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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

Contaminación

Por: Jorge Komadina Rimassa
La contaminación del aire en la ciudad de Cochabamba es tan siniestra que hasta las estatuas han tenido que usar barbijos. En medio del invierno, el área metropolitana está envuelta en una imborrable nube de esmog que parece una amenaza suspendida. Al amanecer o al atardecer distingo con dificultad las montañas que rodean al valle, apenas las adivino. De pronto, tengo la impresión de estar en otra ciudad, no del todo extranjera, pues está hecha con retazos de la mía; una ciudad cuyo sistema inmunológico, su burbuja vital, parece haberse resquebrajado, abriendo paso a sustancias o fuerzas oscuras y malignas. 
Sí pues, soy pesimista. Es que la contaminación no es solo un hecho, es también un estado de ánimo (una atmósfera) forjado por la incertidumbre y el pánico, sensaciones que se agudizan por la falta de datos serios y estudios científicos que permitan evaluar objetivamente los índices y los alcances de la polución del aire.
La utopía de la ciudad jardín, elaborada por el imaginario cochabambino desde los años 40, pintada por varias generaciones de acuarelistas, se ha desvanecido en el aire. Ahora irrumpe una inquietante distopía urbana. Hay varias causas que han generado esta atmósfera. Me atrevo a mencionar dos de ellas: el incremento del parque automotor y la deforestación. Por una parte, Cochabamba es la ciudad de Bolivia con más cantidad de vehículos, pero además es el municipio donde se registra mayor flujo vehicular: no solo es la encrucijada del área metropolitana, también es el (inevitable) lugar de tránsito del transporte interdepartamental. Todo pasa por Cochabamba, pero la contaminación se queda. 
Por otra parte, en las últimas dos o tres décadas se ha roto definitivamente el equilibrio entre la ciudad y la naturaleza. La urbanización vertiginosa, salvaje y compulsiva ha destruido las lagunas, los ríos, las acequias, los bosques y los árboles de la ciudad y sus alrededores. Más que una ciudad moderna, el resultado de ese proceso es un simulacro de modernidad. Este hecho es tan grave que, de acuerdo con un informe experto, en los próximos 10 años los cochabambinos tendrían que plantar 2 millones de árboles (a un ritmo de 200.000 por año) si desean revertir la contaminación del aire.
Pero la contaminación no es un acontecimiento aislado, es un proceso que se alimenta de sí mismo, se expande y multiplica: metástasis. Así, la polución del aire está vinculada con la contaminación sonora que se ha vuelto omnipresente (anoto entre sus manifestaciones extremas los ruidos siniestros producidos por los carros basureros municipales), la visual (la polución publicitaria, los cables y la basura en las calles, la arquitectura brutalista), la electromagnética, la alimenticia, la sensorial... En suma, los cochabambinos vivimos en el centro mismo de la contaminación.

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