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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

El terremoto del día después

Por: Carla Espósito Guevara

Le llaman la venganza de la laguna. Es la explicación que los indígenas dan a la crueldad con la que los terremotos tratan a la ciudad de México y es que esa bella ciudad, monstruosa en su magnitud, fue construida sobre una inmensa laguna que los españoles secaron arbitrariamente dejando un espacio que opera hoy como una caja de resonancia que amplifica la fuerza de los movimientos de la tierra.

Treinta y dos años después del terremoto de 1985 que casi destrozó la ciudad de México, la tierra volvió a temblar. Había una posibilidad en un millón de que eso ocurriera y ocurrió. A las 11 de la mañana del 19 de septiembre, como cada año, se realizó el simulacro conmemorativo del terremoto del 85 pero esta vez como aviso macabro, a los 13 y 14 minutos de la tarde la tierra empezó a crujir nuevamente, trozos de paredes, balcones, faroles de luz, cornisas, empezaron a caer y en pocos minutos la calle se había convertido en una polvareda, la gente atónita veía sin poder hacer nada como la tierra desataba su furia. Esos fueron probablemente los 3 minutos más largos y terroríficos de toda mi vida.

Pero más allá del miedo que inspira la naturaleza cuando su poder se manifiesta, aquí descubrí que un terremoto no es solo un movimiento de la tierra, sino de toda la sociedad. Ahora recién empieza el gran terremoto que va a remover varios cimientos de la sociedad mejicana, pues no solo las casas se cayeron sino también el aislamiento, el individualismo y la apatía.

Fue verdaderamente conmovedor ver durante los tres días siguientes al terremoto los puños levantados de cientos o miles de jóvenes entre 25 y 35 años que conformaron la mayor fuerza de las brigadas de rescate. La llamada generación milenio, conocida como la generación del mercado, del consumo fácil, de la inmediatez y de la apatía, fue la que sin ninguna convocatoria o anuncio previo salió masiva y espontáneamente a las calles a poner sus brazos para levantar escombros y con eso, y quizás sin saberlo, ayudó a reconstruir parte del dañado tejido de la sociedad mexicana. Esa generación recordará como un parteaguas en su vida ese 19 de septiembre del 2017, nunca volverán a ser los mismos, ese día les enseñó el significado de la solidaridad, del trabajo colectivo, el valor de la vida y el dolor por la pérdida de cualquier ser humano.

El puño en alto se convirtió en el símbolo de esta tragedia. El puño fue la herramienta social utilizada como orden para mantener silencio frente a cualquier señal de vida bajo los escombros, que facilitó el trabajo de los rescatistas. Lo llamaron el puño del silencio. En pocos días ese puño cobró muchos significados, dejó de ser solo una la señal de alerta activada para el rescate y se convirtió también el símbolo de la solidaridad, de la indignación por la corrupción de los grandes negocios inmobiliarios; en el símbolo de la desaparición de las trabajadoras textileras en Chimalpopoca que nadie rescató; en el símbolo del dolor humano, en el símbolo de la toma de la ciudad, de la unidad, pero también de la esperanza.

El terremoto siendo una tragedia empezó también a ser un aprendizaje social, la gente está en las calles aprendiendo a organizarse, levantando escombros por sí misma, organizando la distribución de alimentos, de cobijas, de agua, al margen del estado, igual que lo hicieron el 85, solo que ahora sus protagonistas son los millennials, una generación despolitizada que viene de cuarto siglo de neoliberalismo.

Muchas veces los terremotos son utilizados por los gobiernos como terapias de shock para aplicar medidas privatizadoras, yo espero que este sirva para reconstruir la organización social y su capacidad de reclamo, para redescubrir el poder de la fuerza social organizada en las calles y, parafraseando a Octavio Paz, sobre todo para remover “el imperio de los chingones”.





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