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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

Cancelación de la política y riesgo autoritario: una lectura en clave arendtiana



Por: Carla Espósito Guevara

Las calles vacías que veo desde la ventana parecen una postal sacada de un futuro apocalíptico. Silencio, tiendas cerradas, terminales y aeropuertos suspendidos. De pronto se han hecho normales los partidos televisados frente a estadios vacíos. Se escucha cada vez más de reuniones virtuales y clases en línea, delivery en lugar de restaurantes, Netflix en vez de cines. Las reuniones políticas y sindicales han quedado proscritas, al punto que hasta parecen una mala palabra. Los mercados tienen apenas medio día de respiro e igual que lugares de abastecimiento parecen también de contagio.

Esta postal contrasta drásticamente con las imágenes predominantes en el siglo XX. Alguien dijo que fue el siglo de lo lleno. Multitud y vida moderna son inseparables. Aquella marcó parte importante de la estética de la vida moderna, tanto que pintores y literatos modernos hicieron eco del protagonismo de “La multitud”, título de un relato fundamental de Edgar Allan Poe, dedicado a ese nuevo habitante urbano: el hombre-gentío, que no sabe vivir si no es formando parte de la masa.

Pero, como si de un cuento de Asimov se tratara, la pandemia está amenazando ese aspecto tan característico de la vida moderna. Los espacios colectivos, el gentío, la multitud parecen peligrar frente a un precipitado proceso de privatización de la vida cotidiana. La pregunta que surge es, si esta situación se prolonga, como sostiene la Universidad de Harvard, ¿qué implicaciones traería para la política, la ciudadanía y la democracia?

La filósofa alemana y acérrima crítica del fascismo, Hannah Arendt, define la política como la aparición de los ciudadanos en el espacio público y, a su vez, define lo público como espacio en el que los ciudadanos pueden dejarse ver, oír y escuchar por los otros. De ahí que la palabra privado, como opuesta a lo público, etimológicamente viene justamente de la idea de privarse del hecho de ver y oír a los demás. Entonces, el cierre de lo público o su privatización, desde su perspectiva, equivaldría a la cancelación de la política.

Siguiendo la definición planteada creo que, de prologarse esta situación en el tiempo, traerá consigo el estrechamiento o la cancelación de la política, en el sentido arendtiando, con el riesgo de conducirnos por derroteros autoritarios y antidemocráticos. Lamentablemente hay múltiples señales en esta dirección.

Desde el inicio de la pandemia, muchos gobiernos han dado inquietantes señales de una tentación autoritaria. La BBC registró que en pocas semanas se ha pasado de manifestaciones masivas en diversas partes del mundo (Chile, Colombia, Ecuador, Hong-Kong, Iraq y Líbano, entre otras) a calles vacías vigiladas por policías, guardias y ejércitos. Human Rights Watch y la Organización de las Naciones Unidas (ONU) han advertido del peligro que el autoritarismo en diversos países pueda restringir los DD.HH.

En Bolivia, el alcalde Leyes propuso un decreto en el que pide concentrar todo el poder de la Asamblea Departamental. Otro alcalde planteó una política de marcación de los cuerpos, que consiste en una pulsera electrónica para controlar todos los movimientos de los enfermos con coronavirus. El gobierno central no podía quedar al margen de esta carrera autoritaria y, aparte de la militarización creciente del territorio nacional, promulgó una polémica ley, observada por Amnistía Internacional, que autoriza el “patrullaje cibernético”, lo que le permitió aprehender a 67 “actores políticos” bajo acusaciones de “desestabilización” y “desinformación” durante la emergencia sanitaria. Para completar este orweliano escenario, anecdóticamente, la exministra de Comunicación, Roxana Lizárraga, publicó en las redes una encuesta para saber si la población estaría de acuerdo con el cierre del Parlamento y, sorprendentemente, un número de ciudadanos dijo que sí.

Es difícil sacar conclusiones definitivas en relación a lo que el Covid-19 puede ocasionar a nivel de la política, la ciudadanía y la democracia. Quizás lo que se pueda decir tiene más el carácter hipotético que conclusivo. Sin embargo, tiendo a pensar que los espacios públicos y deliberativos van a estrecharse por un largo periodo de tiempo bajo el poder de argumentos sanitizantes, el miedo al contagio y la incertidumbre sobre el futuro. Las esferas colectivas serán sacrificadas por los gobiernos conservadores y ocupadas por FF.AA. y Estados policiacos que nos conducirán a una sociedad más autoritaria. La democracia sufrirá un retroceso y hombres como Murillo serán los llamados a conducirlo.

* Socióloga

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