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Ivermectina: la medicina de los pobres

Por: Lourdes Montero

Si Gabriel García Márquez estuviera vivo, seguro nos contaría la historia de un pueblo en el trópico latinoamericano que, burlando a la ciencia de más de 150 países, detiene el avance del COVID-19 utilizando en las personas un eficaz remedio para desparasitar animales.

La primera imagen tal vez sería las cuatro cuadras de filas de pacientes en la farmacia Nostas para, dando el peso y talla de toda la familia, obtener su receta y comprar la Ivermectina. Y con las temperaturas de Santa Cruz, no es difícil imaginarla como Macondo, aquel ombligo del mundo a orillas del bajo Cauca donde se sitúa la mayor parte de los relatos de García Márquez.

Pero la historia no se centraría en el medicamento y su efectividad en la lucha contra la pandemia, sino en los personajes vinculados a su buena fama. Seguramente el hábil narrador se concentraría en los héroes de esta empresa: el reconocido medico Herland Vaca Díez, quien se juega el pellejo y la reputación sosteniendo que la Ivermectina, por su acción viral, puede combatir el COVID 19.

Al principio nadie le cree: ¿cómo un medicamento que es para matar bichos en los animales puede ser la solución? Él es contundente en su respuesta: la Ivermectina es la medicina de los pobres y en su prohibición “hay una confabulación en contra de los remedios baratos, en contra de los remedios del hemisferio pobre; nuestra mentalidad es esperar la medicina y comprarla desde afuera cuando la tenemos a la mano”. Basado en sus estudios y experiencia en procesos inflamatorios en los trasplantes de riñón, defiende con pasión lo que cree:  el COVID 19 no vive en presencia del Ivermectina, por ello su eficacia con una sola dosis. Desde hace semanas, este Aureliano Buendía local no acepta las convenciones e inicia una campaña en contra de la prohibición centralista del uso del remedio por el Ministerio de Salud.

Esta historia en el imaginario cuento de García Márquez estaría complementado por otro personaje local: el doctor Ernesto Nostas Telchi, legendario farmacéutico que, desde su botica en el barrio de las Siete Calles, curaba cuanta enfermedad tropical y parasitaria afligía a los cruceños desde 1952. Todavía recuerdo ingresar a la farmacia de la mano de mi madre y que el Dr. Nostas, con una sola mirada determinara “esa niña esta lleninga de bichos, dele esta pastilla”. Desde ese tiempo la Farmacia Nostas y sus preparados magistrales gozan de la confianza y credibilidad de todo el pueblo cruceño. Este personaje podría ser Juvenal Urbino de “el amor en los tiempos del cólera”. No me extrañaría escuchar del propio Dr. Nostas una famosa frase de este personaje: “no hay medicina que cure lo que no cura la felicidad”. Y por qué no, sostener “si el COVID 19 es una enfermedad que dio el salto de los animales a los humanos, por qué no compartir con ellos las mismas medicinas”.

Es tanto el miedo que la pandemia ha inspirado que cualquier posibilidad de cura nos llena de esperanza. Y tal vez quien en unos años cuente la historia de la prohibición de la Ivermectina para el tratamiento del COVID 19, utilice las palabras del colombiano ganador del premio nobel de literatura para decir: “aquí existió la vida, en ella prevaleció el sufrimiento y predominó la injusticia, pero también conocimos el amor y hasta fuimos capaces de imaginarnos la felicidad. Y que sepa y haga saber para todos los tiempos quienes fueron los culpables de nuestro desastre, y cuán sordos se hicieron a nuestros clamores de paz para que ésta fuera la mejor de las vidas posibles, y con qué inventos tan bárbaros y por qué intereses tan mezquinos la borraron del universo” (García Márquez, 1986).


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