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El fascismo está actuando en Santa Cruz, el gobierno debe investigar

Las casetas del populoso mercado Mutualista en Santa Cruz comenzaron a quemarse la noche de ayer domingo, justamente al día siguiente de que los gremialistas anunciaron que no acatarán el anunciado paro de 48 horas decidido por la Gobernación y el Comité Cívico cruceños, a la cabeza de otras instituciones totalmente controladas por la derecha, como la Universidad Gabriel René Moreno. Aunque se desconocen las causas que originaron este desastre, llamó enormemente la atención que los pocos hidrantes de la zona no tenían agua, por lo que el fuego que inició en algunos puestos pudo extenderse rápidamente. Vanos fueron los esfuerzos de los comerciantes, que trataron de recuperar la mercadería que tenían en sus kioscos, arriesgando sus vidas. Con la llegada de los bomberos y colaboración de los mismos comerciantes se combatió el siniestro; luego, cuando arribó al lugar Luis Fernando Camacho, fue recibido con mucha hostilidad porque varios comerciantes abiertamente lo acusaron de estar detrás

Los gastos absurdos

Por Carla Espósito Guevara


A consecuencia del préstamo concedido por el Fondo Monetario Internacional (FMI), Bolivia debe empezar a cumplir con el paquete de condicionamientos que aquel organismo impone en este tipo de casos. El plan de reforma del Órgano Ejecutivo es parte del cumplimiento de esas condicionalidades, cuyo objetivo es la reducción del aparato público, un clásico del FMI.

 

Aunque nuevamente excede, y en mucho, las atribuciones de un gobierno transitorio, la presidenta-candidata anunció su primera medida a través de una lamentable alocución repetida teatralmente ante las cámaras, que consiste en la eliminación de tres ministerios: Comunicación, Deportes y Culturas y Turismo y dos embajadas.

 

La supresión del Ministerio de Culturas y Turismo y la reducción de esas partidas presupuestarias no es una política nueva en la región, tiene antecedentes en todos los gobiernos derechistas de América Latina, desde Macri en Argentina, pasando por Bolsonaro en Brasil, terminando con Lenín Moreno en Ecuador, lo que dice mucho de la corta mirada que estos tienen en relación a la cultura y de sus profundos miedos a la libertad de expresión.

 

No es de extrañar que quien le atribuyera la frase “todo lo que sube, baja” a Einstein, haya eliminado sin pena ni gloria, el Ministerio de Culturas y Turismo. Evidentemente, la que califica de “salvajes” las 36 nacionalidades de este país, no entiende el significado amplio y plural de la palabra “culturas”, de seguro le aterra el sentido del diálogo intercultural que esta promueve y menos comprende el rol que el Estado debe cumplir en relación a la cultura.

 

Como dice Javier Romero, la palabra cultura es un verdadero “campo de batalla ideológico y material” y el debate generado a partir del cierre del ministerio en cuestión es prueba de aquello, pues ha provocado un sinfín de interpretaciones. En esa disputa, el sentido que el (des)gobierno de Áñez busca imponer, es el más regresivo de todos: el de menos cultura, mejor. Acabar con la libre expresión y las manifestaciones “salvajes” e imponer la cultura patriótica republicana del orden, la obediencia y el civismo.

 

El argumento que más indignó a la población de todos los esgrimidos por Áñez fue el de economizar en “gastos absurdos”. No lo dijo aludiendo directamente al Ministerio de Culturas y Turismo, pero la población hizo de inmediato la asociación y la consigna prendió como regadero de pólvora. En unas horas los slogans de “soy artista, no soy un gasto inútil” o “soy cultura, no soy un gasto absurdo”, incendiaron las redes sociales.

 

Sin duda, es indignante que Áñez hable de ahorrar en “gastos absurdos” cuando derrocha miles de dólares en vuelos militares para el traslado de curas e imágenes de yeso; cuando prioriza la compra de botas de combate en tiempos de pandemia por un costo de 24 millones; cuando gasta en gases lacrimógenos con costos excedentarios; cuando, impúdicamente, el mismo día que elimina el Ministerio de Culturas y Turismo, crea una unidad de élite para la Policía con uniformes y motocicletas nuevos destinados a sustituir la guardia presidencial por sus infidencias; y cuando, en plena pandemia, traslada 56 millones de dólares a Defensa y Gobierno y nada a Salud.

 

La militarización del país en desmedro de los gastos en cultura son dos hechos profundamente relacionados. El fascismo y los fundamentalismos teológicos detestan la cultura. El fortalecimiento de lo militar en Bolivia conlleva una idea de cultura: aquella relacionada a la patria, la república, los héroes, los próceres, las gestas heroicas, el civismo, las bandas militares y todas las manifestaciones marciales que cierto ministro adora. En consecuencia, toda expresión que hable de los “otros” y cuestione esa patria imaginada es deplorable.

 

Se trata del miedo al ejercicio intelectual, imaginativo, utópico, sarcástico e incluso irreverente que supone la producción cultural, del temor a las expresiones de los “otros” que cuestionan esa patria inventada por el civismo militar republicano. Lo que el Gobierno ataca como superfluo no es la idea misma de cultura, porque el fascismo tiene sus propias manifestaciones culturales, sino las ideas de cultura que cuestionan los valores únicos de patria, Dios y familia.

 

Socióloga


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