Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
En 1974 Domitila Barrios de Chungara fue invitada a
participar en la tribuna del año internacional de la mujer en México, como representante de las Amas de Casa Mineras del distrito minero Siglo XX, de esa
participación queremos recordar un fragmento descrito en el libro de Moema
Viezzer, “Si me permiten hablar” testimonio de Domitila una mujer de las minas
de Bolivia:
El día en que hablaron las mujeres contra
el imperialismo, yo también hablé.
E hice ver cómo nosotros vivimos
totalmente dependientes de los extranjeros para todo, cómo nos imponen todo lo
que quieren, tanto económicamente como también del punto de vista cultural.
En la Tribuna aprendí mucho también. Y en
primer lugar, aprendí a valorizar más la sabiduría de mi pueblo. Allí, cada
cual que se presentaba al micrófono decía: “Yo soy licenciada, represento a tal
organización”... Y blá-blá-blá, echaba su intervención. “Yo soy maestra”, “Yo
soy abogada”, “yo soy periodista”, decía otra. Y blá-blá-blá, empezaba a dar su
opinión.
Entonces yo me decía: “Aquí hay licenciadas,
abogadas, maestras, periodistas que van a hablar. Y yo... ¿cómo me voy a
meter?” Y me sentía un poco acomplejada, acobardada. E incluso no me animaba a
hablar. Cuando por primera vez me presenté al micrófono frente a tantos
títulos, como cenicienta me presenté y dije: “Bueno, yo soy la esposa de un
trabajador minero de Bolivia”.
Con un temor, todavía, ¿no?

Esto me llevó a tener una discusión con
la Betty Friedman, que es la gran líder feminista de Estados Unidos. Ella y su
grupo habían propuesto algunos puntos de enmienda al “plan mundial de acción”.
Pero eran planteamientos sobre todo feministas y nosotras no concordamos con
ellos porque no abordaban algunos problemas que son fundamentales para
nosotras, las latinoamericanas.
La Friedman nos invitó a seguirla. Pidió
que nosotras dejáramos nuestra “actividad belicista”, que estábamos siendo
“manejadas por los hombres”, que “solamente en política” pensábamos e incluso
ignorábamos por completo los asuntos femeninos, “como hace la delegación
boliviana, por ejemplo” —dijo ella.
Entonces yo pedí la palabra. Pero no me
la dieron. Y bueno, yo me paré y dije:
—Perdonen ustedes que esta Tribuna yo la
convierta en un mercado. Pero fui mencionada y tengo que defenderme. Miren que
he sido invitada a la Tribuna para hablar sobre los derechos de la mujer y en
la invitación que me mandaron estaba también el documento aprobado por las
Naciones Unidas y que es su carta magna, donde se reconoce a la mujer el
derecho a participar, a organizarse. Y Bolivia firmó esta carta, pero en la
realidad no la aplica sino a la burguesía.
Y así, seguía yo exponiendo. Y una
señora, que era la presidente de una delegación mexicana, se acercó a mí.
Ella quería aplicarme a su manera el lema
de la Tribuna del Año Internacional de la Mujer que era “Igualdad, desarrollo y
paz”. Y me decía:
—Hablaremos de nosotras, señora...
Nosotras somos mujeres. Mire, señora, olvídese usted del sufrimiento de su
pueblo. Por un momento, olvídese de las masacres. Ya hemos hablado bastante de
esto. Ya la hemos escuchado bastante. Hablaremos de nosotras... de usted y de
mí... de la mujer, pues.
Entonces le dije:
—Muy bien, hablaremos de las dos. Pero,
si me permite, voy a empezar.
Señora, hace una semana que yo la conozco
a usted. Cada mañana usted llega con un traje diferente; y sin embargo, yo no.
Cada día llega usted pintada y peinada como quien tiene tiempo de pasar en una
peluquería bien elegante y puede gastar buena plata en eso; y, sin embargo, yo
no. Yo veo que usted tiene cada tarde un chofer en un carro esperándola a la
puerta de este local para recogerla a su casa; y, sin embargo, yo no. Y para
presentarse aquí como se presenta, estoy segura de que usted vive en una
vivienda bien elegante, en un barrio también elegante, ¿no? Y, sin embargo,
nosotras las mujeres de los mineros, tenemos solamente una pequeña vivienda
prestada y cuando se muere nuestro esposo o se enferma o lo retiran de la
empresa, tenemos noventa días para abandonar la vivienda y estamos en la calle.
Ahora, señora, dígame: ¿tiene usted algo
semejante a mi situación? ¿Tengo yo algo semejante a su situación de usted?
Entonces, ¿de qué igualdad vamos a hablar entre nosotras? ¿Si usted y yo no nos
parecemos, si usted y yo somos tan diferentes? Nosotras no podemos, en este
momento, ser iguales, aun como mujeres, ¿no le parece?'
Pero en aquel momento, bajó otra mexicana
y me dijo:
—Oiga usted: ¿qué quiere usted? Ella aquí
es la líder de una delegación de México y tiene la preferencia. Además,
nosotras aquí hemos sido muy benevolentes con usted, la hemos escuchado por la
radio, por la televisión, por la prensa, en la Tribuna. Yo me he cansado de
aplaudirle.
A mí me dio mucha rabia que me dijera
esto, porque me pareció que los problemas que yo planteaba servían entonces
simplemente para volverme un personaje de teatro al cual se debía aplaudir...
Sentí como si me estuvieran tratando de payaso.
—Oiga, señora —le dije yo— ¿y quién le ha
pedido sus aplausos a usted?
Si con eso se resolvieran los problemas,
manos no tuviera yo para aplaudir y no hubiera venido desde Bolivia a México,
dejando a mis hijos, para hablar aquí de nuestros problemas. Guárdese sus
aplausos para usted, porque yo he recibido los más hermosos de mi vida y ésos
han sido los de las manos callosas de los mineros.
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