Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por: Javier Larraín Parada
“26 de julio; rebelión contra las
oligarquías
y contra los dogmas
revolucionarios.”
Ernesto
Che Guevara
Anticipándose
en ochenta días a unas elecciones presidenciales programadas, el militar
Fulgencio Batista, que ya contaba a su haber con un nutrido prontuario
represivo, el lunes 10 de marzo de 1952 promovió un golpe de Estado en Cuba,
destruyendo la institucionalidad democrática de la nación caribeña y desatando
una feroz dictadura.
Entre las
numerosas protestas, huelgas, planes de magnicidio y otras acciones contra el
tirano, una sobresale por su proyección histórica: los asaltos a los cuarteles
Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.
Pero,
¿qué ideología abrazaban los rebeldes liderados por Fidel Castro? ¿Cuál era su
estrategia y programa político? ¿Cuál es el real significado histórico de este
alzamiento?
Desconcierto popular
A
cuatro días del oportunista cuartelazo militar, la prestigiosa y combativa
Federación de Estudiantes Universitarios (FEU) –fundada por el joven comunista
Julio Antonio Mella–, hizo público un comunicado que llamaba a la población a
condenar a Batista y exigir la inmediata restauración de la institucionalidad
republicana.
Ante
la pasividad de los partidos políticos tradicionales, el también ex dirigente
estudiantil y joven abogado Fidel Castro, de tan sólo 25 años, el lunes 24 de
marzo se acercó al Tribunal de Cuentas de La Habana para demandar al usurpador:
“La lógica me dice que si existen tribunales, Batista debe ser castigado; y si
Batista no es acusado, si continúa siendo jefe de Estado, presidente, primer
ministro, senador, jefe civil y militar, depositario del poder ejecutivo y
legislativo, dueño de la vida y los bienes de los ciudadanos, entonces, es que
los tribunales ya no existen, él los ha suprimido”.
En
efecto, apoyado por la burguesía agroexportadora azucarera local, en
contubernio con el capital monopolista estadounidense –controlador del 100% de
la minería del níquel, el 90% de los servicios de telefonía y electricidad, el
70% de las refinerías de petróleo, el 25% de las inversiones inmobiliarias
asociadas al turisimo–, el batistato ponía una lápida a cualquier reclamo de
constitucionalidad, acabando de paso con las esperanzas de una población
acostumbrada la última década al ejercicio democrático, por muy limitado y
viciado que estuviese.
Planificando la esperanza
Como
miembro de las juventudes del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), fundado en
1947 por el político Eduardo Chibás como fuerza nacionalista, antiimperialista
y referente moral denunciante de la corrupción gubernamental, Fidel se apresuró
en realizar una minuciosa labor político-ideológica con parte de la militancia
de base de aquel partido, formada mayormente por obreros, campesinos y sectores
de la pequeña burguesía urbana.
Junto
a sus compañeros más próximos, Fidel logró crear, al interior del chibasismo,
un aparato armado selectivo, compartimentado y secreto, de una dirección dual
–política y militar– fuertemente centralizada, cuya organización en células se
extendió por las barriadas periféricas de La Habana y otras provincias, como
Pinar del Río.
Con
una disciplina y voluntad férreas, durante 16 meses el joven abogado se dedicó
personalmente a seleccionar y entrenar a 1200 potenciales rebeldes, de los
cuales finalmente sólo poco más de 130 serían los escogidos para el planificado
asalto al Cuartel Moncada, segunda fortaleza militar de la Isla.
Los sucesos del domingo 26
La
totalidad de los insurrectos se congregaron la noche del sábado 25 en la
Granjita Siboney, previamente alquilada y transformada en avícola como fachada,
ubicada a 13 km. de Santiago.
Horas
antes de enrumbar al Moncada, Fidel arengó a su tropa: “Compañeros: podrán
vencer dentro de unas horas o ser vencidos, pero de todas maneras, ¡óiganlo
bien compañeros!, de todas maneras este movimiento triunfará. Si vencen mañana,
se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto
servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera, y seguir adelante. El
pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la Isla. ¡Jóvenes del Centenario del
Apóstol, como en el 68 y el 95, aquí en Oriente daremos el primer grito de
Libertad o Muerte!”
De
esta manera, armados de 40
escopetas automáticas, 35 fusiles Remington calibre 22, 24 fusiles Savage
calibre 22, 60 pistolas de distintos calibres y marcas, 3 fusiles
Winchester, 1 subametralladora sin culatín, 1 carabina M-1 y 10 mil
proyectiles de distintos calibres, entre otras armas, a las 5:15 de la
madrugada, al menos 16 autos trasladaron a los asaltantes para cumplir su
objetivo: 1) Controlar el Hospital Civil Saturnino Lora (situado frente al
patio trasero del cuartel); 2) Controlar el Palacio de Justicia (ubicado en uno
de los flancos del cuartel); 3) Ingresar al propio Cuartel Moncada, reducir a
los soldados dormidos, apropiarse de algunas armas y conminar a la tropa a la
insubordinación. Tres acciones planificadas para llevarse a cabo de manera simultánea.
Por cuestiones azarosas, que van desde las malas
condiciones del camino entre la granja y la ciudad, la rotura del neumático de
uno de los autos destinados a la entrada del cuartel, el extravío de otros tres
choferes y la aparición sorpresiva de dos patrullas policiales –a causa de los
Carnavales– en las calles circundantes al Moncada, además de un accidente del
automóvil que llevaba al propio Fidel –a escasos 30 metros de la puerta
principal del recinto–, y aun cuando un grupo de vanguardia logró ingresar a
los patios interior del cuartel y reducir a decenas de soldados, contra lo esperado
el combate terminó por darse fuera de la fortaleza, dispersando a los
asaltantes, impotentes ante el colosal poder de fuego militar, provisto de una
ametralladora calibre 30 emplazada en una azotea.
