Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Darcy
Borrero Batista
El
cambio climático –contrario a lo que puedan decir por ahí los incrédulos o
quienes descreen porque los mueven intereses políticos y económicos como
sustrato– existe y aun peor, afecta al planeta y amenaza la vida en él.
Difícil
debe de ser para los escépticos creer que el vuelo migratorio de una mariposa
en Occidente pueda generar –o al menos estar conectado con– un deslave en
África o un tsunami en el Pacífico.
Lo
que en teoría literaria aflora como eje de la narración rizomática, parece
trasladarse también a la realidad más vívida del siglo XXI, en un mundo
híperconectado por alguna ley de energía universal cuyo actor antagónico es el
ser humano.
El
cambio climático –contrario a lo que puedan decir por ahí los incrédulos o
quienes descreen porque los mueven intereses políticos y económicos como
sustrato– existe y aun peor, afecta al planeta y amenaza la vida en él.
Sin
embargo, políticos como Donald Trump insisten en negar esa realidad que ha
empezado a incidir sobremanera en el continente americano y, especialmente, en
el propio país que preside el exmagnate del show.
Para
citar ejemplos, no sobran dedos de las manos: en menos de un mes tres huracanes
(Harvey, Irma y María) golpearon al gigante norteamericano. Quedó registrada
como una de las peores temporadas ciclónicas del océano Atlántico que dejó más
de 200 muertos, pérdidas billonarias y desplazamiento de miles de familias de
sus hogares.
Ya
se sabe, Estados Unidos es un país «riquísimo», pero mantiene una estela
neocolonial que deja a oscuras a todo un continente, en particular la isla de
Puerto Rico, que aún en los primeros días de este año estaba afectado en el 50
% de su servicio eléctrico, residuo de los huracanes Irma y María ¡Y todavía
los ridiculiza el señor Trump tirándoles papel sanitario en las narices!
Como
información de contexto, sépase que el pasado 28 de septiembre del 2017, en el
diario El Cronista, la redactora Mónica Vallejos exponía que las pérdidas
económicas asociadas a las catástrofes naturales intensificadas por la
actividad humana en Estados Unidos podrían ascender a 360 000 millones de
dólares por año en la próxima década, informó la ONG Fundación Ecológica
Universal. La cifra representa más de la mitad del crecimiento de EE. UU. en 12
meses.
«A
los daños producidos por tormentas extremas, huracanes, inundaciones, sequías e
incendios, se suman los enormes costos sanitarios de la quema de combustibles
fósiles. Los eventos meteorológicos son el resultado de factores naturales.
Sin
embargo, el cambio climático inducido por la actividad humana ha alterado
sustancial y de manera mensurable su intensidad y frecuencia», afirmó Robert
Watson, exdirector del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático.
Incluso
el Fondo Monetario Internacional se pronunció así: «los países pobres serán
incapaces de enfrentar por sí solos los efectos económicos del calentamiento
global sin un «esfuerzo global» de las economías desarrolladas». Calculó una
pérdida estimada del 10 % de su producto per cápita hasta el 2100. Además,
habría menor producción agrícola, una ralentización de las inversiones y daños
a la salud.
Dado
que las economías avanzadas y emergentes son las que han contribuido en gran
medida al calentamiento global y se prevé que continúe, ayudar a los países de
bajos ingresos a encarar sus consecuencias es un imperativo humanitario y una
sensata política económica global.
Recientemente
se disparó la alarma de tsunami en el Caribe cuando «tembló la tierra». Quiso
decir quizá, bajo las plantas de los hombres y todo lo construido sobre ella,
que estaba viva.
Fue
como si hablara para ofrecer señales sobre un funesto futuro que no debería
suceder: el apagón de la vida en la Tierra, la de la mayúscula, el hogar
grande.
Para
el organismo internacional que acuna a las naciones del orbe, la ONU, se trata
de una prioridad. Titulares de medios internacionales expusieron el pasado año
que «paz, desarme y cambio climático centran el discurso de Guterres en la
ONU».
Allí
insistió en el peligro representado por el cambio climático y en los millones
de personas amenazadas por el fenómeno: «vemos el aumento de las temperaturas,
la elevación del nivel del mar y la realidad de que los desastres naturales se
han cuadriplicado desde 1970», dijo.
El
Papa Francisco es otro de los actores internacionales que introdujo en su
discurso el cambio climático. En su encíclica Laudato Si, (Alabado sea), un
tratado de 180 páginas sobre medio ambiente, imputó a los poderosos y ricos por
convertir la Tierra en un «montón de porquería».
Particularizó
en el cuidado de la casa común porque «el cambio climático es una crisis moral
que debe atenderse de manera urgente, y que hay un consenso científico sólido
de que el calentamiento global es un fenómeno intangible».
Mucho
tiempo antes, el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz,
considerado como una de las personalidades más influyentes del siglo XX, se
adelantaba –no sin razón– a hablar del cuidado a la naturaleza en escenarios
internacionales.
Entre
sus contundentes frases está: «desaparezca el hambre y no el hombre». Quienes
no lo suscriben tienen que ser ciegos. Y sordos.
darcy@granma.cu
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