Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás
Por:
Juan Carlos Zambrana Marchetti
Las ciencias políticas no pueden
hasta ahora explicar el fenómeno del derrocamiento de Evo Morales, porque éste
es un fenómeno que escapa a toda ciencia. Milagro lo llaman algunos, pero, en
realidad, no es más que el arte del ilusionismo aplicado a la política.
El ilusionismo es el arte de la
distracción, y parte de que el ser humano está acostumbrado a ponerle atención
a una sola cosa a la vez, y que, por lo tanto, capturando esa atención, se la
puede redireccionar, para, en primer lugar, cambiarle al individuo la
percepción de su realidad, y alterarle su conducta. Peor aún, esa distracción
de la víctima, le permite al “mago” atentar criminalmente contra su víctima,
por ejemplo, robándole la cartera, o secuestrándolo. En la política, para
engañar en masa a todo un país, la extrema Derecha cuenta siempre con el mejor
mecanismo de control social que haya existido. Una religión que legitima la
superioridad y dignidad del blando y del rico, en contraste con la inferioridad
y sometimiento del indio y del pobre, y que convierte a sus fieles en rebaños
combatientes siempre dispuestos a ser conducidos por sus pastores de turno,
hacia la imposición de ese orden establecido que garantice la “paz social”.
Veamos entonces, cómo funcionó ese pastoreo combatiente en Bolivia.
Una vez satanizado el presidente
indio, y la “blanca” Santa Cruz paralizada y convertida en rebaño combatiente,
el espectáculo de ilusionismo empieza bajo el monumento del Cristo Redentor,
donde surge el “enviado” perfecto para esa circunstancia, actuando en el papel
de pastor político. Es Luís Fernando Camacho, presidente del
contrarrevolucionario Comité cívico pro Santa Cruz, cuya personería jurídica no
le permite hacer política. Teniendo capturada la atención de todo el pueblo,
empieza a direccionar la atención colectiva con su primer “milagro”: promete
sacar personalmente al “tirano” del palacio para meter a Dios en ese lugar. El
lenguaje es cifrado, por lo tanto, no se le llama indio al indígena, pero se lo
identifica con su bandera la wiphala, a Bolivia con la bandera tricolor, y a
Dios con la Biblia. Entendiendo que la exageración es necesaria para el
ilusionista, Camacho se identifica con Jesucristo, convocando a su cabildo bajo
ese monumento, frente un altar jesuítico con otro crucifijo, y portando además
otra cruz en el pecho. La cuarta cruz la lleva en la gorra, y colgadas en
rosarios, lleva una quinta en el cuello, la sexta en la muñeca y la séptima en
el dedo medio para poder mostrarla constantemente al levantar la mano. Así fue
ungido por su rebaño y le fue encomendada la cruzada contra el indio Morales,
que, sin embargo, debía librarse en “defensa de Dios, de la democracia, y de la
unidad de todos los bolivianos.”
Cuando Camacho tuvo a Santa Cruz
bajo su control, se lanzó a controlar todo el país, y lo hizo durante un paro
nacional, con otro acto de ilusionismo. Anunció, en otro cabildo, que iría a la
ciudad de La Paz, a entregarle personalmente la carta de renuncia al presidente
Evo Morales. Nótese que se sugería una confrontación espectacular entre el bien
y el mal. La prensa corporativa reproducía la narrativa de Camacho como si
fuese la realidad de Bolivia, y, muy convenientemente, la OEA, pidió que se le
garantice al dirigente “cívico” su derecho a la libre locomoción. El ministro
de Gobierno de Evo Morales cae también en el engaño y le proporciona seguridad
para garantizarle el derecho que él le estaba violando a todo el país, al
imponer un paro nacional con piquetes de bloqueos. Camacho llega a La Paz, y en
lugar de entregar la carta se pone a ultimar los detalles para el asalto final,
que, al igual que aquel que terminó con el colgamiento del presidente
Villarroel, partiría de la Universidad Mayor de San Andrés, como una
demostración “pacífica”, en este caso, para recién entregar la carta.
Mientras todo el país seguía como
hipnotizado la payasada de la supuesta entrega de la carta, se fraguaba un
brutal atentado contra el gobierno popular de Morales. La insurgencia lograba
cooptar a la policía nacional, la cual se amotinó contra el presidente y en
lugar de preservar el orden público, se metió a sus cuarteles, dejando al
gobierno desprotegido, y dándole luz verde a la subversión para iniciar su
ataque final. Esa última fase del plan empezó con la quema de instituciones
estatales, de las viviendas de ministros, y las de sus familiares. La Casa de
la hermana del presidente fue incendiada, y hasta los hijos de Evo fueron
amenazados. En esas circunstancias, el comandante de las Fuerzas Armadas le
“sugirió” al presidente que renuncie, Evo así lo hizo para evitar más represalias
y salió al exilio en México.
Con todo el país, ya bajo su
control, “el mago”, ordena que también renuncien todos los líderes
parlamentarios del partido de Evo Morales, a quienes les correspondería asumir
la presidencia por sucesión constitucional. Una vez más, la atención se centra
en lo que el “mago” había indicado, las cámaras se centran en los legisladores
presidencialistas que deberían renunciar para que se cumpla el “milagro”,
mientras, tras bambalinas, un ejército de operadores políticos, y grupos de
choque, atacaba en forma coordinada a sus familiares. Los actos de presión
empezaron con el asalto e incendio de sus casas, secuestros, amenazas
personales, y chantajes. La primera en renunciar es la presidenta de la cámara
de Senadores Adriana Salvatierra por amenazas contra sus padres. Luego incendian la casa del presidente de la
cámara de Diputados Víctor Borda. Secuestran a su hermano y lo llevan descalzo
a una plaza cercana para quemarlo, y con eso logran que Borda renuncie no sólo
a la presidencia de la cámara, sino también a su curul como diputado.
Luego los rebaños combativos
(hordas golpistas) impidieron que los legisladores del MAS-IPSP pudieran
ingresar al palacio legislativo para hacer prevalecer su mayoría de 2/3 del
poder parlamentario, y así declararon el “abandono” de funciones de todos
ellos, y posesionaron como presidenta del Estado a Jeanine Añez, una senadora
de un partido minoritario de Derecha que había logrado apenas el 8% de los
votos en las últimas elecciones. Su primera fotografía como presidenta fue
levantando en alto una Biblia de gran tamaño y aspecto medieval, con lo cual
cumplía dos de las promesas de Camacho: Sacar a Evo y meter la Dios en el
Palacio. Mientras eso sucedía, afuera del Palacio, se terminaba farsa de la protesta
“pacífica de todos los bolivianos” y quedaba expuesta la cruda realidad. Los
policías que se habían amotinado contra Evo para después proteger a Jeanine
Añez quemaban la wiphala, se la arrancaban del uniforme, y ultrajaban a mujeres
indígenas que intentaban marchar en apoyo a Evo.

Aunque parezca mentira, éste es
el modelo del nuevo golpe de Estado “constitucional” que se está perpetrando
contra la izquierda latinoamericana: un grotesco excepcionalismo religioso del
siglo XVI prosperando en pleno siglo XXI.
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