A consecuencia del préstamo
concedido por el Fondo Monetario Internacional (FMI), Bolivia debe empezar a
cumplir con el paquete de condicionamientos que aquel organismo impone en este
tipo de casos. El plan de reforma del Órgano Ejecutivo es parte del cumplimiento
de esas condicionalidades, cuyo objetivo es la reducción del aparato público,
un clásico del FMI.
Aunque nuevamente excede, y en
mucho, las atribuciones de un gobierno transitorio, la presidenta-candidata
anunció su primera medida a través de una lamentable alocución repetida
teatralmente ante las cámaras, que consiste en la eliminación de tres
ministerios: Comunicación, Deportes y Culturas y Turismo y dos embajadas.
La supresión del Ministerio de
Culturas y Turismo y la reducción de esas partidas presupuestarias no es una
política nueva en la región, tiene antecedentes en todos los gobiernos
derechistas de América Latina, desde Macri en Argentina, pasando por Bolsonaro
en Brasil, terminando con Lenín Moreno en Ecuador, lo que dice mucho de la corta
mirada que estos tienen en relación a la cultura y de sus profundos miedos a la
libertad de expresión.
No es de extrañar que quien le
atribuyera la frase “todo lo que sube, baja” a Einstein, haya eliminado sin
pena ni gloria, el Ministerio de Culturas y Turismo. Evidentemente, la que
califica de “salvajes” las 36 nacionalidades de este país, no entiende el
significado amplio y plural de la palabra “culturas”, de seguro le aterra el
sentido del diálogo intercultural que esta promueve y menos comprende el rol
que el Estado debe cumplir en relación a la cultura.
Como dice Javier Romero, la
palabra cultura es un verdadero “campo de batalla ideológico y material” y el
debate generado a partir del cierre del ministerio en cuestión es prueba de
aquello, pues ha provocado un sinfín de interpretaciones. En esa disputa, el
sentido que el (des)gobierno de Áñez busca imponer, es el más regresivo de
todos: el de menos cultura, mejor. Acabar con la libre expresión y las
manifestaciones “salvajes” e imponer la cultura patriótica republicana del
orden, la obediencia y el civismo.
El argumento que más indignó a la
población de todos los esgrimidos por Áñez fue el de economizar en “gastos
absurdos”. No lo dijo aludiendo directamente al Ministerio de Culturas y
Turismo, pero la población hizo de inmediato la asociación y la consigna
prendió como regadero de pólvora. En unas horas los slogans de “soy artista, no
soy un gasto inútil” o “soy cultura, no soy un gasto absurdo”, incendiaron las
redes sociales.
Sin duda, es indignante que Áñez
hable de ahorrar en “gastos absurdos” cuando derrocha miles de dólares en
vuelos militares para el traslado de curas e imágenes de yeso; cuando prioriza
la compra de botas de combate en tiempos de pandemia por un costo de 24
millones; cuando gasta en gases lacrimógenos con costos excedentarios; cuando,
impúdicamente, el mismo día que elimina el Ministerio de Culturas y Turismo,
crea una unidad de élite para la Policía con uniformes y motocicletas nuevos
destinados a sustituir la guardia presidencial por sus infidencias; y cuando,
en plena pandemia, traslada 56 millones de dólares a Defensa y Gobierno y nada
a Salud.
La militarización del país en
desmedro de los gastos en cultura son dos hechos profundamente relacionados. El
fascismo y los fundamentalismos teológicos detestan la cultura. El
fortalecimiento de lo militar en Bolivia conlleva una idea de cultura: aquella
relacionada a la patria, la república, los héroes, los próceres, las gestas
heroicas, el civismo, las bandas militares y todas las manifestaciones
marciales que cierto ministro adora. En consecuencia, toda expresión que hable
de los “otros” y cuestione esa patria imaginada es deplorable.
Se trata del miedo al ejercicio
intelectual, imaginativo, utópico, sarcástico e incluso irreverente que supone
la producción cultural, del temor a las expresiones de los “otros” que
cuestionan esa patria inventada por el civismo militar republicano. Lo que el
Gobierno ataca como superfluo no es la idea misma de cultura, porque el
fascismo tiene sus propias manifestaciones culturales, sino las ideas de
cultura que cuestionan los valores únicos de patria, Dios y familia.
Socióloga
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