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Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

Ultraderecha


Por: Jorge Alemán
Lo que tienen en común las ultraderechas actuales es haberse librado de los complejos e inhibiciones democráticas procedentes del clima político posterior a la Segunda Guerra Mundial del siglo XX. El decidido y sobreactuado retorno a una identidad nacional que se presenta con un relato épico sin fisuras tiene a lo “extranjero” como la amenaza, el exterior, que puede atentar contra la unidad plena y consistente que las ultraderechas presentan como identidad nacional. Es sabido que las identidades son siempre frágiles e inconsistentes, y siempre es necesario adosarles suplementos fuertes para que se sostengan en su inestable unidad. La ultraderecha ha reactivado su camino de siempre, pero ahora dentro de un orden democrático en el que ejerce una pose “desinhibida” y desacomplejada. Tal como lo sostuvo uno de los líderes de la ultraderecha española: “En los últimos 30 años los progres han decidido que teníamos que decir o callar”. La ultraderecha puede sostener esto ahora, porque percibe que muchos sectores populares sienten a los sectores progresistas como hipócritas y falsos con respecto a los valores que dicen proclamar. Tema que considerar en otro lugar. 
En los 60, Lacan, de un modo profético, vaticinó un ascenso del racismo. El desencadenamiento del mercado capitalista sobre el mundo traería aparejado el retorno en cada uno al lado más oscuro de su identidad. Ese “lado” que considera el goce del otro como subdesarrollado, excesivo, anómalo y extranjero. En este punto debemos considerar que el goce o las pulsiones no deben confundirse con el placer. El goce es anómalo, excesivo y perturba al proyecto de alcanzar una identidad sin fisuras. 
El racismo, elevado según Lacan a un rango desconocido, sería el efecto logrado de la globalización incipiente en aquellos tiempos. De este modo, el verdadero asunto consiste en desconocer el goce obsceno de cada uno para imputárselo a lo extranjero que goza “mal”. Hoy mismo el líder de Vox (ultraderecha española) manifestó que la mayoría de las agresiones sexuales en España eran cometidas por extranjeros. Esto, obviamente, contra toda evidencia estadística. 
El racismo está produciendo una severa transformación de la política y su génesis no está en lo que clásicamente se entiende por política. A su vez, la novedad es que la ultraderecha, que ya se disemina en el interior de las antiguas derechas democráticas, legitima, levantando las barreras de lo “políticamente correcto”, su goce sádico. El racista actual no sólo odia el goce del otro, ahora ama su goce sádico como la salvación de la patria. 
Por ello lo extranjero no hace sólo referencia a los extranjeros, sino a todos los que se enfrentan a los proyectos del capitalismo neoliberal, que pasan a ser el sector potencialmente eliminable de la sociedad. La izquierda tiene dificultades para aceptar la capacidad libidinal y expansiva de ese odio. No es que de golpe se hayan vuelto fascistas una parte significativa de la sociedad, pero sí que usan al nuevo fascismo como vehículo de su odio contagioso. Especialmente un odio al “parásito” político. Por todo esto no estoy de acuerdo con la posición de inculpar a la izquierda del crecimiento de la ultraderecha o más bien del autorreproche que practica consigo misma. El crecimiento exponencial del racismo es un fenómeno ultrapolítico que responde a la posición del sujeto en su construcción fantasmática con respecto a su modo sádico de goce. Y por supuesto no es un populismo. 
El populismo se construye con heterogeneidad, con ética y con el pueblo soberano antagónico al capitalismo neoliberal. No se trata nunca de un fenómeno identitario y xenófobo que tiene a la pulsión de muerte como proyecto último. La ultraderecha o el posfascismo la sabe emplear en su instrumentación política, pero no la ha creado ella misma. El racismo ha producido una metamorfosis en el mundo y es un efecto de la mundialización del Discurso Capitalista. Discurso que ha transformado al “plus de goce” en un plusvalor sostenido en diversos procedimientos que dan lugar a grandes expansiones libidinales de odio y segregación. En cierta forma, hay un desclasamiento lumpen que se unifica en el odio al goce subdesarrollado del otro. El goce, por definición, siempre es subdesarrollado, parcial y fallido. La ultraderecha se opone al establishment político, pero nunca al entramado corporativo que sostiene al capitalismo neoliberal. Su antagonismo real es con lo extranjero.
Hace tiempo que el mundo occidental vive en esta ratonera sin salida, mejor que los autorreproches poner la energía en inventar una y otra vez, la puerta, la ventana, el agujerito, por donde la diferencia de lo popular-emancipatorio pueda presentarse frente a esta “caída” en lo más abyecto propuesto por las ultraderechas.

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