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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

La vida de los niños y niñas en el cerro rico de potosí

Por: Jackeline Rojas Heredia
En Catavi, centro minero cercano a la población de Llallagua, se rememora el 21 de diciembre la masacre minera de 1942 en los campos de María Barzola, fecha por la que se declaró como Día del Minero. María Barzola fue una palliri que marchaba llevando en sus brazos la bandera y cayó herida de bala envuelta en el símbolo patrio. Transcurrieron muchas décadas e historia mezclada entre líquidos químicos de metal, mal de mina, bala, relocalización y más.
El trabajo en las minas no ha cesado, sólo adquirió distinta modalidad, por ejemplo en el Cerro Rico de Potosí existen empresas como Manquiri y varias cooperativas que continúan con la explotación del mineral. Los esclavos traídos de África y luego reemplazados por los indígenas del lugar ya no existen, hoy la esclavitud tiene rostro de mujer y aún peor, rostro de niño, niña.
Realidad que se revela a través de las páginas de la obra Potosí, del periodista español Ander Izagirre, libro que se presentó en España y luego en agosto de este año en la Feria Internacional del Libro (FIL-La Paz). Una crónica de casi 200 páginas escritas con descripciones tan crudas que, para quien no esté familiarizado con la realidad de la población más pobre del país, puede resultar imposible.
Izagirre, guiado por Alicia, una niña minera,  conoce el Cerro Rico de Potosí y las relaciones de poder y sobrevivencia que se desarrollan tanto en su interior como alrededor de él. Crónica que se sitúa entre 2013 y 2014, ese último año se promulgó la Ley 548 Código Niño, Niña y Adolescente con correcciones y aprobación del trabajo infantil a partir de los 10 años debido a la lucha de las llamadas ‘Nast’ (Niños y niñas trabajadores), quienes exigieron respeto a su derecho al trabajo. Por eso, si bien las descripciones del autor de Potosí se acercan lo más fiel posible a las familias que habitan el cerro, a la realidad de las “guardas de las bocaminas y sus hijos”, no profundizan en el trabajo que desarrollan las organizaciones no gubernamentales que operan en el lugar.
Es más, describe al menos a dos de ellas como ‘especies de centros de salvación y esperanza’. La crónica carece de un capítulo que detalle la organización y los objetivos de estas organizaciones. Por su relato, se puede deducir que Izagirre dejó el país antes del inicio del segundo semestre de 2014, tiempo en el cual la directora que menciona de una de las ONG ya no ocupaba ese cargo.
(Mayo 2014), la Cooperación Suiza envía a Potosí, a la zona del cerro, a una cooperante con el fin de iniciar un proceso de consolidación de la Red Interinstitucional y reducir o de alguna manera frenar la violencia contra los niños, niñas, adolescentes y mujeres que trabajan en el cerro.
Analepsis
Duelen las fosas nasales y pese a las cinco mudas incorporadas, el frío se pega a los huesos. El destartalado bus inició un recorrido de subida al cerro y recoge por el camino a niños, niñas y adolescentes que salen de precarias casuchas, unas hechas de adobe, más arriba, viviendas absurdas e improvisadas de piedra y calamina.
Son el grupo que llega hasta el centro La Plata, lugar en el que pasaran el día entre clases, tareas y donde podrán almorzar. El sitio no se ve mal, tiene patio en el que se puede jugar fútbol u otro juego, habitaciones y una especie de comedor y cocina que no son muy grandes, pero son acogedores. Invade el lugar el llanto de varios bebés, unos en el piso sobre unas mantas, otros en sillitas. El olor es insoportable, los niños están sucios, tienen residuos de alimento y heces por todas partes y nadie se ha ocupado de darles un baño. Ante el reclamo, las responsables se acusan entre sí, se amenazan y gritan. En la puerta de la cocina una mujer joven, delgada y llena de moretones, llora amargamente, a su alrededor hay dos niños, con las caras paspadas, que se comen sus propios mocos.
Es Asunta, quien huyó la noche anterior de su casa para que su marido no la matara a golpes, no tiene a donde ir, tiene frío, miedo y hambre. La organización que entre 2014-2015 se encargaba de administrar cinco centros en el cerro tiene su oficina central a dos cuadras de la zona del Calvario, sitio en el que los mineros se aprovisionan de alcohol y coca para el Tío, (zona San Pedro). Los servicios que brindaban, en ese entonces, además del apoyo escolar y alimentación algunas veces, era el asesoramiento legal y la atención psicológica para las víctimas de violencia.
Las oficinas están casi siempre cerradas al público, la justificación es que no se consiguió contratar un abogado y en la parte de tratamiento psicológico es que se debe adecuar y remodelar la oficina para que la ocupe la supuesta profesional. Cuando ambas cosas se lograron no existían los suficientes fondos, se debían concluir primero los casos pendientes de gestiones pasadas antes de recibir otros. Durante tres meses no hubo avances. Faltaban fondos para la alimentación, así que, con frecuencia, se suspendía  el servicio de almuerzo para los chicos en los centros y se atrasaban los salarios de las supuestas maestras, en realidad eran más nanas, sin preparación alguna, que la mayoría de las veces atendían más a sus hijos, que las tareas para las que habían sido contratadas. Sus salarios eran bajísimos, así que tampoco se les exigía más. La organización contaba con un equipo de amplificación destinado a talleres masivos, encuentros familiares o deportivos con las familias mineras; lo que pocas veces se hizo, pero nunca faltó la amplificación para las fiestas y la borrachera generalizada ordenada, cubierta y permitida por la dirección de esa ONG todos los viernes.
