Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Víctor
Montoya
Releer
las obras de Sergio Almaraz Paz, nacido en Cochabamba en 1928 y muerto en La Paz en 1968, es una forma de
adentrarse en los vericuetos de la política nacional de la primera mitad del
siglo XX, siguiendo el agudo análisis socioeconómico realizado por una de las
mentes más brillantes de la intelectualidad boliviana.
“El
poder y la caída”, escrito con frases breves y elegantes, y un estilo poco
frecuente entre los ensayistas de temas históricos, económicos y sociales, es
un magnífico documento para conocer de
cerca los entretelones, causas y consecuencias, de la formación de la industria
minera, la estructuración sangrienta del Estado moderno bajo el control de la
rosca minero-feudal y el ascenso al poder del Movimiento Nacionalista
Revolucionario en abril de 1952.
El
libro revela los tejemanejes de la política entreguista de los tres grandes
magnates de la minería, que tuvieron en sus manos el control de la industria
nacional y, por lo tanto, el destino del país. El autor, cuya ideología estaba
entroncada en las corrientes de izquierda nacidas después de la Guerra del
Chaco, hace hincapié en los procesos históricos a través de los cuales una
fuerza económica se transforma en fuerza política. Y cómo, a su vez, este poder
político contribuye a la formación de una conciencia nacional, que se ve
reflejada en las organizaciones naturales del proletariado minero, que desde un
principio entendió que el camino de los intereses privados de los “barones del
estaño” estaba cruzado con el de los intereses de la nación oprimida.
La
revolución protagonizada por obreros y campesinos, aparte de confirmar la
importancia de su rol histórico, rompe con los privilegios de la rosca
minero-feudal, que levantaba palacios para una dinastía familiar en tierras
bolivianas, mientras sus asesores gringos, ingleses y norteamericanos les
inducían a invertir sus millones en otras empresas extranjeras, motivados por
el típico pensamiento capitalista de reproducir sus ganancias con ganancias,
así sea a costa de explotar despiadadamente la fuerza de trabajo de los más
pobres en los países pobres.
Sergio
Almaraz afirma que la nacionalización de las minas fue un triunfo de esos
hombres que cambiaron el arado feudal por la máquina perforadora, la dinamita
por el fusil, con la esperanza de estatizar los recursos naturales. Sin
embargo, el gobierno del MNR, que destruyó la estructura del poder oligárquico
de los “barones del estaño”, cumplió las tareas revolucionarias a medias, no
sólo porque concedió una indemnización a quienes usufructuaron los recursos
naturales del país durante décadas, acumulando un caudal de riquezas a costa
del sacrificio de los trabajadores, sino también porque no logró que la
industria minera se desarrollara al margen de la influencia de los empréstitos
ingleses y norteamericanos, y mucho menos que las minas pasaran a manos de los
mineros, aunque ellos fueron los principales protagonistas de la revolución de
abril, los impulsores de la creación de la COMIBOL y los titanes que horadaban
los socavones en los cerros de Oruro y Potosí.
En el
“Poder y la caída” se reproducen algunas de las cartas de los actores
principales de la economía nacional, que pusieron a sus pies a los gobiernos
títeres de turno, quienes, presionados por los intereses de los “barones del estaño” y los consorcios
imperialistas, ejecutaron las masacres de Uncía (1923) y Catavi (1942), donde
la efervescencia revolucionaria de los mineros se haría sentir con todo su furor
ideológico, a través de sus documentos políticos como la “Tesis de Pulacayo”
(1946), en cuyas páginas se planteaban sus reivindicaciones socioeconómicas,
que atentaban contra los intereres privados de los empresarios mineros, que no
cesaban de succionar las riquezas naturales junto a los consorcios
transnacionales
Queda
claro que los magnates del estaño, Simón I. Patiño, Mauricio Hoschild y Félix
Avelino Aramayo, integraron la economía nacional al mercado capitalista
mundial, sin advertir que el imperialismo nos convertiría en una simple colonia
entre sus garras, incluso la población minera de Catavi estaba más cerca de
Londres que de La Paz. Es decir, los empresarios mineros se empeñaron más en
fortalecer la política extraccionista del imperialismo, que en crear y
potenciar una industria nacional.
Sergio
Almaraz, a tiempo de describir el poder y la caída de los magnates mineros,
rescata del olvido a otros tres pioneros en el ámbito de la metalurgia del
estaño: el profesor y banquero José Núñez Rosales, el ingeniero siderurgista
Jorge Zalesky y el empresario Mariano Peró, cuya estrategia para el manejo de
los recursos minerales fue aprovechado por los gobiernos militares
nacionalistas.
No se
puede negar que Sergio Almaraz, motivado por su formación ideológica proclive
al marxismo, tenía un auténtico interés por la problemática de los trabajadores
del subsuelo. De ahí que el segundo ensayo de su libro “Réquiem para una
república” (1969), intitulado “Los cementerios mineros”, está dedicado, con
prosa límpida y vibrante, al proletariado de las minas; un sector social con
una larga historia de explotación en las áridas montañas del macizo andino,
donde las riquezas minerales contrastan diametralmente con la pobreza y el
subdesarrollo económico de los campamentos mineros.
El
autor presenta varias citas a lo largo del libro, pero no menciona las fuentes
y, a diferencia de los ensayistas acostumbrados a mencionar los documentos
consultados, carece de una rigurosa bibliografía, aunque pienso que estos
desaciertos, que no son muchos pero sustanciales, hubieran sido superados si la
muerte no lo alcanzaba en el apogeo de su vida literaria y a los escasos 39
años de edad. Él mismo, que estaba consciente de estos vacíos, no dudó en
reconocerlo en la nota de aclaración que se insertó en la edición del libro en
1969: “El poder y la caída no es un trabajo completo y su condición será mejor
apreciada como una tentativa de interpretación de la estructura del poder en
Bolivia. Aun así hay vacíos que se dejan advertir”.
“El
poder y la caída”, a pesar de los desaciertos y vacíos, no deja de ser un libro
esclarecedor en torno a los mecanismos dinámicos que convirtieron a los
magnates mineros en una fuerza política con poder de decisión sobre Bolivia, y
Sergio Almaraz, aun habiendo sido militante pirista y disidente comunista, no
dejó de ser un brillante analista de la realidad nacional de la primera mitad
del siglo XX, con una honestidad intelectual avalada por Marcelo Quiroga Santa
Cruz y René Zavaleta Mercado, entre otros.
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