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Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

Todos somos ispis

Por: Verónica Córdova
¿Qué significa ser artista? Es una pregunta que se ha debatido fieramente esta semana, atravesada de juicios de valor e interpretaciones subjetivas. ¿Una banda que toca covers es una banda de artistas? ¿Es artista el platillero de la Poopó? ¿Solo es artista quien vive de su actividad creativa o lo es también el que toca, actúa, escribe, pinta, baila o compone “por amor al arte”? ¿Es artista el que hace arte que a nadie le gusta o nadie consume? ¿Qué es, finalmente, el arte? ¿Por qué se necesita, por qué importa? Todas preguntas, a mi parecer, muy importantes, que se deben reflexionar y dilucidar antes de responder a la que está en debate: ¿deberían los artistas pagar impuestos por su actividad?
Los artistas en Bolivia son personas con una sensibilidad de enormes dimensiones, pues han logrado sobrevivir a la poca o nula formación artística que se recibe en el sistema educativo; han logrado perdurar a pesar de los gestos displicentes de padres y parientes, se han sostenido frente al escaso acceso a espacios de fomento, intercambio, experimentación, ensayo y exhibición.
El valiente que en Bolivia se dedica al arte debe soportar a cambio frustraciones, pobreza, inseguridad, humillaciones y fiera competencia por las migajas que caen de la mesa de las instituciones públicas o privadas. Para vivir del arte uno debe estar dispuesto a vender su arte, a postergar sus proyectos para hacer espacio a los trabajos por encargo, que son los que pagan el chairo. Por eso es que solo los jóvenes tienen una angosta ventana de oportunidad para experimentar y crear, mientras no tienen una familia y mayores responsabilidades. Una vez que el artista ha adquirido la experiencia y madurez que podría acompañar su creatividad, normalmente ya deja de crear y se dedica a ganarse la vida, porque no le queda otra. Así es cómo se frustran los talentos y se van mustiando esas sensibilidades que tanto han luchado por mantenerse.
Casi todos los artistas que conozco deben, además de su arte o disciplina, realizar otras actividades que les permitan sobrevivir con cierta decencia: se dedican a la docencia, al comercio, a la publicidad; hacen talleres o consultorías, producen su propio material y lo venden en ferias o por internet. Dependen exclusivamente de su creatividad y su talento para conseguir contratos, ganar competencias o sobresalir entre todas las otras opciones internacionales, que con más prioridad y promoción compiten por la atención de la audiencia boliviana.
Me dirá alguien: pero eso les pasa a todos los profesionales. Y es verdad. Pero yo nunca he visto el anuncio de una empresa que solicite actores, poetas, compositores o pintores para integrar su plantilla. Por tanto, la labor de todos los artistas es autogestionaria, no tiene un salario fijo, no tiene horarios ni vacaciones, no tiene seguro médico, no tiene jubilación, no tiene aguinaldo y no tiene ninguna certeza de futuro. En eso, los artistas y los gremiales compartimos el mismo destino (aunque los últimos sí tienen un régimen de impuestos simplificado).
Y me dirá alguien: eso es culpa de ellos mismos. ¿Para qué se dedican al arte, pudiendo ser meseros, secretarias, dentistas, abogadas o cajeros? Y es cierto. Los artistas somos ispis locos, que preferimos el desafío de crear algo nuevo a la rutina de repetir cada día los mismos movimientos. Los artistas somos capaces de encerrarnos por meses y años a escribir una novela, a hacer una película, a ensayar una obra, a componer una sinfonía, a tallar una escultura o a desarrollar un cómic, en lugar de usar ese tiempo para ganar dinero, comprar cosas y seguir siendo un engranaje más de una economía sin alma ni cultura.
Nadie nos paga por generar identidad, revelar la imagen nacional y crear los asideros que nos permiten reconocernos unos a otros como miembros de una sola comunidad imaginada; pero quieren cobrarnos por hacerlo.
La autora es cineasta


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