La frustración de los planes se tradujo en un saldo de
cinco moncadistas y 11 soldados muertos en la acción. A las pocas horas,
Batista dio una orden despiadada: “Por cada soldado muerto quiero 10
revolucionarios muertos”. En los días siguientes, efectivos del Ejército y los
órganos represivos apresaron, torturaron y asesinaron a 55 de los asaltantes. A
comienzos de agosto, Fidel fue capturado en la Sierra Maestra, siendo
enjuiciado y sentenciado a un presidio de 15 años.
Propósitos y lecciones de la
estrategia armada
Los
documentos “A la nación”, redactado el jueves 23 de julio para ser trasmitido
por radioemisoras a lo largo del territorio nacional a primera hora del domingo
26, y “La historia me absolverá”, autodefensa de Fidel en el juicio
condenatorio por la rebelión, nos permiten reconocer de primera mano el
carácter ideológico y los objetivos políticos de los moncadistas.
Lo
más notable es que se trata de una estrategia de asalto inmediato al poder,
destinada primero a hacerse de armas, para luego dividir al Ejército y
seguidamente llamar a una insurrección popular; o sea, sería una acción militar
combinada con luchas de las masas. Estrategia arraigada en la población cubana,
desde las guerras por la independencia en el siglo XIX hasta las acciones del
joven socialista Antonio Guiteras en las sublevaciones de la década del 30. En
palabras del propio Fidel: “La operación Moncada fue el intento de tomar el
poder de una cierta forma, fulminante. Apoderarnos del Regimiento y de sus
armas, levantar la ciudad de Santiago de Cuba, lanzar la consigna de la huelga
general en el país, y si en último caso no lo lográbamos, sencillamente marchar
a la montaña con aquellas armas”. Aquí cabe destacar que los moncadistas se
proponían constituir una fuerza auxiliar de las masas y no ser el
“partido/movimiento vanguardia”.
Debido
a su heterogeneidad clasista –cuyos elementos de una pequeña burguesía
radicalizada son gravitantes–, el discurso de los asaltantes era amplio, demandando
ante todo la democratización política y justicia social (herencia de José Martí
y Chibás), de allí que en su programa se destaquen tres elementos centrales:
primero, la identificación de la tiranía como el enemigo central a combatir;
segundo, la definición de “pueblo” como algo concreto, clasista –punto que les
distancia del populismo de la época–, que incluye a campesinos temporeros,
pequeños propietarios rurales, obreros industriales, artesanos, desempleados, comerciantes,
docentes, profesionales de clases medias, en otras palabras: a “los pobres del
campo y la ciudad” –que en conjunto representaban casi el 70% de la fuerza
laboral–; tercero, la exposición de tareas inmediatas a consumar, mismas que iban
desde la reinstauración temporal de la Constitución de 1940, a una modesta
reforma agraria, la confiscación de los bienes malversados por los politiqueros
de turno y la participación obrera y campesina en sus respectivos espacios
productivos.
En
síntesis, se trataba de un programa de carácter democrático-burgués, nacionalista
y antiimperialista, irresuelto aún en la Cuba dependiente de los ‘50. Al
respecto, el propio Fidel ha dicho: “Nuestro programa, cuando el Moncada, no
era un programa socialista, pero era el máximo de programa social y
revolucionario que en aquel momento nuestro pueblo podría plantearse”.
El sueño de lo imposible
Un
estudio riguroso de los hechos que rodearon el Asalto al Cuartel Moncada
permite extraer valiosas conclusiones prácticas y teóricas a las y los
revolucionarios comunistas de América Latina. En primer lugar, porque
avizoramos la decisión de un líder que, asido de la tradición y partiendo de
las condiciones objetivas materiales de la sociedad en que vive, decide ir a
contracorriente de “lo posible” en su época y desafiar a todo un consolidado sistema
de partidos políticos y generaciones de politiqueros para reivindicar el
protagonismo de la juventud, al tiempo que desafía, hasta derrotar
posteriormente, a un Ejército moderno.
En segundo lugar, la odisea de Fidel y sus
compañeros debe apreciarse en la cualidad que tuvieron de metamorfosearse ellos
mismos, de desbordar sus propias extracciones sociales y eventuales intereses de
clase y su idea republicana de nacionalismo radical para, en menos de dos
lustros, convertirse en conductores de una revolución socialista.
El Moncada sentó las bases para una etapa
superior que permitió al pueblo cubano la construcción del socialismo, pues de
la rebelión se pasó a la revolución. Llevándose con ello la historia por
delante, aproximando el porvenir, y tirando para siempre al tacho de la basura
histórica los manuales que, atestados de frases descontextualizadas y dogmas,
en nombre del marxismo-leninismo definían qué era “lo posible” en Cuba y el
resto de los países neocoloniales. En definitiva, Fidel demostró que el futuro
es y será siempre presente: “No tendría tanta transcendencia esta fecha y lo que ella simboliza
si no entrañara un sólido aliento, una firme esperanza de que hay remedio a los
males de los explotados y hambrientos. ¡Esta fecha tiene valor no como hecho
que se proyecta hacia el pasado, sino como hecho que se proyecta hacia el
porvenir”.
(Cortesía
del semanario La Época)
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