Llegaban denuncias de robos de niñas y adolescentes protagonizadas por los mineros, era tan frecuente y atroz, pero la institución no se movilizaba, no intentaba ni pedir ayuda a la Policía para salvar a esas niñas. La dirección, siguiente a la nombrada por Izagirre, respondía hasta con palabras grotescas y vulgares a ese tipo de situaciones.
Es sabido y lo corrobora el autor español, las mujeres no deben caminar solas por el cerro, ni a sus faldas, ni siquiera por las calles que llegan hasta el barrio minero, a partir de las 17.00. Las víctimas frecuentes son sobre todo niñas entre los 8 y los 16 años, hijas de las guardas, las más vulnerables, ya que los mineros en estado de embriaguez se meten hasta sus precarias casas y se las roban para abusarlas. No existe una estación de Policía, no existe nada ni nadie que pueda frenar el abuso, ni en la obra de Izagirre ni posterior a su narración. Sin embargo, el estado actual no se conoce. Hasta inicios de 2015, los mineros tomaban por concubinas a menores de 14, muchas a esa edad ya estaban por el segundo hijo, dato corroborado por distintos estudios, uno de ellos dirigido por la organización Musol (Solidaridad con las Mujeres).
 “Las guardabocaminas trabajan 24 horas al día, los siete días de la semana y los 365 días del año. El sueldo promedio es de Bs 462,45 por mes. El 73,8% tiene un sueldo por debajo del mínimo vital (entre Bs 350, 400 y 500), sólo un 26,2% gana un poco más (Bs 800), a las guardas no les pagan de manera regular, muchas reciben sólo una parte”, (parte de una entrevista realizada a Iveth Garavito, directora de la organización en noviembre de 2014).
La ocupación de las niñas y adolescentes en ese entonces era reemplazar a la madre en el cuidado de la bocamina, el trabajo en la ‘picha’ (barrer los residuos y recuperar mineral) o en la venta de comidas y cerveza en el mismo cerro, última actividad que las colocaba en contacto directo con sus agresores.
Las guardas integran el grupo social más vulnerable, pobre y precario que exista, son por lo general viudas de hombres que murieron en interior mina, víctimas de accidentes, ya que carecen de protección en las precarias galerías o mueren por la silicosis. Las mujeres se quedan solas y con muchos hijos, entonces deben ver la manera de subsistir y aceptan vivir en viviendas montadas, hechas de piedra, algo de adobe y calamina, sin más piso que la propia tierra del cerro, sin agua y sin luz, ellas se encargan de cuidar las herramientas de los cooperativistas, maquinaria que con frecuencia es robada también por mineros. Hurtos que luego las mujeres y sus hijos deben pagar trabajando de manera gratuita para cubrir la pérdida, en una situación inhumana que al menos hasta las fechas nombradas se repitía con frecuencia.
(Septiembre 2014),  Roxanita tiene 13 años, llora sin descanso y tiembla sin que ni el abrazo ni las palabras de consuelo la puedan detener, acaba de ver a tres de sus agresores. Cuatro mineros la atacaron a ella y a su madre, se robaron la chancadora, evaluada en 25 mil dólares por la cooperativa, pero no se conformaron con eso, desmayaron a su madre a golpes y casi la abusaron. La niña logró escapar. Toda la red, ya integrada por varias instituciones, aguarda en la sala de audiencia a la espera de que se determine alguna sanción para los acusados. La cooperativa recupera su chancadora, es lo que importa, la juez, que es jueza, ignora el llanto de terror de la niña y ni mira a la madre herida, da por concluido todo y devuelto el equipo determina que no hay sanción para castigar.
Marcha en la ciudad de Potosí, exigencia de justicia, el comandante de la Policía convoca a la Red, a las representantes de las organizaciones, ya en su oficina, escucha indiferente las solicitudes de seguridad para las niñas y la detención de los cuatro acusados. Al fin abre la boca, pregunta si ya se devolvió lo robado y luego dice: “Señoras dejen de armar alboroto y vayan a cocinar para sus maridos”.

Dos años de aquella experiencia, un poco más desde que Izagirre realizara el trabajo en campo para su crónica publicada por editorial El Cuervo. Mucho llanto retenido emerge tras esas páginas. Y la pregunta compartida con el autor no se deja esperar, ¿Les sirve a los y las protagonistas de esas historias la publicación de Potosí? ¿La publicación de la presente nota sobre la obra y sobre la situación tras ella? Y una más, ¿Sirve en algo o cambia en algo la cantidad de voluntarios extranjeros, franceses, italianos u otros que llegan con el afán de apoyar o trabajar como voluntarios por un tiempo con los niños del cerro? Quizá no sirva de nada, pero al menos, a través de la palabra escrita, otras personas, niños, niñas, adolescentes o jóvenes que las lean puedan quizá entender y conocer el grado de pobreza material y humana que rodea lo que un día fue el Cerro Rico de Potosí, el más rico del mundo.


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