corriente tributaria del gran río del movimiento proletario
y le dará su fuerza."
Mientras los mencheviques deseaban que solamente las
mujeres participaran en las manifestaciones, los bolcheviques sostenían que el
Día Internacional de la Mujer debía ser conmemorado no solamente por las
trabajadoras, sino por toda la clase obrera. Por eso incluyeron en su periódico
una sección especial titulada "Trabajo y vida de las obreras" y
luego, por sugerencia de Lenin, decidieron publicar un periódico íntegramente
dedicado a las mujeres trabajadoras, llamado Rabotnitsa.
Finalmente, con la revolución triunfante de octubre,
las mujeres soviéticas obtuvieron el derecho al divorcio, al aborto, la
eliminación de la potestad marital y la igualdad entre el matrimonio legal y el
concubinato. Sin embargo, como decía Lenin: "Allí
donde no hay propietarios terratenientes ni capitalistas ni comerciantes, allí,
el poder de los soviets construye una nueva vida sin esos explotadores, allí
hay igualdad del hombre y la mujer ante la ley. Pero esto todavía no es
suficiente. La igualdad ante la ley todavía no es la igualdad frente a la vida.
Nosotros esperamos que la obrera conquiste, no sólo la igualdad ante la ley,
sino frente a la vida, frente al obrero. (...). El proletariado no podrá llegar
a emanciparse completamente sin haber conquistado la libertad completa para las
mujeres."
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León Trotsky, en su Historia de la Revolución Rusa,
narra los acontecimientos con estas palabras:
El 23 de febrero era el Día Internacional de la Mujer.
Los elementos socialdemócratas se proponían festejarlo en la forma tradicional:
con asambleas, discursos, manifiestos, etc. A nadie se le pasó por las mentes
que el Día de la Mujer pudiera convertirse en el primer día de la revolución.
Ninguna organización hizo un llamamiento a la huelga para ese día. La
organización bolchevique más combativa de todas, el Comité de la barriada
obrera de Viborg, aconsejó que no se fuese a la huelga. Las masas –como
atestigua Kajurov, uno de los militantes obreros de la barriada- estaban
excitadísimas: cada movimiento de huelga amenazaba convertirse en choque
abierto. (...). Al día siguiente, haciendo caso omiso de sus instrucciones, se
declararon en huelga las obreras de algunas fábricas textiles y enviaron
delegadas a los metalúrgicos pidiéndoles que secundaran el movimiento. (...). Dábase
por sentado, desde luego, que, en caso de manifestaciones obreras, los soldados
serían sacados de los cuarteles contra los trabajadores. (...).
Es evidente, pues, que la Revolución de Febrero empezó
desde abajo, venciendo la resistencia de las propias organizaciones
revolucionarias; con la particularidad de que esta espontánea iniciativa corrió
a cargo de la parte más oprimida y cohibida del proletariado: las obreras del
ramo textil, entre las cuales hay que suponer que habría no pocas mujeres
casadas con soldados. Las colas estacionadas a la puerta de las panaderías,
cada vez mayores, se encargaron de dar el último empujón. El día 23 se
declararon en huelga cerca de 90.000 obreras y obreros. Su espíritu combativo
se exteriorizaba en manifestaciones, mítines y encuentros con la policía. El
movimiento se inició en la barriada fabril de Viborg, desde donde se propagó a
los barrios de Petersburgo. (...). Manifestaciones de mujeres en que figuraban
solamente obreras se dirigían en masa a la Duma municipal pidiendo pan. Era
como pedir peras al olmo. Salieron a relucir en distintas partes de la ciudad
banderas rojas, cuyas leyendas testimoniaban que los trabajadores querían pan,
pero no querían, en cambio, la autocracia ni la guerra. El Día de la Mujer
transcurrió con éxito, con entusiasmo y sin víctimas. (...).
Al día siguiente, el movimiento huelguístico, lejos de
decaer, coba mayor incremento: el 24 de febrero huelgan cerca de la mitad de
los obreros industriales de Petrogrado. Los trabajadores se presentan por la mañana
en las fábricas, pero se niegan a entrar al trabajo, organizan mítines y a la
salida se dirigen en manifestación al centro de la ciudad. Nuevas barriadas y nuevos
grupos de la población adhieren al movimiento. El grito de "¡Pan!"
desaparece o es arrollado por los de "¡Abajo la autocracia!" y "¡Abajo
la guerra!". (...). El 25 la huelga cobró aún más incremento. Según los
datos del gobierno, este día tomaron parte en ella 240.000 obreros. Los
elementos más atrasados forman detrás de la vanguardia; ya secundan la huelga
un número considerable de pequeñas empresas; se paran los tranvías, cierran los
establecimientos comerciales. En el transcurso de este día se adhieren a la
huelga los estudiantes universitarios. A mediodía afluyen a la catedral de
Kazan y a las calles adyacentes millares de personas. Intentan organizarse mítines
en las calles, se producen choques armados con la policía. La policía montada
abre el fuego. Un orador cae herido. (...).
El soldado de caballería se eleva por encima de la
multitud, y su espíritu se halla separado del huelguista por las cuatro patas
de la bestia. Una figura a la que hay que mirar de abajo arriba se representa siempre
más amenazadora y terrible. La infantería está allí mismo, al lado, en el
arroyo, más cercana y accesible. La masa se esfuerza en aproximarse a ella, en
mirarle a los ojos, en envolverla con su aliento inflamado. La mujer obrera
representa un gran papel en el acercamiento entre los obreros y los soldados. Más
audazmente que el hombre, penetra en las filas de los soldados, coge con sus
manos los fusiles, implora, casi ordena: "Desviad las bayonetas y venid
con nosotros". Los soldados se conmueven, se avergüenzan, se miran
inquietos, vacilan; uno de ellos se decide: las bayonetas desaparecen, las
filas se abren, estremece el aire un hurra entusiasta y agradecido; los
soldados se ven rodeados de gente que discute, increpa e incita: la revolución
ha dado otro paso hacia adelante. (...). Los obreros no se rinden, no
retroceden, quieren conseguir los que les pertenece, aunque sea bajo una lluvia
de plomo, y con ellos están las obreras, la esposas, las madres, las hermanas,
las novias. (...).
Así amaneció sobre Rusia el día del derrumbamiento de
la monarquía de los Romanov. (...). La revolución les parece indefensa a los
coroneles, verbalmente decididos, porque es aún terriblemente caótica: por
dondequiera, movimientos sin objetivos, torrentes confluentes, torbellinos
humanos, figuras asombradas, capotes desabrochados, estudiantes que gesticulan,
soldados sin fusiles, fusiles sin soldados, muchachos que disparan al aire,
clamor de millares de voces, torbellino de rumores desenfrenados, falsas
alarmas, alegrías infundadas; parece que bastaría entrar sable en mano en ese
caos para destruirlo todo sin dejar rastro. Pero es un torpe error de visión.
El caos no es más que aparente. Bajo este caos se está operando una
irresistible cristalización de las masas en un nuevo sentido. Estas
muchedumbres innumerables no han determinado aún para sí, con suficiente
claridad, lo que quieren; pero están impregnadas de un odio ardiente por lo que
ya no quieren. A sus espaldas se ha producido un derrumbamiento histórico
irreparable ya. No
hay modo de volver atrás.
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